En Ecuador hay unas ONG radicales, también una peste, que pueden no estar de acuerdo contigo y te atacan pero ponen el tema en la agenda, ¡y tienes que responder! No solamente son las radicales las importantes, son todas las ONG científicas, de derechos humanos, ambientalistas radicales, centrales y de derecha. Todas juegan un rol. En el fondo una ONG es una congregación de ciudadanos.
—Muchas intentan pero no tienen la capacidad de influenciar o incidir en políticas.
— Exactamente, no todas, y las que lo hacen son absolutamente necesarias porque son un puente entre los que no tienen voz y los que deben tomar decisiones. Facilitan muchos procesos, porque las ONGs te hacen dar cuenta de que hay temas importantes que no están siendo atendidos, otras revelan corrupción y otras porque denuncian violaciones a derechos humanos como quitarle el agua a una comunidad. Golpean. La sociedad y nuestros estados deben estar abiertos a que los ciudadanos expresen sus voces a través de estas formas, siempre y cuando lo puedan probar. Se convierten en ilegítimas cuando se hacen afirmaciones o denuncias sin fundamento.
—Durante las negociaciones ambientales en política internacional, ¿priman más los vínculos políticos entre gobiernos que todo el lobby que hacen las ONG para llegar a esos tomadores de decisión con información?
—Sí y no, porque hay varias formas de llegar a ellos.
—¿Y a veces no se utilizan las adecuadas?
—No solamente eso. Podemos enfocarnos en momentos concretos como en la Conferencia de Cambio Climático de la ONU en 2009 (en la que se llegó a acuerdos a puertas cerradas entre los países más poderosos), o en cualquiera de las reuniones de las convenciones, pero entre estas reuniones de los gobiernos hay un trabajo intensísimo de diálogo.
Nosotros en la WWF estamos las 24 horas del día y los 12 meses del año trabajando con los gobiernos muchas veces en su propio país, otras en reuniones regionales, latinoamericanas o globales. Exige intercambiar opiniones no solo en el momento cumbre. Es un trabajo que se hace a lo largo de todo el proceso. Tal vez por eso es más decepcionante, porque crees que ya habías logrado conquistarlos y a último momento pesó más alguna coyuntura política. Es un trabajo permanente, de todos los días.
—Usted tiene experiencia de trabajo en resolución de conflictos ambientales. Cuando hay fracasos, ¿se debe a que no estaban todas las partes involucradas representadas en la negociación?
—Claro, porque si tomas una decisión en ausencia de algunos de los actores principales no tiene validez el acuerdo, porque va a ser petardeado por el ausente. Si tengo un rol importante en el proceso y no toman en cuenta mi decisión y mi voz, no respeto la decisión que tomaron los demás. Tengo que estar en la mesa.
Me resulta fascinante en manejo de conflictos el trabajo previo al momento de la negociación, es bastante más importante que el de la negociación. Te tenés que asegurar de que tomaste en cuenta todas las posiciones, de dónde surgen, cómo se han relacionado los sectores en el pasado y cómo quisieras que se relacionen a partir de ahora. Es un trabajo maravilloso pero tienen que estar todos, porque en caso contrario no tiene validez la negociación.
En Ecuador hay un caso emblemático, una contradicción entre el corto y el largo plazo. El Parque Nacional Yasuní es el lugar del planeta conocido hasta hoy como el más rico en biodiversidad y abajo hay petróleo. ¿Qué privilegias? El petróleo que te va a dar plata unos 20 años o la biodiversidad que es una capital natural invalorable en alimentos, agua, aire por miles de años. Ganaron los 20 años en Ecuador, con un visión muy miope. El petróleo trae efectivo y no importa que se vayan unas comunidades que están allí en aislamiento voluntario y que se vaya la biodiversidad. Se tomó la decisión.
—Los fondos para el cuidado del ambiente en tiempos de crisis económica internacional se han reducido. ¿Cuánto afectó al WWF?
—También sufrió pero no tanto, porque nuestras alianzas no son coyunturales, vienen de un largo tiempo de trabajos con gobiernos y sector privado. Tal vez ahí hubo un cambio de matiz. Las donaciones fueron afectadas por la crisis. En mi criterio, debemos superar la época donante-receptor, eso de que una empresa diga “toma 50.000 dólares y protege ese bosque de ahí”. En este momento es super importante que sea una relación de pareja en la que el donante deja de serlo y se convierte en socio y entre los dos hay una inversión.
—Supone entonces un cambio en la responsabilidad que asumen quienes aportan dinero.
—Esa empresa que puso el dinero tiene que ser coherente con nuestro objetivo. No puede lavarse las manos, donar los 50.000 dólares y hacer lo que quiera cuando le dé la gana. En la WWF tenemos una política de relaciones en donde la contribución económica es parte de un esfuerzo interno de cambio. Si no, entonces no lo aceptamos. Se redujeron esas típicas relaciones de antaño.
Tuvimos una reducción por la crisis, pero no fue un golpe fuerte porque esas apuestas que estamos haciendo con la empresa privada, con los gobiernos y las mutilaterales son a largo plazo y muy profundas , tienen otro objetivo.
—En términos de marketing, están fidelizados sus donantes…
—Bueno, sí, ¡ojala!
—Cuentan con paquetes de donación en la que proponen apadrinar la protección, por ejemplo, de un oso perezoso y al contribuir se les otorga un certificado de compromiso con el animal. ¿Qué tan exitosa es la estrategia?
—Funciona, hay culturas que tienen esa educación e invierten en una especie en particular, al tigre, al oso del ártico, a los símbolos de la conservación. Es muy importante porque no puedes esperar que todo el mundo sea experto e invierta en conocimiento. Hay que darle la oportunidad al niño que le dice a la madre: “Mamá yo quiero defender un osito”.
—¿Cuál debería ser el papel de la academia?
—La investigación práctica. Siempre son necesarios estos resultados para tomar decisiones. Un ejemplo que me ocurrió hace algunos años como ministra. El pepino de mar en Galápagos es difícil de reproducir y una delicatessen del sudeste asiático en China, Tailandia y Japón. Los pescadores ecuatorianos recibían una paga buenísima por ellos. ¿Cómo ponerle cuotas como ministra sobre cuánto pepino pueden vender los pescadores al año si no tenía información suficiente sobre reproducción, tiempos en que demora en crecer y épocas del año?
Cuando en el ámbito de la conservación me hablan de la investigación pura, me parece fabuloso que sepamos por qué tiene cinco patas y no cuatro, pero ¿para qué me sirve? Si no me sirve para tomar decisiones estoy frita. Necesitamos invertir en investigación aplicada para tomar decisiones en política y justificar por qué. Los centros de investigación y las universidades son vitales para proveer información para la política pública.
—¿Cómo se soluciona?
—Hay dos puentes que hay que construir. Evaluar en qué temas hay vacíos de información y quién me cuenta el cuento. El científico no es un buen comunicador, salvo excepciones. El otro nicho que no está llenado es quién interpreta ese conocimiento y lo transmite en un lenguaje que sea entendido por cualquiera, para que el decisor pueda tomar la decisión como gobernador, político, ministro, gerente de una empresa.
Tráfico de especies
—El tráfico ilegal de fauna es un problema en todo el mundo. Las especies amazónicas se comercializan ilegalmente, en Uruguay incluso. ¿Cómo trabaja el tema WWF?
—Estamos en una campaña muy intensa. En la reunión de la Asamblea General de la ONU a fines de setiembre logramos una resolución intergubernamental sobre tráfico de especies, porque para muchos países es parte importante de su economía. Estamos hablando de distintos animales grandes y pequeños pero utilizamos el grande como símbolo. El león, el tigre, el elefante, son los que llaman más la atención.
Tenemos a la Interpol como nuestro socio. Está capacitando para tomar presos y perseguir a traficantes de especies y compañías de aerolíneas que operan en coalición, con pagos importantes. Lo han incorporado como crimen internacional y buscan a traficantes de especies así como a un mafioso.