Nº 2193 - 29 de Setiembre al 5 de Octubre de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn el tango pesa todavía una dura sentencia y se oculta una paradoja que pocos conocen, admiten o investigan. ¿La sentencia? El tango es machista.
Por supuesto que lo fue, sobre todo a partir de sus letras y de la actitud del hombre ante la mujer al compartirlo. Pero ese machismo, hijo de la cultura patriarcal de una época extensa —quizás desde finales del siglo XIX hasta, deshilachándose, mediados de la década de 1950— tornó en generalización y se extendió sin fundamento, ignorando, de paso, la verdad histórica. Es que aún en esa época la continuidad de esta expresión artística popular se sostuvo en muchas mujeres valerosas y de carácter, ya cantantes como André Vivianne, Linda Thelma o Rosita Quiroga, y más tarde Azucena Maizani, Mercedes Simone, Libertad Lamarque, Nelly Omar o Ada Falcón, ya poetisas como María Luisa Carnelli y después Eladia Blázquez, ya directoras de grupos musicales como la recordada Paquita Bernardo.
¿La paradoja? Precisamente haber ignorado esa influencia femenina que estuvo a la altura de los hombres y, al correr del tiempo, logró un peso propio que le había abierto entonces, y ahora más, el sitio que le corresponde.
Quien lee esta columna sabe que considero “tango clásico” el que se inicia, después de su complejo y confuso origen, con la Guardia Vieja y se extiende hasta Piazzolla. Desde el autor de Lo que vendrá hasta hoy, y es otra respetable forma de mantener viva esta música, todo es búsqueda y recreación. Y algo más: estoy persuadido de que esa corriente la sostienen y enriquecen las mujeres.
Pensemos, mirando a nuestro alrededor, entre otras, en cantantes jóvenes como Gabriela Morgare, Malena Muyala y Natalia Bolani, guitarristas como Patricia Robaina, pianistas como Mayra Hernández, violinistas como Vivanne Graff, poetisas como Mónica Navarro.
Y desde Buenos Aires, todavía centro neurálgico del tango, nos llegan dos ejemplos espléndidos de dos generaciones de esta época.
Dolores Solá, que hoy tiene más de 50 años —la menor de seis hermanos— tuvo una infancia llena de música, escuchando tangos con su padre. Aprendía todas las letras y se expresaba muy bien. Sin embargo, no se animó a lanzarse como profesional hasta que a los 27 años se enamoró del músico Acho Estol, que venía del rock, y crearon La Chicana: sacaron el tango del sitio habitual de culto y abrieron cauce a la influencia de otras músicas y otros instrumentos. Luego tuvieron el programa radial Eche veinte centavos en la ranura —título de un poema de Raúl González Tuñón— cual una invitación, siempre con Dolores como figura central, a la fantasía y la aventura. Finalmente, incursionaron en otro programa, La la lás, sobre música de tango y mujeres. Pero, como hija de su tiempo, Dolores, hoy figura excluyente en los escenarios porteños, es ecléctica: entre sus últimos discos grabó uno en homenaje a Gardel, Corsini y Magaldi.
No muchos saben que el debut frente a un micrófono de Dolores Solá fue en Casapueblo, en Punta del Este, con un tango, una canción flamenca y un bolero. Ni que cuando le hablan del “tango machista” ha dicho: “Eso habla de una época, de una sociedad que era machista. Pero… ¿vamos a dejar de leer la literatura de la gente que tenía esclavos, o vamos a juzgar a todo el mundo con los valores progresistas de hoy?”.
Y atento, lector, porque está llegando otra: Paloma Angione, una joven de apenas 19 años, oriunda de Bragado, que alterna su amor por la música y sus tareas de niñera, que causó una explosión emocional al presentarse en el programa Canta conmigo, de Marcelo Tinelli.
Dicen los entendidos que “maneja el escenario, los micrófonos, la relación con la gente y su garganta como si fuera una veterana, una consagrada”. Si bien mezcla canciones —su presentación fue con Marinero de luces, de Perales—, le gusta el tango y ha comenzado a interpretarlo: hay sólida coincidencia en que es “la voz del futuro”.
“Les agradezco a mis papás porque siempre en mi casa había música. La siento como mi contención, ya esté feliz, triste o enojada. Mi mamá tiene una grabación de mi papá tocando la guitarra y cantándome su tango favorito. Me emociona y me hace estar en ese lugar donde me sentía tan única y amada. ¿Esta cadenita? Es de mi papá, que falleció cuando yo tenía 9 años. Siempre está conmigo”.
¿Tango machista? Las mujeres vienen marchando. Siempre lo hicieron. Pero hoy su presencia se nota más.