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A mediados del S. XVII, Luis XIV, rey de Francia, “le Roi Soleil”, pronunció ante el Parlamento francés la célebre frase “L’État c´est moi”, para que a nadie le quedaran dudas de quién era que mandaba en el país. Solo tenía 16 años, pero ya sabía lo que había que decir para que nadie se interpusiera en el camino de sus decisiones.
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Este tema había sido el comentario de Fortunato y su familia durante la cena. Había salido a raíz de las declaraciones a los periodistas del Pepe Mujica (que vendría a ser “le Roi Bruteil”) diciendo que el tema de los presos de Guantánamo lo iba a decidir él solito, consultándolo con su almohada, y que no tenía que pedirle permiso ni consejos a nadie. El Pepe está en la otra punta de la vida, pero el concepto y la idea son los mismos.
Fortunato cazó su copita de vino y se desplomó en su sillón frente a la tele, a la espera del informativo de cierre, en el que sin duda habría repercusiones de su autoritaria y absolutista determinación.
—“Estimados telespectadores” —arrancó el informativista, vamos primero a una tanda comercial, y de inmediato comenzamos con las noticias”.
—“¿Comercial?” —se preguntó para sus adentros Fortunato, mientras a lo largo de quince interminables minutos pudo enterarse de que Luisito y el Guapo van por la positiva, Lorenzo se pregunta por qué la derecha lo odia, Tabaré se abraza con viejas de los más diversos atuendos y niveles socioeconómicos según cuál sea la lista que lo promueve, las aventuras de Pablo Mieres y Juan Clasemedia presentan un nuevo episodio de desventuras y frustraciones antifrentistas, Macarena Gelman nos informa cuánto mejor será el mundo si Constanza sale senadora, y el Sunca dice que si gana Lacalle va a restaurar la pena de muerte para los obreros de la construcción. Fortunato no podía más de sueño.
Y empezaron las noticias. Y volvió a aparecer el presidente.
—“Estimados amigos” —dijo el periodista —“nuevamente el señor presidente volvió a insistir con la posibilidad de resolver asuntos de gran importancia por su propia cuenta, aquí va la nota grabada hace minutos a la salida de una cena con contribuyentes a la campaña de la 609 llevada a cabo en el Quincho de Varela.
—“¡Tábamo fejtejando conunoshamigo acánelquinchoeVarela, que shiempre ta dijpuejto a apoyá a la barra y a lojmuchacho pa ejtajeleshione en laj que dishen que yo no me puedo meté, pero me meto igual! ¿mentendé?” —arrancó Mujica, y antes que el periodista pudiera preguntarle algo, disparó de nuevo. —“Y dishen que la Constitushión noshequé del preshidente y la campaña eletoral, pero yo me la pasho por donde vo shabé a la proibishione, ¿tamo? Shi tengo que hashé campaña la hago y ta, ¿ta?, y ya te voy contando lo que viá deshidí, dispué que deshida lo de lo preshoeGuantánamo, nene, que yo taba negoshiando eshe tema con el grone Obama, que me iba a comprá la naranja, ¿shabé? Y que no vengan ejto rompepelota e lo blanco a trancarme ete negoshio, que lo vamoashé igual, ¿mentendé? Porque yo le digo al grone, ¡vo! ¡la naranja te la vendo igual, y shi no me la queré comprar, me—la—comprá—lomijmo, papá, que yo—lo deshidí, ¡y quién sho vo pa deshirme que no me comprá lo que yo te vendo, negro bandido!, y vashavé que el Obama me obedeshe, ¿tamo? ¡lo que yo deshido she cumple, papá!” —enfatizó el presidente, con mucho viento en la camiseta, y probablemente también mucho vinacho debajo de la camiseta.
—“¿Alguna otra decisión así tan trascendente como la que acaba de señalar, presidente?” —preguntó una periodista que integraba el abigarrado grupo a la salida del popular centro gastronómico progresista.
—“¡Claro que shí!” —replicó Mujica, y volvió a desconcertar a todos, tal vez no tanto a Fortunato, que había luchado mucho por no dormirse, pero que a lo mejor ya se había dormido. “Acá uno de lo relajo má grande que ocurren en la plasha finanshiera ejel valor del dola. Reshulta que hay unoj que quieren que shea barato, y otro má que quieren que shea alto, uno pa luchá contra la inflashión, y lojotro pa que puedan shacá ma guita con lashejportashione. Bueno, he tomao una deshishión desha que ¡papá! va a deconshertá a mucha gente, y hoy he tomao no solamente deshishione, ¿mentendé? pero ejta shí que la he tomao ashe un rato, porque acá adentro en el morfe ete había de lo dó bando, y dijcutían y she peleaban, hajta que lejcorté la discushión con mi deshishión: a partí de la shemana que viene, vamo a tené dola barato, a quinshe peso, lo lune, miércole y vierne, y lo marte, jueveshishábado, el dola caro, a treinta mango. Y lo domingo proibido vendé o comprá dólare, ashí evitamo lajpeculashión, ¿mentendé? ¡Y she quedaron todo mudo! ¡Nada dijieron dejpué que yo dí la notishia! ¡Ashombro y amirashión!” —remató el presidente.
Ya los periodistas estaban por alejarse, porque aquellas parrafadas distaban mucho del sentido común, cuando Mujica los detuvo y les dijo —“Y ademá, deshidí otra mucho ma grosha, prejten atenshión, iur atenshion plis, como dishen en lojavione, ¡no vamo a votá nada ni en otubre ni en noviembre, papá! No—vaber—ele—shione, ¿mentendé? El reshultado eletoral tamién lo deshido yo, y ya de pasho cañasho lejevitamo lojpapelone a loj mago eto de lashencuejta, ¡jubilate shordo, ya no me tené que jodé de nuevo!” —gritó, causando el asombro de todos los circundantes.
—“¿Entonces usted va a designar directamente a Tabaré Vázquez como su sucesor, presidente?” —preguntó con candor un joven periodista con micrófono.
—“¡No shenió! ¡Ejta papoñita no she shuelta ashí nomá! ¿Por qué te cré vo que Ortega, y el Evo, y Chave, y dijpué Maduro, y lo que ta bujcando la vieja terca denfrente deshiden quedarshe y sheguirshe quedando? ¡Me quedo yo, papá!” —dijo Mujica alzando los brazos en expresión triunfal.
—“¡Vieja, vení, Mujica no deja el puesto!” —gritó Fortunato abriendo un ojo.
—“Acá el único puesto vacante es tu lugar en la cama. Vení a seguir durmiendo acá arriba” —replicó su mujer.