El libro para liceales dice que “el término neoliberalismo surge luego de la Segunda Guerra Mundial como reacción, por un lado, al Estado intervencionista keynesiano y, por otro, al sistema comunista”.
Berna, Langone y Pera escribieron que “mientras el antiguo liberalismo consideraba que el concepto de libertad tenía alcances políticos y económicos, el neoliberalismo hizo hincapié en el segundo aspecto más que en el primero”.
“Los neoliberales o neoconservadores retomaron la idea de que el Estado no debe intervenir en la economía”, que el “gran agente regulador” es el mercado, “la mano invisible” y “la iniciativa privada”.
Según los autores, “las políticas neoliberales se caracterizan por la desnacionalización, la privatización y la desregulación, con el objetivo estratégico de alterar la relación de fuerzas existente en beneficio del capital”.
“En la visión liberal clásica, la libertad individual quedaba subordinada a la autoridad del gobierno. En la visión neoliberal, la justicia, la libertad y la igualdad no son prioridades; la prioridad es el orden y en su búsqueda (los neoliberales) son capaces de aceptar regímenes autoritarios y la suspensión de los derechos individuales”, se lee en el libro.
Además, los autores informan a los adolescentes que “junto con el pensamiento neoliberal suelen aparecer planteos de rechazo al feminismo, persecuciones a la homosexualidad, reivindicación de la enseñanza religiosa, arremetidas contra los sindicatos de trabajadores u otro tipo de organización popular, oposición a los gastos sociales y prioridad de los gastos en defensa, seguridad, investigación y desarrollo”.
El libro cita a Fernando Pita para afirmar que “los neoliberales ‘plantean una sociedad con fuertes jerarquías, un marcado nacionalismo xenófobo y la justificación de la desigualdad social como producto de un orden natural’”.
Berna, Langone y Pera mencionan como ejemplos de gobiernos “neoliberales” la dictadura que comandó el general Augusto Pinochet en Chile (1973-1988) y los gobiernos democráticos de Margaret Thatcher en Inglaterra (1979-1990) y de Ronald Reagan en Estados Unidos (1981-1989). Por otra parte, dicen que en la década de los 80, “todos los países de Europa occidental viraron hacia políticas neoliberales”, excepto Suecia y Austria.
“La embestida neoliberal”.
Unas 300 páginas más adelante, los autores analizan la política económica de la dictadura militar uruguaya, la cual —manifiestan— aplicó un “modelo” que se ajustó “a las ideas y lineamientos del paradigma neoliberal”, según “una parte importante de la literatura económica” sobre ese período, donde se destaca la opinión del actual ministro de Economía, Danilo Astori.
“La política económica practicada por la dictadura puede ser calificada como de corte neoliberal, expresión que alude a los rasgos contemporáneos asumidos por el liberalismo económico, particularmente en los países subdesarrollados y dependientes como el Uruguay”, dice Astori en una cita destacada.
El libro dice que existe “una significativa discusión respecto al modelo y objetivo de las políticas económicas implementadas por las dictaduras”.
“Algunas”, agrega, “representaron la continuidad del orden oligárquico construido en el siglo XIX, pero otras, como las de Brasil, Chile, Uruguay y Argentina buscaron transformar económica y políticamente las sociedades en las cuales se produjeron”.
“Con este fin, se aplicaron un conjunto de medidas ligadas al liberalismo, lo que permite sostener a autores como Alejandro Foxley que los gobiernos autoritarios fueron necesarios para implementar el neoliberalismo a la fuerza”, precisa el texto.
Los autores refieren a “las políticas de ajuste en los años ochenta” en América Latina y a la deuda acumulada por los países de la región. “Si bien América Latina intentó actuar unida, no supo utilizar su rol de deudor para enfrentar como bloque las embestidas de los acreedores”, opinan.
Pero como los ajustes consiguieron “escasos resultados de estabilización”, afirman, llegó “la embestida neoliberal”. Así, dicen, “muchas decisiones cruciales sobre la política económica se tomaron en las altas esferas y de forma autoritaria”.
“Impulsadas por los círculos financieros del exterior, gradualmente las ideas neoliberales defendidas por los economistas formados en la escuela de Chicago y llamados despectivamente Chicago boys fueron vistas como verdaderos salvavidas para alcanzar la estabilización y el acceso al crédito externo. Sobre todo, se insistía en la liberalización y la privatización”, comentan.
El libro destaca el gobierno de Carlos Saúl Menem en Argentina (1989-1999) como ejemplo de gobierno “neoliberal” y menciona como sus características principales su alineamiento con Estados Unidos, la privatización de empresas estatales, la apertura y la desregulación de la economía, el recorte del gasto público, la reanudación del pago de intereses de la deuda y la aplicación de un plan de convertibilidad (un peso=un dólar).
En el tramo del libro titulado “La embestida neoliberal” se presenta un cuadro donde se critican concesiones de la gestión del agua por parte del Estado a empresas privadas y se citan dos casos uruguayos decididos durante los primeros años posdictadura: Uragua (Aguas de Bilbao, Iberdrola), cuyo resultado fue, según los autores, “alza de precios”, problemas de “transparencia” y “fracaso”, y Maldonado (Suez, Agbar), con “alzas de precios” y “mala calidad”.
“La promoción del libre mercado implicó también el descarte de las ideas y los intentos de integración económica. Ahora se enfatizaba la integración mundial por encima de la regional”, dice.
De acuerdo con los autores, “para los gobiernos neoliberales, sobre todo del Cono Sur, la integración regional era una nueva modalidad de proteccionismo, dejaba de verse como un elemento de defensa colectiva o como impulso a la industrialización y, por lo tanto, fue rechazada por motivos ideológicos. En su lugar comenzó a verse como una estrategia que permitiría estimular la participación de las exportaciones latinoamericanas en el mercado mundial. Ejemplo de este período (de ‘neoliberalismo’) es el acuerdo bilateral entre Argentina y Brasil de 1986, que sentó las bases del Mercosur, firmado por Paraguay y Uruguay en 1991, y en 1996 por Chile y Bolivia como asociados”.
El libro alude a las razones que provocaron “la caída de las dictaduras” militares y, entre ellas, cita la siguiente: “Las naciones que habían otorgado créditos durante las dictaduras necesitaban cobrarlos. Para ello era necesario el diseño de políticas de ajuste que debían ser aplicadas en los países deudores. Sin embargo, el descrédito de los gobiernos dictatoriales ponía en riesgo la implementación de tales planes. Aduciendo razones humanitarias, respeto a la ley y a los derechos humanos, los países acreedores apoyaron y promovieron el retorno de las democracias”.
Luego, los autores se preguntan: “¿Los primeros gobiernos inmediatos a la salida de las dictaduras son democráticos o son transicionales?”. A lo que responden: “Si entendemos que un gobierno es democrático solo por el hecho de ser electo por el voto de la mayoría de los ciudadanos votantes, entonces debemos reconocer su carácter de democrático. Sin embargo, hay analistas que sugieren que el hecho de votar es un mero formalismo, pero que la democracia con todas las letras es mucho más que el voto”.
Berna, Langone y Pera ponen directamente en tela de juicio que los primeros gobiernos que hubo después del militarismo hayan sido democráticos. “¿Se puede hablar de democracia cuando ejercen el derecho al voto un grupo de personas que tras largos años de dictadura no tienen o han perdido la formación ciudadana suficiente como para hacer valer sus derechos?”, inquieren.
Y continúan preguntando los autores: “¿Es democrático un sistema de gobierno en el que los antiguos dictadores detentan cargos vitalicios y se llaman garantes de las democracias, como en el caso chileno? ¿Son democráticos los gobiernos en los que no se garantiza la igualdad ante la ley o donde no se cumplen derechos constitucionales como trabajo, vivienda digna, educación, salud, justicia, etcétera? ¿Es democrático un gobierno que habiendo sido elegido por la sociedad civil debe u opta (por) responder primero a los lineamientos de las instituciones internacionales de crédito, en vez que las de su propio país?”.
El libro para los estudiantes liceales sostiene que “los gobiernos civiles que asumieron en este período de transición continuaron las políticas socioeconómicas anteriores, los planes de libre mercado y las políticas de ajuste estructural impulsadas por el FMI”. Es decir, fueron “neoliberales”. Los gobiernos posteriores a la finalización de la dictadura militar en Uruguay fueron presididos por el colorado Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-2000), por el blanco Luis Alberto Lacalle (1990-1995) y por el colorado Jorge Batlle (2000-2005). Ninguno de los tres se autodefinió jamás como “neoliberal”, aunque los principales dirigentes del Frente Amplio, actualmente en el gobierno, siempre les endilgaron ese mote.
No obstante, los autores conceden que el caso uruguayo fue singular por “el gradualismo con que fueron llevadas a cabo las recomendaciones del Consenso de Washington”.