Los carteles de la vida

Los carteles de la vida

La columna de Silvia Soler

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Nº 2218 - 23 al 29 de Marzo de 2023

El 2 de julio de 2019 un eclipse solar ensombreció una franja de América. Quienes deseaban ver la umbra, la zona de oscuridad total, viajaron al valle del Elqui en Chile o a Bella Vista, del lado argentino, un pueblo de unos 400 habitantes a dos horas y media de la ciudad de San Juan, casi metido en la cordillera. El último parador que registraba el mapa, antes de llegar al punto de oscuridad, estaba en Talacasto. Era una especie de almacén grande que se imponía en la soledad del paisaje. A pocos metros, las ruinas de una estación de tren completaban el espectáculo. Muchos pararon en Talacasto en las horas previas al eclipse.

Eso lo vieron venir las autoridades de San Juan y, adelantándose al éxito del evento cósmico, habían instalado un cartel que hablaba del futuro en términos de pasado: “Por aquí pasó el centro de la totalidad del eclipse, convirtiendo a este punto en lugar privilegiado para observar el fenómeno astronómico más bello que nos ofrece la naturaleza”, escribieron mucho antes de que la Luna tapara al Sol. Por fortuna, a la hora señalada no hubo nubes.

Ese día la gente paraba en Talacasto para comprar un sándwich y usar el wáter. Pero la cosa se fue de las manos con el turismo astronómico y los dueños del local tuvieron que escribir una advertencia en la entrada del baño: “Viajamos 30 km para traer agua. Colabore por favor. Se le agradece”. Entonces, en ese momento de reflexión que es la espera para entrar al baño, uno caía en la cuenta de que solo había visto polvo a lo largo del camino y que el agua en Talacasto era tan esquiva como la oscuridad total.

En la jerga de los ilustradores, un afiche es un grito en la pared. La frase (atribuida al artista valenciano Josep Renau), si bien se refiere a la cartelería política y publicitaria, podría aplicarse al modesto cartel de Talacasto, aunque más que un grito parecía un sollozo en el desierto. Esos cartelitos pegados en el ascensor, en una oficina o junto a la caja registradora nos sorprenden desde rincones impensados y desde allí nos atraen entre susurros. En general, no se proponen estimular al prójimo a comprar, ver una película o reservar una parcela en el cementerio. Por el contrario, intentan que dejemos de hacer algo considerado molesto; buscan poner un orden donde las leyes fracasan.

Cuando alguien escribe el clásico “Cuidado con el perro” —con una imagen de las fauces del animal— simplemente quiere impedir que entremos a su jardín. Pero como estos mensajes han perdido efecto con el correr del tiempo las personas más creativas buscan potenciar la comunicación a través de pinceladas dramáticas. Pongamos por caso: “No entre, víboras yararás”. O también: “Cuidado con el perro que le muerde el culo. Propiedad privada”, como escribió un vecino de La Cumbrecita (pueblo cordobés que imita la estética suiza) en un coqueto soporte de madera artesanal que mantenía el estilo suizo sin salirse del argentino.

La defensa de la propiedad privada es la más poderosa fuente de inspiración. En el pueblo de San Luis al Medio, en Rocha, hasta hace un par de años en una chapa herrumbrada de más de un metro cuadrado se podía leer: “No pase. Zona de disparos”. Supe después, conversando con gente del lugar, que el cartel había surgido a raíz de un confuso episodio por un chancho escapado. Lo que subyace en general en la producción de este tipo de cartelería es la intención de enmendar la conducta del prójimo, con distintos grados de elegancia. En Bolonia (Italia), en la época más bulliciosa de la ciudad, cuando los universitarios terminan sus cursos, uno de los bares recibía a los clientes con un cartel internacional: “Silence is sexy”… Después venía la parte políticamente correcta escrita en italiano, en la que se pedía no hacer ruido y respetar a los vecinos.

En definitiva, el cartel doméstico estimula al otro a hacerse cargo de sus acciones, a ser mejor persona, una característica que comparte en buena medida con la comunicación oficial de gobiernos estatales y municipales. Lo difícil es dar con el cartel adecuado, en el momento justo, para actuar en consecuencia. Por ejemplo, si uno estuviera pensando en viajar a la zona de terremotos, le convendría cruzarse con uno instalado en Viña del Mar que dice así: “En caso de sismo no pierda la calma, no corra y manténgase en su asiento. Recuerde, su seguridad depende de usted”. Faltó agregar, y si el perro lo muerde, también. La seguridad y la interpretación de la lectura en este mundo de la cartelería siempre “dependen de usted”.