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    Los más fuertes entre los fuertes

    El faro de Dalatangi, un libro sobre el fútbol islandés

    Clasificar por tercera vez consecutiva a un mundial tiene sus costos. En Rusia ya no seremos una sorpresa para nadie, no despertaremos el interés del mundo por la calidad de nuestros jugadores pese a nuestra escasa población y ni siquiera seremos el cuadro simpático por el que hinchan los habitantes de los países que no clasifican y los amantes de las historias épicas.

    Ese lugar le corresponderá esta vez a Islandia y, como prueba irreprochable, ahí está circulando por WhatsApp la foto del gordito bonachón de Islas Feroe, que el mundial pasado fue nuestro (y de OCA), festejando la clasificación de sus vecinos vikingos. No parece un costo tan alto para Uruguay y, por otro lado, hay que reconocer que la historia de la selección islandesa tiene méritos para ganarse la simpatía del hincha esnob. Vayamos poniéndonos a tono para el mundial que se acerca.

    Imaginemos que es verano, pero un verano nórdico, con suerte llegamos a los 10 grados. Estamos en Vestmannaeyjar, unas islas al sudoeste de Islandia, y a lo lejos vemos la modesta cancha del ÍBV, el principal equipo de la ciudad. Es un terreno verde, solitario, con unas pequeñas gradas sobre uno de los costados. Detrás, como subrayando la pequeñez de esa cancha, se levantan unas rocas imponentes.

    Mientras caminamos luchando contra el viento (en Vestmannaeyjar siempre sopla el viento), vemos a un hombre colocando cuidadosamente conos sobre el pasto, para que todo esté pronto para entrenar cuando los jugadores lleguen. El viento le vuela una y otra vez los conos pero él, porfiado y paciente, los vuelve a colocar una y otra vez.

    Ese hombre es Heimir Hallgrímsson, el entrenador que liderará a Islandia en Rusia. Antes de llegar a la selección, dirigió en esa cancha entre las enormes rocas a equipos de niños, de jóvenes, de mujeres y finalmente al plantel principal del ÍBV. Todo eso mientras se ganaba la vida como el dentista del pueblo.

    El fútbol de la isla es semiprofesional y su liga se juega solo durante los meses de verano, porque es cuando el clima lo permite. El resto del año desarrollan competencias menores en gimnasios cerrados.

    Un año antes de que Islandia eliminara a Inglaterra en los octavos de final de la Eurocopa 2016 y se convirtiera en una selección de moda, dos periodistas deportivos españoles (Axel Torres y Víctor Cervantes) emprendieron un viaje a la isla interesados por el desarrollo del fútbol en ese país. La visita se terminó convirtiendo en el libro El faro de Dalatangi( Contra, 2017).

    Cuando los dos periodistas estaban en pleno enamoramiento con la armonía de Islandia y la sencillez de un fútbol sin cámaras, en el que los hinchas atienden los puestos de venta de café y los goleadores se encuentran en el bar con los fanáticos unas horas después del partido, el dentista de Vestmannaeyjar los sacudió con una pose altiva, digna del portugués José Mourinho.

    Hallgrímsson les dejó en claro a Torres y a Cervantes, sorprendidos de que Islandia clasificara a la Eurocopa, que todavía podían esperar mucho más. El dentista les contó que el aislamiento del continente había hecho fuertes a los islandeses y que se sentían capaces de todo. Mayor todavía es la determinación de los habitantes de Vestmannaeyjar, “aislados de la aislada Islandia”.

    “Este lugar es para los elegidos. Somos los más fuertes entre los fuertes”, les dijo.

    Sin dudas la tenacidad —más que la calidad técnica— destacan al fútbol islandés. En los resúmenes de los partidos se puede ver a los volantes corriendo incansablemente detrás de la pelota, a los defensas despejando para cualquier lado y al golero rechazando pelotas con un estilo a veces poco ortodoxo. Los córners y los tiros libres son la especialidad: caen las pelotas bombeadas al área y un montón de islandeses topan con todo. En ese tipo de jugadas llegó el gol con el hombro y en la hora para ganarle a Croacia. O ese otro pasada la hora, casi pateándole la mano al golero finlandés que apretaba la pelota contra el piso, para ganar 3 a 2.

    Islandia, que tiene apenas unos 330.000 habitantes, se convertirá en el país con menor población en participar de un mundial, título que hasta ahora mantenía Trinidad y Tobago (1,3 millones de habitantes). El fútbol de la isla es semiprofesional y su liga se juega solo durante los meses de verano, porque es cuando el clima lo permite. El resto del año desarrollan competencias menores en gimnasios cerrados.

    De todas formas, la mayoría de los jugadores de su selección ya juegan en ligas profesionales. Gylfi Sigurdsson, el mejor jugador islandés, juega en el Everton de Inglaterra y tiene una mayor cotización que el resto de sus compañeros de selección juntos.

    Pero volviendo al libro, la realidad es que sus autores no tenían para nada claro lo que buscaban en Islandia. Torres, un treintañero consolidado en medios importantes como Radio Marca o Gol T y con dos libros ya publicados —11 ciudades (Contra 2013) y Franz, Jürgen, Pep (Contra, 2014)— estaba sumido en una crisis profesional, amorosa y personal. Con esa mochila fue por Islandia intentando encontrar las claves para reconciliarse con su trabajo y con el fútbol.

    La mayoría de los jugadores de su selección ya juegan en ligas profesionales. Gylfi Sigurdsson, el mejor jugador islandés, juega en el Everton de Inglaterra y tiene una mayor cotización que el resto de sus compañeros de selección juntos.

    Cervantes, en cambio, es un veinteañero todavía preocupado por encontrar su lugar en los medios deportivos españoles. Enamorado de forma casi ridícula del fútbol islandés, su propósito en el viaje era investigar la historia de Eidur Guðjohnsen, el islandés que jugó en el Barcelona de Ronaldinho. Para Torres esa idea era una estupidez.

    El faro de Dalatangi es un libro extraño. No termina de ser un informe sobre el fútbol islandés, ni sobre su selección, ni sobre su entrenador dentista, ni sobre su jugador más emblemático. El texto es una especie de diario de viaje que, a partir de un periplo personal, aborda todos esos temas.

    El libro está compuesto por siete capítulos, seis escritos por Torres y solo uno por Cervantes. Esa extraña desproporción sobrevuela el texto.¿Qué tipo de relación tienen estos dos? Al principio parece ser una amistad. Sin embargo, el relato nos va haciendo testigos de discusiones permanentes y algo absurdas entre ellos, momentos de incomodidad, de rechazo y hasta de odio.

    En fin, estos tipos son un poco raros. Pero no hay que asustarse. La mezcla de periodismo deportivo y diario de viaje, hija del desconcierto con el que encararon la empresa, está muy bien lograda. Además, están las increíbles fotos de Edu Ferrer que transportan al lector a los imponentes paisajes de Islandia y lo suben a ese auto alquilado en el que Torres y Cervantes transitan por la ruta circular que da la vuelta a la isla mientras escuchan al cantante Sigur Rós. En las fotos desaparece la tensión y el desconcierto, es todo armonía, como en el pueblo desierto de Dalatangi, de dos casas y un faro, en el que Torres empieza a entender las claves de su enredo.

    “Esta es la dimensión exacta de tu confusión y de tu pelea con el mundo. Y hasta aquí has llegado para encontrar algo que no sabes ni lo que es”, se dice a sí mismo en un pasaje en el que se abstrae por un segundo y se da cuenta de lo absurdo que es estar en medio de un camino vecinal, buscando una cancha de fútbol para ver un partido de segunda división que no les importa ni siquiera a los propios islandeses.

    Si estás perdido, mejor que sea en los paisajes de Islandia.