Nº 2209 - 19 al 25 de Enero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUna circunstancia habitual: mi nieta mayor me trae un regalo para las fiestas. Un libro del que solo vio el título —Tangos cultos— y, conociéndome, supuso que me interesaría.
Una emoción inesperada: ese libro, editado en Argentina hace alrededor de diez años, reúne una información valiosísima sobre el vínculo entre la música clásica y el tango, a lo largo de la historia y hasta hoy, incorporando aspectos que yo ignoraba y desde una perspectiva subyugante.
Es obvio que debo apelar a la síntesis para ajustarlo a este espacio. Resulta, para mí al menos, todo un descubrimiento. Siempre se ha hablado y yo he escrito bastante al respecto, sobre la influencia de la música clásica en el tango. Pero aquí se plantea a la inversa, mencionándose a cantidad de calificados maestros de lo clásico, componiendo tangos que, aun conservando lo básico, suenan distinto a lo tradicional. Y resulta, además, que este movimiento sigue su marcha y es harto conocido y celebrado en el exterior, fundamentalmente en Europa y los Estados Unidos.
¿Ejemplos? Los Tangos para piano, escritos en 1941 por Juan José Castro; el Tempo de tango, incluido en los Preludios americanos de Alberto Ginastera, de 1944; El tango alemán, de Mauricio Kagel, de 1978; Cinco piezas para guitarra, de Astor Piazzolla, de 1980, que contribuyeron al repertorio de este instrumento para conciertos clásicos; las variaciones que hizo Mariano Erkin del Perpetual tango de John Cage; el Tango residual, en composiciones posteriores al 2000 de Pablo Ortiz para violonchelo y piano; Francisco Kröpfl, quien primero usa el tango como material electroacústico en Metrópolis, de 1989, y luego, para piano, lo evoca como horizonte rítmico en Hybrid, de 2003; y —no se trata de una broma ni una ironía— Pieza en forma de tango opus 11, también llamada Miserere, de Johann Sebastian Mastropiero, imaginario compositor de Les Luthiers y considerada por los maestros como un “aporte considerable al cruce musical entre lo clásico y lo popular”.
Pero las sorpresas, al menos para mí, siguen. La primera obra que conjuga ambas corrientes musicales es El negro Schicoba, un tango de José Palazuelos, que la exquisita Estela Telerman convierte, en 1867, en una pieza clásica para el actor Germán Mac Kay. Quizás quien mejor describa este movimiento que persiste sea Mauricio Kagel, nacido en Argentina en 1931 y fallecido en 2008 en Alemania, en un reportaje para el libro que he mencionado. Kegel fue miembro de la Agrupación Música Nueva de Buenos Aires y participó en la fundación Cinemateca Argentina. En 1955 fue nombrado director de Cámara del Teatro Colón. Emigró a Alemania en 1957, a poco de instalarse la dictadura que derrocó a Juan Domingo Perón.
“Yo, de adolescente y ya habiendo iniciado estudios de música clásica, que es en realidad lo mío, pensaba que el tango era la música culta más valiosa. La forma en que el buen tango se tocaba, con músicos que estaban en el Colón y, más tarde, iban a los boliches a seguir con el tango para ganar algún pesito más… Tenían un sentido tal del balance, del ritmo, de la sorpresa, como compositores de música ‘seria’. Además, Castro, un ilustre, fue profesor de muchos tangueros; lo mismo Ginastera, quien más influyó en Piazzolla; y Scaramuzza fue el maestro de Pugliese, Salgán, Stampone y Orlando Goñi. Yo no escribí Tango alemán hasta que fui a Berlín y escuché los arreglos sacados del tango que hacía von Geczy; esos arreglos dan justicia a la capacidad de comunicación de la música (…) En la esencia del tango existe esa tendencia a que el modo mayor se escuche como modo menor por el momento trágico que puede llevar. Es una cosa que se escucha también en Mozart. O sea la ambivalencia de la tonalidad, de la modalidad: modo mayor, modo menor. Los tangueros juegan con eso. Muchas veces, cuando es el punto culminante, dicen: ‘lo más trágico del asunto no es menor, es mayor’. Eso sí, todos quienes hemos incursionado en esta suerte de fusión no compusimos nada, por más influencia del tango que tenga, para bailar”.
Hay, finalmente, un dato que me llamó la atención. El perseguido, de Drangosch, obra clásica compuesta antes de la Primera Guerra Mundial, tiene más parentesco con un tango de Arolas de la misma época, leído con técnica clásica a partir de la partitura editada.
Y está escrito en Tangos cultos lo siguiente: “Lo mismo sugiere hoy el contraste entre una interpretación actual de la obra de Estela Telerman y el mismo tango de Arolas por las orquestas de Di Sarli o Pugliese”.