Maestro de los límites

Maestro de los límites

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2097 - 11 al 17 de Noviembre de 2020

Uno puede imaginar al presidente Trump en su despacho de la Casa Blanca en estos días posteriores a la elección: sus gestos enfurruñados, las palabras destempladas, las llamadas furiosas a los gobernadores republicanos cuando se emitió el anuncio de Fox News de que Joe Biden había ganado Arizona, primer estado disidente de los que había ganado en 2016.

Es como si lo viéramos, de pie en la sala Este en la madrugada, declarando que la elección fue “un fraude al público estadounidense”, tuiteando (¿qué duda cabe que fue él mismo?) que “gran número de boletas fueron secretamente tiradas” e infiriendo que eso le había costado el estado de Michigan, mensaje que la red del pajarito calificó de engañoso, como a otros que vendrían después. Uno puede imaginar el tono iracundo de sus declaraciones a la prensa, de su cuestionamiento al proceso electoral.

Trump es un maestro que juega en los límites, y nada sorprende cuando se trata del presidente más polémico y visceral que hayamos visto en Estados Unidos, el que escandalizó a millones de ciudadanos con gestos, declaraciones y actos inaceptables que, con su estrategia, logró transformar en cotidianos y normales.

Y uno se pregunta, ¿cómo se animó a tanto? Al menos la mitad de esas acciones habrían sido inadmisibles en un mandatario hasta hace poco tiempo. La siguiente pregunta sería ¿cómo logra que la ciudadanía acepte lo inaceptable?

Una teoría llamada ventana de Overton explica que para decir o hacer o implementar lo inaceptable existe una técnica que induce a que la población asuma e incluso apoye esas ideas, y lo más inquietante es que si uno lo piensa resulta ser una práctica habitual de los líderes o partidos políticos de todo mundo.

Overton afirmó que el rango de temas que la sociedad es capaz de tolerar sin cuestionamiento está contenido en una ventana estrecha. Esa ventana contiene un abanico de opiniones que pueden ser formuladas pacíficamente en público, sin que sea sancionado o descalificado o reprobado el que las expresa. Sin embargo, para introducir temas nuevos y polémicos se debe ensanchar esa ventana y, según esta teoría, eso se logra enunciando ideas más radicales que las que se quiere instalar. Entonces, en cuanto aparece otra todavía más radical, la idea original inadmisible pasa a ser debatible.

Volvamos atrás en el tiempo y recordemos algunas de sus declaraciones, insólitas en un mandatario: que hay gente “buena” entre los neonazis, que había discutido con otro líder internacional sin tener “ni idea” de lo que hablaba, que llamó “hijo de puta” a un comunicador o “agujeros de mierda” a determinados países. Su famosa reacción ante dos legisladores que planteaban un proyecto de ley de visas para ciudadanos de países que habían sido retirados del programa de Estatus de Protección Temporal (TPS) como El Salvador, Haití, Nicaragua y Sudán. “¿Para qué queremos a haitianos aquí? ¿Para qué queremos a toda esta gente de África aquí? ¿Por qué tenemos a toda esta gente de países (que son un) agujero de mierda viniendo aquí?”, fueron sus palabras, según lo publicado por el Whashington Post y Los Angeles Time.

Recordemos también algunos de sus actos: rompió el acuerdo nuclear con Irán (según él “el peor de la historia de EE.UU.”), desactivó la aproximación con Cuba, rechazó el Acuerdo de París sobre cambio climático, se retiró de la Unesco, rompió relaciones con la Organización Mundial de la Salud.

¿No es suficiente? Tengamos presente que ignoró el G7 y criticó la inutilidad de la ONU, de la que dijo que era “un club para pasársela bien”, congeló los tratados económicos globalistas por considerarlos “horribles”, se retiró de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión entre EE.UU. y la Unión Europea, canceló el Transpacífico (TTP, acordado por Obama con 12 naciones) y reestructuró el acuerdo de libre comercio con Canadá y México, apoyó el Brexit y el quiebre de la Unión Europea, dejó inoperante a la Organización Mundial del Comercio.

Según la teoría de Overton, cuando Trump habla de países “agujeros de mierda”, o establece conexiones entre la inmigración y el crimen, cuando promete la construcción de un muro para separar los EE.UU. de México (que además pagarían los mexicanos) o cuando dice que expulsará a todas las personas de fe musulmana ensancha la ventana de la aceptación. Utiliza esos planteos escandalosos como paso un previo enfocado en que el público no rechace sus medidas migratorias. Es así que, ideas antes inconcebibles, pueden acabar pareciendo razonables frente a otras ideas aún más aberrantes.

“Trump es un maestro empujando hacia los límites en una gran cantidad de políticas públicas”, explica a EFE Brian Harrison, experto en Ciencias Políticas de la Universidad de Northwestern, en Illinois. “Normalmente los presidentes lo hacen de una forma más gradual y medida, como es el caso de Obama, pero Trump es temerario, abrupto y a veces vulgar a la hora de hacerlo”, declaró a EFE Steven Schier, profesor de Ciencias Políticas en la Carleton College de Minesota. Y uno lo piensa y tiende a creerles.

El lunes 9, a casi una semana de las elecciones y cuando la diferencia a favor de Biden se perfilaba definitiva, el presidente logró que el fiscal general de Estados Unidos, William Barr, diera luz verde a la investigación electoral solicitada, aunque con la salvedad de considerar “denuncias sólidas” y “sustanciales”, de no perseguir “afirmaciones fantasiosas o inverosímiles”. Trump logra así abrir una brecha, una batalla legal que empañe el acto electoral, cuestione el sistema político del país y desacredite la legitimidad de Joe Biden como sucesor en la Casa Blanca. Logra dar un golpe a la institucionalidad.

Y aunque los analistas coinciden en que las pruebas parecen ser insuficientes para dar vuelta los resultados, el temerario e incombustible maestro de los límites no admite su derrota, reclama un triunfo improbable y bloquea el proceso de transición de Biden, tal vez en un intento tan renovado como sorpresivo de incendiar la pradera y ampliar en su provecho la ventana de lo aceptable.