N° 1734 - 10 al 16 de Octubre de 2013
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuando un director de cine quiere filmar a un personaje real, el personaje actúa. No deja de ser lo que es, simplemente pone más énfasis en sus mañas y exagera posturas que le son propias. La película tiene que salir bien. El presidente José Mujica sabe eso y por eso hizo bien los deberes cuando viajó a Nueva York. La posibilidad de que el director Emir Kusturica ande en la vuelta con la cámara por todos los lados, debía estar prevista.
Mujica disfruta de su personaje internacional. Logró un estatus privilegiado que es el de ser conocido y que todos hablen de él, con asombro y hasta admiración. Algunos hasta quieren darle un Premio Nobel, vaya a saber en qué rubro. Causó furor en España. Con un país en crisis y con una infanta que pese a vivir como una princesa igual se vio involucrada en un escándalo financiero con su marido, ¡cómo no iba a impactar un presidente austero y de estilo casi monástico!
A todos los presidentes les gusta ese reconocimiento internacional, en especial cuando empieza a mermar adentro del propio país. Las resistencias y desconfianzas locales se compensan con el calor y el cariño de los de afuera. Lo cual es lógico: afuera ven lo mejor del personaje, que sin duda lo tiene, y no padecen lo peor.
Lo llamativo es lo bien que funcionan las “claques” promovidas por el entorno presidencial. De golpe, todos empiezan a repetir lo bien que estuvo Mujica acá o allá. Algunos lo empiezan a hacer mucho antes de que ocurra. No saben aún qué dirá o hará, pero lo elogian con anticipación por las dudas. El discurso presidencial ante la ONU estuvo anunciado como una genialidad varios días antes que lo dijera. Hasta el mismísimo presidente, un maestro en su propio marketing, alimenta con pícaro disimulo esa expectante adulonería.
Esto no es invento de Mujica. Los anteriores presidentes también lo hicieron, solo que Mujica lo exacerbó hasta lo indecible y logró pasar por exclusivo algo que ya existía.
Todos los presidentes, menos uno, solían moverse con cierta libertad por las calles en el ejercicio de la Presidencia. Es cierto que no vivían en chacras ni tenían perros de tres patas y solían vestir traje y corbata. Los que se mudaron a la residencia de Suárez y Reyes fue porque el movimiento que generaban en su barrio y, en algún caso, en su edificio de apartamentos, provocaba serias molestias a los vecinos. Además, Suárez tenía todo previsto para que un presidente funcionara con comodidad. Los dos últimos mandatarios, si bien habitan en lugares donde el espacio permite un adecuado perimetraje, pese al gesto de austeridad, de alguna manera terminan duplicando costos logísticos.
Con la excepción de Tabaré Vázquez, que era más meticuloso en los temas de seguridad e incluso una motocicleta con sirena le abría paso cuando se trasladaba en auto, los demás presidentes usaron poca y disimulada escolta y eran de comer en lugares públicos, igual que Mujica. Tal vez lo hicieron más al comienzo de sus presidencias que al final, ya afectados por el desgaste. Aun así, casi al término de su segundo período y con una popularidad en franca merma, al salir de un acto Sanguinetti fue interceptado por un grupo de estudiantes que estaban haciendo un trabajo para sus cursos de Ciencias Políticas y vieron oportuno hacerle una consulta, allí mismo en la acera. Conversó con ellos como la cosa más normal del mundo.
Esto no pasa en casi ningún otro lugar del mundo; es una característica muy uruguaya, que Mujica la llevó a su extremo posible, pero no la inventó.
Cuando Sanguinetti inició su Presidencia después de la dictadura y daba sus vigorosos discursos improvisados en las Cortes Españolas y otros países de Europa, o cuando recorría Costa Rica y participaba en las cumbres de Contadora, causaba un impacto fuerte y dejaba bien parado al país. Pero también tenía su claque de jóvenes colorados que insistían en convencer a todo el mundo de que era un fenómeno y que nadie llegaba a su altura.
Los periodistas, desconfiados como eran entonces (y como deberían serlo aún hoy) tomaban esas versiones con pinzas. No compraban los versos en su forma más cruda. Verificaban por otras fuentes, cepillaban las partes más exageradas y revestidas, mostraban los matices y bajaban la información a su dimensión real. Sanguinetti saldría a veces mejor parado y otras no tanto. Pero no según la visión oficial que querían vender sus propagandistas. Había cierto rigor en la tarea.
Ahora parece que todo lo maravilloso de Mujica debe ser replicado en las redes, en los medios, en la prensa y guay del que dude si las cosas fueron tan así.
El discurso ante la asamblea de la ONU, que tanto maravilló, no pasará a la historia. Mujica no dijo nada relevante allí. Repitió lugares comunes propios de la “corrección política”. Predicó el consumismo pobrista de un ermitaño religioso, no de un estadista. Un catequista de parroquia hubiera dicho cosas más sustanciales.
Sin embargo, hubo que aplaudir el genio y talante presidencial, la atención que despierta en el mundo y ahora, además, sus brillantes cualidades de negociador en Colombia. No es capaz de resolver el entuerto con la vecina Argentina y pretende terminar una guerrilla que lleva medio siglo en acción. Ojalá tenga suerte, y esto dicho con toda la sinceridad posible. Pero, ¿no hay negociaciones más urgentes a llevar en la región?
Lo más admirable es que con su marketing, el presidente se ha vendido como uno popular y de reconocimiento internacional, sin casi haber gobernando. ¿Cuál es el legado que deja este gobierno? ¿El lanzamiento de la forestación como actividad productiva? ¿Una reforma portuaria crucial? ¿Una decisiva reforma jubilatoria destinada a sacar al país de una situación que lindaba en la crueldad? ¿La defensa y acentuación de algunos de estos aspectos?
En realidad no ha dejado nada. Solo una larga e interminable lista de prioridades en una agenda cambiante, caprichosa, antojadiza, en la que mucho se promete, de mucho se retracta y poco se avanza. En lo interno nada, en lo externo una sumisa actitud ante los vecinos. Su gran pecado, el de haber prometido transformar la educación y dejarla más destrozada que nunca. Sobre todo hizo filosofía y logró sintetizar su desprecio a la institucionalidad democrática con su célebre premisa de que lo político estaba por encima de lo jurídico.
Las encuestas no favorecen su gestión de gobierno y por eso, para volver a ganar, las expectativas se vuelcan a un Tabaré Vázquez que ha debido exponerse más de lo que quisiera para convencer de que lo que sigue será mejor. Sin embargo, las encuestas igual muestran que la gente lo quiere. A él, no a lo que hace. Es querible, no competente.
En su dicharachero no hacer nada, en su inteligente venta de su personaje, en su marquetinero funcionamiento, la Presidencia de Mujica se ha hecho larga, interminable, producto de que es mucho el ruido hecho y pocos los logros que deja.