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Son relatos de cuando los piratas iban a dar a la costa de Maldonado después de hacer un largo viaje por el Atlántico, en un tiempo en el que ni siquiera se llamaba así esa zona, cuando los camellos hundían sus largas patas, traídos por un visionario que también arribó con moreras y gusanos de seda para fabricar la preciada tela. Estos relatos clásicos para quienes viven en el este serán editados para niños, en un proyecto que ganó 209.000 pesos del fondo ProCultura del departamento.
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El libro se llamará “Historias de un pueblo que dejó de serlo” e incluirá tres cuentos: “El tesoro de la isla Ka’huí”, “Los camellos que llegaron a Maldonado” y “La historia del pirata Moreau”. Se editará en papel de calidad, a cuatro tintas, con textos de la poeta Silvia Guerra, ilustraciones de Inés Olmedo y el diseño de Gustavo “Maca” Wojciechowski. La idea es editarlo este verano, con el fin de aprovechar la temporada y hacer presentaciones en varios puntos del este.
El nacimiento del proyecto ocurrió en familia. Guerra es hija de la historiadora María Amelia Díaz de Guerra, quien hoy tiene más de 90 años y dedicó gran parte de su vida a estudiar la historia de Maldonado. Inés y Silvia nacieron ahí y compartieron sus años escolares y liceales, escuchando aquellas historias de piratas. “Mi viejo coleccionaba unas baldositas que se hacían en Maldonado, de la época de la Colonia, cuyos diseños incluí en los dibujos”, comentó a Búsqueda Olmedo.
A Guerra le sedujo la idea de escribir lo que ellas escucharon de niñas, para invitar a los niños a realizar su propio recorrido entre la realidad y la fantasía, al poder leer y visitar los lugares que se mencionan, descubriendo el nombre de algunas playas, las costumbres y la fauna que merodeaba por allí: apereás, zorrillos, Martín Fierro, yaguareté o el tigre americano.
En su origen eran ocho historias, de las que seleccionaron tres para publicar. “Todo es histórico, real, dos son de piratas, y en un caso Silvia limó el final, donde dice que al pirata lo matan los españoles, pero está todo referenciado con notas al pie”, explicó Olmedo.
Por el año 1814, un empresario muy visionario instaló una fábrica de cerámicas donde se hacían las baldositas que Olmedo recuerda. Entusiasta, trajo algunos camellos y además gusanos de seda y moreras de China con el fin de hacer seda.
El relato de los camellos se cuenta desde la perspectiva de una niña, una de las hijas de este hombre. “Se relata todo el tole tole que se arma en el pueblo con la llegada de los animales, les hacen unos decorados y se organiza una gran fiesta, de lo cual el padre no sabe nada, sino que se entera al final. Es la unión de las dos historias, porque no hubo fiesta por los camellos sino por otra cosa, aunque la descripción de lo que se sirvió de comida y todo lo demás, es real”, dijo Olmedo, quien se siente gratificada de poner imágenes a estos episodios.
Guerra estuvo un año trabajando con el archivo de su madre, que formó parte del Centro de Documentación Departamental. Y ahí encontró información sobre estos relatos de cuando el territorio era una amplia extensión conformada por Maldonado, Rocha y Lavalleja. Retoma, entonces, lo investigado por la historiadora. “Pensé que estaría bueno contarlo para chiquilines. Mis primas tienen unos gorditos chiquitos a los que les gustan las aventuras de piratas y se me ocurrió que podía contárselas a ellos. Que estaba bueno que fuera una cosa tan estrafalaria, que tanto gusta a los niños, y a su vez tan cercana, porque vas a la esquina y se puede ver dónde pasó. La primera historia que escribí fue la del pirata Moreau como regalo de cumpleaños para uno de estos nenes”.
“El tesoro de la isla Ka’huí” tiene que ver con el origen del nombre de la playa, explica Guerra. “Hubo un tesoro enterrado por unos piratas que navegaron un poco por el arroyo Maldonado, porque venían perseguidos por los ingleses que en aquel entonces patrullaban la costa, y quemaron las naves en la isla que está en el arroyo Maldonado hacia San Carlos. Cruzaron y se escondieron en los cerros de Seijo, una parte de las sierras de Carapé. Y ahí pintaron un Cristo en una roca, que todavía está”. Durante gran parte del siglo XX se hicieron peregrinaciones y se daba una misa en ese sitio, una costumbre que más adelante se perdió.
Por otra parte, la historiadora Díaz de Guerra estudió muchos años al empresario Francisco Aguilar, que si bien tuvo participación en Montevideo, se estableció y vivió mucho tiempo en Maldonado. “En aquel entonces aquello era un arenal infernal, no se podía andar en nada, se hundían los caballos y las ruedas ni hablar, y por eso se le ocurrió llevar camellos, porque él era oriundo de las Islas Canarias, donde también hay camellos. Vivieron mucho tiempo hasta que Aguilar se murió, nadie los cuidó y se murieron”, recordó Guerra.
A estos textos la escritora les agregó, además de anécdotas, detalles atractivos para los más pequeños: lo que pudo ver el pirata Moreau cuando bajó del barco, los animales y las plantas, o costumbres de esa vida, como no bañarse durante los meses en alta mar.