“Esto está en venta”.
Aunque mantenía a mano un Smith & Wesson 38, las últimas horas de libertad de Amodio no fueron precisamente buenas. “Después de haber tenido la entrevista con el líder (Raúl Sendic), su idea de que estaban haciendo mierda la ‘Orga’ quedaba confirmada para él. Había perdido toda motivación, pensaba salir del país para encargarse de reunir a los que lograran salvarse de la derrota inminente y reorganizarlos para el regreso. Pero antes quería cumplir un propósito: rescatar a la Flaca (Alicia Rey Morales). ‘Ella fue a buscarme dos veces, ahora me toca a mí’” le había dicho, según contó muchos años después Rodolfo Wolf, el otro clandestino detenido con Amodio, en un relato que tituló “El traidor” y que publicó Ediciones de la Banda Oriental en 2005.
Wolf, al que sus compañeros llamaban “El Mojarra”, narró las impresiones que tuvo de esas últimas horas con Amodio antes de la caída: “Su palabra significaba mucho para mí. Pero había perdido su tono firme y cuando hablaba de su compañera se le enturbiaban los ojos. No me di cuenta de que era un hombre quebrado. (…) Dormíamos vestidos y con las armas a nuestro alcance. Sabíamos que, de encontrarnos ‘los verdes’, teníamos pocas posibilidades de zafar. (…) Con la experiencia anterior sabíamos que los que vinieran a buscarnos podían tener datos sobre el escondite. Y no había conexión a las cloacas ni escaleras que nos permitieran huir (…). Y ocurrió la caída tan temida. Esposados y encapuchados seguimos caminos distintos”.
“La he pasado mal durante años. No estoy dispuesto a seguir sufriendo. Hablemos. ¿Qué es lo que quieren?”, habría dicho Amodio a espaldas de Wolf.
“Soy Amodio Pérez. Decile a tu jefe que esto está en venta” habría dicho en otro momento señalando su propia cabeza.
A partir de ahí comenzó a negociar su libertad y la de su compañera a cambio de entregar la dirección de la organización, sus prisioneros, locales y depósitos de armas.
“Él decidió abandonar la lucha y salvarse junto con su compañera”, resumió Wolf.
Cuando ya estaba por salir el sol de ese 23 de mayo, el capitán Carlos Calcagno, jefe del S-2 (inteligencia) del batallón Florida, comenzó la primera conversación con el detenido, al que debía cierta atención por tratarse de un familiar lejano.
“Mañana Sendic va a almorzar al Santiso” (un local con una fonda como cobertura ubicada en el barrio La Comercial), fue uno de los primeros datos que ofreció Amodio, como quien tira el 2 de la muestra haciéndose el distraído en un partido de truco.
Al poco rato, el capitán Luis González y el teniente 2° Armando Méndez, salteando el conducto habitual del regimiento, informaron al general Esteban Cristi, jefe de la Región N°1, de la que dependía el Florida.
Ese invierno de 1972, cuando los militares llegaron a la cantina, Sendic ya no estaba y el local había sido evacuado. El general, sin embargo, aceptó la propuesta de colaboración y prometió a cambio dinero y documentos para que Amodio y su compañera, Alicia Rey, huyeran al exterior.
Fuentes militares indicaron a Búsqueda que González tuvo que presionar para que el Ejército cumpliera con su palabra de entregar documentos y dinero (entre 25.000 y 250.000 dólares de hoy, según las fuentes) en una fecha cercana al primer semestre de 1974.
El nuevo agente “free lance” del Ejército fue ubicado primero en las celdas y algunos días después de la caída de la “cárcel del pueblo” se despidió de algunos “compañeros” y simuló que era trasladado a un lugar incierto, pero en realidad fue alojado en una de las habitaciones del primer piso reservadas para oficiales. Allí compartía el baño con ellos y, como cualquier oficial, tenía a su alcance todo tipo de armas. Rey, que al comienzo estaba en los barracones incomunicada con las demás presas, luego, como parte del acuerdo, pasó también al alojamiento de oficiales junto a su compañero y quedó oculta para la vista de los demás detenidos a los que se les aplicaba un duro tratamiento que incluía “tacho” (inmersión de la cabeza en agua) en la azotea.
“Amodio hizo mucho más que ordenar los papeles. Es cierto que salía uniformado de soldado a ‘marcar’ a sus ex compañeros. Ocurrió así en los casos de Julio Marenales, Enrique Rodríguez Larreta y muchos otros apresados por nosotros en plena calle luego que Amodio los había reconocido. Es más, cuando algún oficial estaba sin hacer nada en el cuartel, a menudo llamaban a Amodio para que saliera a recorrer la ciudad en busca de tupamaros. Si volvía sin ningún detenido ese oficial adquiría enseguida fama de inútil o cobarde”, relató a Búsqueda un oficial que sirvió en el Florida y que compartió patrullajes exitosos con el fundador del MLN-Tupamaros.
En una serie de cartas enviadas a varios medios y atribuidas a Amodio Pérez, difundidas por “El Observador”, el ex dirigente tupamaro si bien reconoció su colaboración negó ser un “traidor” responsable de la derrota de la organización y sostuvo que fue un “chivo expiatorio” de los errores cometidos por los demás dirigentes, entre ellos Raúl Sendic y el actual presidente José Mujica.
El supuesto Amodio dijo que su actuación se limitó a “ordenar los papeles de la OCOA” (Organismo Coordinador de Actividades Antisubervivas) y negó haber salido uniformado a detener militantes como lo acusan. Acerca de su intervención en la caída de la ‘cárcel del pueblo’ afirmó que ocupó el lugar de Adolfo Wassen en la negociación con sus ex compañeros, porque este se quedó temblando de miedo en la camioneta del Ejército, y que al otro día los diarios dijeron que él había entregado todo. En alguna vitrina del batallón Florida, ubicado en camino Maldonado después que el general Gregorio Álvarez ordenó la destrucción del viejo cuartel del Buceo, está uno de los pocos documentos de aquella época, la pistola que llevaba Julio Marenales cuando fue detenido en la calle Leandro Gómez, el 26 de julio de ese 1972.
El ex profesor de la Escuela de Bellas Artes, uno de los que mejor conocía a Amodio desde la época en la que ambos eran militantes del Partido Socialista, no dudó cuando lo vio pasar a bordo de un camello. Segundos después llegó la confirmación: apenas tuvo tiempo de decir a su contacto que huyera y fue herido con un disparo en el hombro y solo salvó su vida porque una bala de 9 mm impactó en la pistola que llevaba en la cintura, luego de haber arrojado a los militares una granada que no explotó.
Juan Fachinelli tuvo menos suerte. Habría sido reconocido por Amodio en medio de un grupo de detenidos en la Plaza de Armas del Florida. Haberlo descubierto despertó euforia en algunos oficiales: “Tenemos al rey de los berretines”, comentó uno de ellos, según testimonios que recogió Búsqueda. Fachinelli murió el 27 de junio de 1972 mientras lo interrogaban.
El caso de Rodríguez Larreta, ahora antropólogo en Brasil, fue más espectacular: lo detuvieron en un cine de la calle Rivera con su esposa mientras pretendía escapar de una patrulla. Por indicación de Amodio, en medio de la proyección de “Pequeño gran hombre”, encendieron las luces de la sala y se lo llevaron, según confirmó éste a la historiadora Clara Aldrighi y al periodista Leonardo Haberkorn.
Búsqueda consultó a otros ex militantes del MLN-Tupamaros que dicen haber sido entregados por Amodio y llevados al Florida. Carlos Martell, uno de los 111 fugados de Punta Carretas, creyó ver a Amodio detrás del teniente que lo detuvo mientras iba a un contacto en avenida General Flores, el 8 de agosto de 1972.
Otros testimonios de casos similares son el del maestro de Treinta y Tres Angel Yoldi, ya fallecido, el de Pascual Cuartiani, el de William Haller y el de Julio Listre (ver recuadro en pág. 10).
Alarma en Juan Paullier 1190.
A pesar de que en su tarea de asesoramiento, Amodio recorrió varias unidades militares antes de pasar del Florida a Caballería 9 (cuando Cristi ordenó desmantelar el plantel de oficiales “tupamarizados”), y que luego testimonió ante la prensa contra el ex senador del Frente Amplio Enrique Erro, cuyo desafuero por apoyar a los tupamaros terminó como excusa para disolver las cámaras el 27 de junio de 1973, uno de los hechos más detonantes fue su contribución a la caída de la llamada “cárcel del pueblo”.
En un berretín ubicado en Juan Paullier 1190 estaban el ex presidente de UTE Ulysses Pereyra Reverbel y el ex ministro de Ganadería Carlos Frick Davie, secuestrados más de un año antes por los tupamaros.
Cuando los militantes Eduardo Cavia, Oscar Bernatti, Raquel Dupont y Adriana Castera bajaron, sin saber dónde estaban, al berretín a tomar —por tiempo indeterminado— la guardia de los dos secuestrados, sabían que la situación de la organización se había puesto muy complicada porque las caídas de sus compañeros iban en aumento. La única instrucción precisa que tenían era matar a los rehenes en caso de un enfrentamiento. No tenían órdenes expresas de qué hacer con los dos secuestrados en caso de que fueran descubiertos por las Fuerzas Conjuntas y no se produjera ese enfrentamiento. Fachinelli, cuyo nombre de guerra era Enrique, había enseñado al equipo cómo construir un túnel para escapar por las cloacas.
Cuando en la madrugada del 27 de mayo en el sótano se encendió la luz de alarma faltaba cavar unos 40 centímetros para que la salida subterránea quedara libre.
Sin embargo, cuando el general Cristi y el teniente coronel Carlos Legnani acordaron la forma de llevar adelante el operativo que sería un gran hito en la lucha antisubversiva, una de las medidas que adoptaron, fue que un equipo controlara las cloacas, de modo que el esfuerzo constructivo de los tupamaros hubiera sido inútil.
Fue así que cuatro días después de la caída de Amodio, a las 4.30 de la madrugada del sábado 27, el dirigente Adolfo Wassen Alaniz golpeó la puerta en la casa de la calle Juan Paullier. Wassen había sido detenido por el batallón de infantería 13, el 20 de ese mes, y luego de ser torturado fue trasladado al Florida. Allí Amodio, que simulaba ser un preso más, lo convenció de la necesidad de entregar la “cárcel del pueblo”. Ninguno de los dos sabía dónde quedaba, pero sí que el “inspector” de la cárcel era Wolf.
“Entonces traigan al flaquito que cayó conmigo” habría dicho el fundador de la orga, ahora pasado al enemigo.
En una entrevista que concedió en 2003 a la historiadora Aldrighi, Wolf describió las circunstancias que rodearon la ubicación de la “cárcel del pueblo” en mayo de 1972.
“Tanto él como Wassen se hallaban presos y estaban siendo terriblemente torturados. No sospechaban ni imaginaban que Amodio, a quien mucho apreciaban y respetaban por su condición de antiguo dirigente y por haber compartido años de militancia en la dirección de la columna 15, estuviera colaborando con los militares para desmantelar el MLN. Hay que decir que durante un tiempo otros tupamaros de larga trayectoria, presos con Amodio en el mismo cuartel, —entre ellos Arturo Dubra— tampoco advirtieron la defección de Amodio, que hacía todo lo posible para enmascararla” explicó la historiadora.
La reconstrucción realizada por Aldrighi explica que Amodio empleó toda su ascendencia y autoridad primero sobre Wassen y luego sobre Wolf para que este último revelara la dirección de la “cárcel del pueblo”. El argumento empleado por el traidor para persuadirlos fue que su ubicación por las Fuerzas Conjuntas era cuestión de días, porque ya habían obtenido mediante torturas el conocimiento de la zona donde se encontraba y estaban por realizar en el área allanamientos minuciosos y masivos. “Amodio decía que los militares le habían advertido que apenas descubrieran la cárcel, matarían a todos los tupamaros que se encontraran allí en funciones de cobertura y custodia”.
El ex jefe de la Columna 15 dijo entonces a Wassen y por su intermedio a Wolf, que para evitar esa masacre era necesario revelar a las Fuerzas Armadas su precisa ubicación.
Luego que escuchó el timbre, José Luis Porras, encargado de la cobertura legal a la casa, salió a la ventana y reconoció a Wassen. Lo hizo pasar, incluso lo cacheó nervioso como era de estilo antes de entrar a una “cárcel” y llamó a Cavia, que era el responsable del grupo.
Según dijo Porras a Búsqueda, Amodio —a diferencia del relato incluido en la carta dirigida a varios medios— no entró esa madrugada en la casa, aunque Wassen le dijo que estaba esperando en un vehículo. Según recuerda Porras, ambos respaldaban la propuesta porque les habían dicho que los militares tenían el dato de que contaban con una camioneta Indio roja (luego usada por el Florida) y que estaban a pocas cuadras de allí.
Porras, que junto a su esposa Zulema Arena y cuatro hijos pequeños, servía de cobertura a la “cárcel” donde desde hacía cuatro meses estaban Pereyra Reverbel y Frick Davie, Cavia, el encargado de la guardia, y los tres militantes que esperaban armados con dos fusiles M 1, dos pistolas y cuatro revólveres, dispuestos a matar a los secuestrados y resistir, escucharon de parte de Wassen argumentos similares y luego de una tensa espera resolvieron entregar la posición.
En la película “Siete instantes” (México, 2008) de Diana Cardozo, Castera contó que Wassen y Cavia discutieron porque el primero sostenía que “había que asumir la derrota” y salvar las vidas de todos ellos a cambio de las de los secuestrados, mientras que el responsable de la custodia, pensaba que era “una locura” entregarse. Finalmente, contó Castera, Wassen liquidó la situación diciendo que se trataba de “una orden de la dirección” y que “tenían que subir todos”.
Secuestradores y secuestrados salieron todos juntos a propuesta de Pereyra Reverbel, quien aconsejó hacerlo así “porque si no, a ustedes los van a matar”, según contó Castera a Búsqueda.
Reconocimiento militar.
Durante un acto realizado en 2003, a 31 años de la caída de la cárcel tupamara, el ahora coronel retirado Legnani hizo una descripción resaltando cómo se pudo realizar la operación “sin disparar un tiro y respetando a secuestrados y secuestradores”.
Según una crónica de “La República”, Legnani, dirigiéndose a los oficiales jóvenes, que estaban marcialmente formados en la nueva sede del batallón, afirmó que “en la tarea previa para lograr la ubicación exacta” se contó con la colaboración del traidor del MLN, Amodio Pérez. También indicó que luego “para lograr que quienes estaban adentro de la Cárcel se rindieran” participó en las negociaciones el hoy fallecido dirigente del MLN, Adolfo Wassen Alaniz.
Legnani, además de describir el operativo, afirmó que “fue una operación exitosa y limpia” y agregó —que “en estas épocas de cambio que estamos viviendo, es muy importante recordar estas fechas, porque unen a la familia militar”.
Esta semana, mientras el resto de sus ex compañeros se llamaron a silencio, el ex dirigente tupamaro Jorge Zabalza envió una carta a los medios en la cual insiste en la diferencia entre Wassen y los demás dirigentes que, como él mismo, pasaron cárcel y tortura durante 12 años, y quienes —como Amodio y Rey— fueron puestos en la frontera para desaparecer por casi 40 años.
Política
2013-05-30T00:00:00
2013-05-30T00:00:00