Aunque pasó algo desapercibido, entre el jueves 2 y el jueves 9, la reluciente Sala Verdi fue el escenario del Primer Festival Internacional La Escena Vocal, una verdadera demostración de calidad artística y eficiencia en gestión cultural.
Aunque pasó algo desapercibido, entre el jueves 2 y el jueves 9, la reluciente Sala Verdi fue el escenario del Primer Festival Internacional La Escena Vocal, una verdadera demostración de calidad artística y eficiencia en gestión cultural.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFueron cinco recitales de calidad internacional y tres clases magistrales a cargo de 16 figuras uruguayas y extranjeras, en un ambiente de cámara ideal para poder apreciar la música bien de cerca, en condiciones inmejorables. La creadora, productora y curadora de este estimulante encuentro es María Julia Caamaño, una destacada gestora cultural uruguaya que fue la voz de los intervalos de la Cadena Internacional de Transmisiones Radiales del Metropolitan Opera House de Nueva York para América del Sur. A su regreso al país, en 2006, asumió la dirección artística del Sodre, y en 2010 condujo un notable programa radial de música clásica en CX 6. Como Julio Bocca en el Ballet Nacional, Caamaño aprovechó sus abundantes contactos internacionales para lograr la llegada de figuras de la lírica mundial como la mezzosoprano española Nancy Fabiola Herrera, muy aplaudida en 2008 en la producción local de “El barbero de Sevilla”; la formidable soprano chilena Verónica Villarroel, formada en la escuela Juilliard de Nueva York, y el barítono argentino Víctor Torres, un desconocido para la escena local que deslumbró con una voz expresiva y versátil.
Herrera abrió el festival con un recorrido por el repertorio español clásico, moderno y contemporáneo, y Villarroel lo cerró con una enorme demostración de talento y oficio vocal, evocando junto a Torres un dúo de “Il Trovatore”. Las clases magistrales que ambas dictaron a un grupo de jóvenes cantantes uruguayos fueron perfectamente complementarias: mientras la española se centró en la interpretación, la comprensión cabal de los textos y la dimensión corporal del canto —no solo se canta con la garganta sino que toda la anatomía humana se pone al servicio de la voz—, la chilena hizo gala de un gran despliegue físico para explicar cómo colocar la cabeza, cómo manejar la musculatura y optimizar la función de los resonadores naturales del cuerpo humano.
Ambas volcaron exhaustivamente su experiencia acumulada en catedrales del canto como el Metropolitan de Nueva York, el Covent Garden de Londres, la Ópera de París, el Gran Teatro del Liceo de Barcelona y la Arena de Verona. Una dio una clase teórica que disparó resortes filosóficos sobre el oficio del artista y su lugar en el mundo, y la otra hizo práctica pura, sentada en el piso si era necesario, para apreciar desde todos los ángulos el vibrato, la potencia y la seguridad de Kaycobé Gómez, una de las sopranos uruguayas que más la impresionaron. Y Torres, un auténtico producto del Teatro Colón de Buenos Aires, también volcó su vasta experiencia regional e internacional, en un plano docente menos efusivo pero igual de profundo y rico.
En charla con Búsqueda, Villarroel destacó la calidad de los intérpretes uruguayos que actuaron en el festival, y se refirió a su actual experiencia docente en Santiago, donde desde 2010 dirige, a tiempo completo, la Academia Verónica Villarroel. Herrera, por su parte, aseguró que este tipo de festivales, donde los cantantes conviven durante varios días y comparten lo mejor de sí con el público y con sus colegas, “ya casi no existen en el mundo”, y alentó a valorarlos, apoyarlos y dotarlos de los medios necesarios, porque “ enriquecen una escena local, hacen posible su proyección internacional y colaboran con la conservación de esta rica tradición artística”.
Caamaño, por otro lado, explicó la importancia de jerarquizar lo vocal en el medio nacional: “El canto, desde siempre, ha sido válvula de expresión de los seres humanos, y son múltiples los estilos que se derivan de esa canalización de las emociones en la voz. El estilo de canto que presenta La Escena Vocal cultiva la pureza de emisión y la homogeneidad de registros. Tiene la magia de la voz en estado natural, a la vez poderosa y vulnerable”.
La soprano argentina Carla Filipcic y el bajo uruguayo Marcelo Otheguy fueron otras grandes figuras de un festival que tuvo la virtud extra de ordenar temáticamente los recitales: música española, el canto femenino, canciones de nostalgia y exilio, músicas de las tres Américas y la mítica figura de la mezzosoprano francesa Pauline Viardot, una de las máximas cantantes del siglo XIX, fueron los temas de los cinco conciertos.
Los repertorios incluyeron creaciones no muy difundidas en el medio uruguayo de figuras como Chaikovski, Schumann, Schubert, Ravel, De Falla, Berlioz, Brahms, Fauré, Gounod, Bernstein y Guastavino, entre otros. Fue un deleite escuchar, por ejemplo, las canciones de la ópera “Mignon”, de Ambroise Thomas, sobre la novela de Goëthe “Los años de aprendizaje de Wilheim Meister”.
Pero ningún rubro fue descuidado. A la estupenda acústica natural de la sala se sumaron el piano brillante, gracias a intérpretes como la chilena Karina Glasinovic, la uruguaya Mariana Airaudo y especialmente el argentino Fernando Pérez, la iluminación a tono con cada pieza, el subtitulado que permitió la cabal comprensión de los textos, y un completísimo programa de mano que se ganó su lugar en la biblioteca del melómano más exigente, con información adecuadamente editada sobre el repertorio, los autores, los intérpretes y especialmente los contextos de cada obra.
La primera edición de La Escena Vocal resultó un gratísimo acontecimiento artístico. Por suerte, no será la última.