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    Mujica recorre el mundo para hablar con los “proletarios” del futuro

    Idolatrado en Londres, Tokio, Estambul y Berlín, el ex presidente difunde sus ideas entre la generación digital; visitó a Kusturica en Serbia para filmar nuevas escenas de una película sobre su vida

    Berlín. Tendría que estar en La Habana porque lo llamaron sus “viejos amigos del fuego y de la antorcha” para que los acompañara, dice. Tras décadas de conflicto, el gobierno de Colombia firma la paz con las FARC. Pero ese jueves 23 de junio, en cambio, José Mujica diserta sobre un escenario en una sala repleta de jóvenes en Berlín, que le sacan fotos con el celular. Reconoce que le cuesta moverse, que habla demasiado para sus 81 años y que sus huesos lo “rezongan todos los días”. ¿Por qué viaja, entonces, en vez de irse a celebrar con sus amigos en Cuba? Asegura que no solo porque lo invitan y le pagan los gastos. Su objetivo es hablarle al “proletariado” del futuro.

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    Mujica “olfatea” cambios para los próximos años: tomarán posiciones de decisión las generaciones de internet, todos hablarán al menos su idioma nativo y “un inglés universal chapuceado”, tendrán amigos por todo el mundo que ni conocerán, el sentido nacional será más “laxo”. Y habrá “un cataclismo” en el campo del trabajo, pronostica. Quienes no estén calificados dejarán poca plusvalía, por lo que se hará masivo el acceso a la universidad; el nuevo “proletariado” tendrá más educación. Aunque va a ser más difícil manipularlos, serán “bombardeados por la sociedad de consumo”. Y van a generar mucha más riqueza, dice Mujica. Viaja porque quiere “hablar con esos”, que “son los que van a venir”.

    Ellos lo idolatran y desbordan las salas en las que se presenta en su gira por Europa, que precede a invitaciones a Corea del Sur, India, China y México. Esta vez lo acompaña quien fuera su mano derecha cuando estaba en el gobierno, el ex prosecretario Diego Cánepa, que hace de todo, desde ayudar con las fotos hasta escoltarlo entre la multitud. La visibilidad de Mujica es tal que el gobierno uruguayo la sigue con recelo e intenta evitar que coincida con la agenda del actual presidente, Tabaré Vázquez (Búsqueda Nº 1.871).

    Mujica visitó Turquía en noviembre y Japón en abril, donde llenó auditorios de hasta mil personas. En el país asiático once millones vieron un programa especial de televisión sobre él un domingo en horario central. Conoció al monje budista que dibujó la historieta para niños “El presidente más pobre del mundo”, inspirada en su discurso en la conferencia Río+20, que lleva vendidos 150.000 ejemplares. También llegó a las 100.000 ventas el libro “Una oveja negra al poder”, que retrata sus múltiples facetas como político y gobernante. Los japoneses, dice Mujica, desarrollarán como nadie las máquinas inteligentes que van a sustituir el trabajo del hombre. Por eso “es un laboratorio de antesala para observar lo que puede y va a provocar esa inevitable revolución en la puerta del horno de la historia”.

    En la Universidad de Oxford, las más antigua de lengua inglesa, el presentador de la charla del lunes 20 dice que Mujica “encandila por quién es”; que no hubo muchos líderes políticos así en la historia del siglo veinte. Por eso lo invitó la Escuela de Gobierno Blavatnik. “Qué gobiernos bárbaros van a salir con este edificio. Qué responsabilidad asumen ustedes”, les dijo a los estudiantes. “Mi experiencia de gobierno me permite recordarles: las cosas no son tan difíciles. (…) Lo verdaderamente complicado son los cosos, los hombres y las mujeres, no los hechos”. La política no es una profesión sino “una pasión, un compromiso creador” y por eso “a quienes les guste mucho la plata mejor correrlos de la política”. El interés en esa actividad no es el dinero, explicó: es “el sentido del honor”.

    “Vine aquí a defender la intransferible necesidad de la política vista con altura. (…) Hay que luchar por la felicidad y nos han reducido en la vida a la competencia. La vida en competencia es mercado. O tú me arrancas las muelas o te las arranco yo”.

    Dos días después, en Alemania, visita el pasado. Lo conducen por las oficinas que pertenecieron a la Stasi, el servicio de inteligencia de Alemania Oriental, que ahora es un museo. Pasea entre habitaciones con muebles de madera y bustos de Lenin, por el archivo donde están apilados miles de registros que el gobierno comunista mantenía de los ciudadanos. “De todas maneras nunca acaban los males. No hace mucho nos enteramos que estaban espiando hasta a Merkel”, les dice Mujica a sus guías. “Hacen un museo para mostrar cómo los controlaban y ahora los controlan más que antes”.

    Al aeropuerto de Tempelhof llegaban durante la Guerra Fría los vuelos de puente aéreo que abastecían a la parte occidental de Berlín. Ahora el edificio aloja a parte de los refugiados que llegaron a Alemania. Mujica camina a paso lento pero sostenido por los hangares. Admira el despliegue de habitaciones prefabricadas, comedores y salas de juegos de las viviendas de emergencia. Es de tarde, hay empleados, guardias de seguridad y poca gente. Algunos lo reconocen y lo saludan al pasar. Recorre la explanada al costado de las pistas, donde hoy se extiende un parque, sube una escalera, atraviesa otra parte del edificio. De pronto, para sorpresa de la delegación alemana, grita “no camino más”, para en seco y se sienta en el piso.

    No parece disfrutar de las recorridas, los museos ni los actos protocolares. Cuando está por su cuenta, no sale del hotel. Se enciende cuando enfrenta a la multitud. Como a la tarde siguiente, que llena dos salas en la Fundación Friedrich Ebert y en el Instituto Iberoamericano, con pantalla gigante para los que quedaron afuera. Les advierte que Europa va a terminar de color “café con leche”, porque no va “a poder con África”, que “se les va a meter por todos lados”.

    “Los sirios quieren venir para Alemania porque es el primer mundo, está la vidriera. No rajan p’al sur. No buscan colonizar. Vienen donde piensan que está la mesa servida. (…) Y ustedes los tratan bárbaro porque son desarrollados y vivieron todo lo que vivieron y tienen un sentido muy abierto y quieren respetar a la gente. Y eso lo saben”.

    Advierte que esa no es la solución, sino que “hay que ir para allá y luchar por sacarlos de la pobreza”. La humanidad, asegura, necesita “un Plan Marshall”, pero no hay acuerdos políticos que permitan una “gobernanza mundial” para cosas que “ya ningún país puede arreglar”.

    “¿Estaremos en condiciones algún día de pensar como especie? ¿Nos podremos dar cuenta de que una señora africana que camina cinco kilómetros por dos baldes de agua no es de África, es nuestra?”.

    El discurso humanista y universal, la austeridad acorde a su prédica, el lenguaje campechano. Algo de Mujica fascina en el mundo y se ve en Berlín. Cuando un grupo de neurocirujanos argentinos interrumpe su almuerzo para perseguirlo media cuadra y tomarse una foto. Cuando alemanes y latinos, la mayoría jóvenes, se arremolinan a su alrededor después de sus charlas, nerviosos, la voz entrecortada, temblando o llevándose la mano al pecho. Cuando obstruyen el paso de su camioneta para vislumbrarlo por la ventanilla un poco más. Cuando irrumpe bajo una ovación en un auditorio o cuando en una ronda de preguntas alguien se pone de pie y le dice, antes que nada: “Gracias por existir, señor Mujica”.

    A sus admiradores él les regala una colección de frases de su repertorio y les pide que construyan “herramientas colectivas, partidos políticos o lo que quieran”, que tengan una causa y que se indignen por lo que está mal. Los llama a librar “una batalla de época”.

    “La historia de la humanidad es ir subiendo escalones, y en realidad no hay ningún premio final; el premio es el camino mismo. (…) El hombre nuevo es un pedazo rotoso de hombre viejo que reconoce lo que es y lucha por mejorarse. (…) No vamos a tener un mundo mejor si a su vez no procuramos mejorar nosotros. No le pidas al mundo, a los políticos, a la casualidad o a la historia que te arreglen la vida. (…) Hay una primera revolución dentro de cada uno de nosotros”.

    Mujica se va y los problemas quedan. Ese mismo día los ciudadanos del Reino Unido votan por dejar la Unión Europea, los mercados se desploman, aumentan las dudas sobre la estabilidad política en el continente. El ex presidente uruguayo sigue viaje hacia Belgrado. La gira debe continuar y lo espera el cineasta Emir Kusturica para rodar algunas tomas de su próxima película.

    Información Nacional
    2016-06-30T00:00:00