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Hace unos cuantos años, el Sodre en sus temporadas sinfónicas tenía la buena costumbre de informar en los programas de mano cuándo había sido la última interpretación de una obra por la Ossodre, o si por el contrario se trataba de una primera audición para nuestra orquesta. Perdida esa costumbre institucional y muerto el crítico Washington Roldán, que era un fichero ambulante y registraba todos esos datos, hoy no es posible hablar de fechas de interpretación de tal o cual obra.
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Esto viene a cuento del próximo concierto de la Ossodre, a realizarse el miércoles 25 de abril en el Auditorio Adela Reta a las 20 h, que incluye en su programa la Cuarta sinfonía de Bruckner, un autor muy poco frecuentado en los programas de nuestra orquesta. Creo que hace muchísimos años que la Ossodre no hace Bruckner y entonces la primera reacción ante su inclusión en el programa debe ser bienvenida porque, más allá de los gustos o preferencias del público, es bueno que se sacuda un poco el polvo que a veces se junta por la reiteración de ciertas composiciones. Y está muy bien que Bruckner esté acompañado en el programa por la obertura de Tannhauser, de Wagner, obra que causó una honda impresión en Bruckner, que además tenía gran admiración por Wagner.
Anton Bruckner (1824-1896) fue un músico de origen austríaco, hijo de un maestro de escuela rural y organista. Perdió a su padre a los 12 años y entonces lo mandaron a estudiar al monasterio de San Florián, donde completó su formación musical y su educación general. A los 31 años aceptó el cargo de organista de la catedral de Linz. Fue un organista muy destacado. Además de esa actividad daba clases de piano y estudiaba todo el día armonía y contrapunto. Esa dedicación casi obsesiva al estudio de la música dio un vuelco cuando tenía casi 40 años y conoció a Richard Wagner con motivo del estreno en Linz de la ópera Tannhauser. El encuentro no podría haber juntado a dos personas más distintas: Bruckner, un temperamento ingenuo de baja autoestima, un devoto católico proveniente de una familia rural de clase baja; Wagner, un hombre audaz y sofisticado, proveniente de una familia protestante de clase media, sensualista y hedonista, terriblemente seguro de sí mismo. Ese encuentro que ocurre en 1863 luego de la audición de Tannhauser remueve a Bruckner y lo define a lanzarse a la composición sinfónica. Sus nueve sinfonías son indiscutiblemente el legado más importante de toda su obra.
Pero vale detenerse algo más en este extraño personaje, sin duda un raro, que fue desarrollando una personalidad con rasgos maníaco-compulsivos, como contar los ladrillos y las ventanas de los edificios, revisar una y otra vez sus partituras, coleccionar decenas de pares de zapatos, fascinarse por tumbas y cementerios y tocar y besar los cráneos de Beethoven y Schubert cuando sus cadáveres fueron exhumados y trasladados a otro cementerio. Intentó hacer lo mismo cuando el cadáver del emperador Maximiliano después de haber sido ajusticiado en México en 1867 fue devuelto a Viena, pero le fue denegada la autorización para hacerlo. Cuando murió su madre ordenó una fotografía de ella en su lecho de muerte y lucía esa foto en el cuarto donde impartía sus lecciones de música. No tenía ninguna foto de su madre viva. Por otra parte, en materia de sexualidad se dice que acosaba a algunas alumnas jovencitas, pero lo cierto es que sus aproximaciones al sexo opuesto nunca tuvieron un final feliz. En 1867 y 1868 estuvo dos veces internado en una clínica por trastorno depresivo.
A partir de 1875, Bruckner impartió clases de armonía y contrapunto en la Universidad de Viena. Dentro del círculo de sus estudiantes preferidos estaban Hans Rott, Hugo Wolf y Gustav Mahler. La escena musical vienesa en esa época estaba polarizada por los partidarios del estilo musical de Wagner y los que preferían la música de Johannes Brahms. Bruckner era claramente partidario de Wagner, a quien le dedicó su Tercera sinfonía. Esa indisimulada preferencia hizo que Brahms alguna vez dijera de él que era un compositor de “boas-constríctor sinfónicas” y que Eduard Hanslick, un influyente crítico de la época, enemigo de la estética wagneriana, hablara de la obra de Bruckner con desprecio. Una muestra de la ingenuidad infantil del compositor fue que cuando el emperador Francisco José le preguntó qué podía hacer por él, Bruckner le pidió que le dijera a Hanslick que dejara de decir cosas desagradables sobre su música.
No obstante esa preferencia por Wagner, la música de Bruckner es claramente diferente a aquella. Sus sinfonías constituyen una síntesis entre la armonía romántica y la tradición contrapuntística. El procedimiento de desarrollo del discurso musical, centrado en el contrapunto, tiene poco que ver con la variación continua manejada por Wagner y su técnica del leitmotiv. Bruck-ner no renuncia al empleo de la forma sonata o a la tonalidad básica en las secciones principales. Sus movimientos adquieren largas dimensiones con la presencia casi siempre de tres temas, extensamente desarrollados desde su presentación, con tiempos en general lentos. Se contraponen momentos de clímax muy potentes con otros de gran lirismo, asociados principalmente a la belleza de las melodías. A lo largo de su trayectoria irá ampliando progresivamente la plantilla orquestal hasta alcanzar dimensiones wagnerianas, pero con una sonoridad muy distinta.
La Cuarta sinfonía que se escuchará el miércoles 25 no escapa a estas consideraciones sobre el estilo del compositor. Por momentos llama la atención con la belleza de una melodía y sus primeros desarrollos; luego esos desarrollos llevan a clímax breves que en ocasiones desaparecen abruptamente. No se trata de puertos o puntos de llegada sino más bien de treguas momentáneas en el discurso musical, que luego seguirá su desarrollo por otros lados. El apodo de “romántica” no luce muy adecuado, ya que la música parece más mística que romántica.
Anton Bruckner murió en Viena el 11 de octubre de 1896 a los 72 años, y a su pedido fue enterrado en la cripta bajo el gran órgano del monasterio de San Florián, muy cerca de Ansfelden, el pueblo donde había nacido. Las reglas de la armonía, el contrapunto y la composición que él se había ocupado de conservar y que ya habían sido amenazados por el genio de Wagner, serán ahora desmantelados por los talentos de Strauss y de Mahler. Pero esa es otra historia.