Nº 2217 - 16 al 22 de Marzo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa tasa de homicidios en El Salvador bajó de 51 cada 100.000 habitantes en 2018 a 15 cada 100.000 habitantes en 2021 (y hoy este guarismo debe ser aún menor, ya que hace más de 300 días que no se registra un solo asesinato). Este logro tiene una sola explicación: Nayib Bukele.
Para comparar, tengamos en cuenta que Uruguay (un país de llanuras suavemente onduladas, una población de apenas 3,5 millones de habitantes, una clase media robusta y un sistema democrático sólido) tiene una tasa de homicidios casi igual: 12 muertos cada 100.000 habitantes. Pero nuestra situación es mucho peor, ya que en El Salvador viven más de 6,5 millones de personas en un territorio de apenas 21.000 km2 vs. los 177.000 de nuestro “paisito”. Su PBI per cápita es de US$ 4.500 vs. los US$ 18.500 nuestros. La tasa de analfabetismo es de 6,6% en todo el país (y llega al 15,7% en el área rural), mientras en Uruguay es solamente del 1,5%. En materia de percepción de corrupción, ocupa el lugar 118 entre 180 países evaluados y Uruguay está en el 18.
Estos pocos datos comparativos nos muestran que, a pesar de que El Salvador es un país más pobre, más ignorante, más superpoblado y mucho más corrupto que el nuestro (todas condiciones favorables para que surja el delito), la tasa de homicidios es similar y los uruguayos no logramos bajar este guarismo, gobierne quien nos gobierne.
El éxito de Bukele es que aplicó normas claras y firmes contra los delincuentes (en especial contra las pandillas), quienes controlaban barrios enteros, manejaban el narcotráfico, chantajeaban a comerciantes y ciudadanos, a quienes pedían una suerte de “impuesto” a cambio de no matarlos a ellos o a sus familias.
El éxito de estos resultados se basa en estas acciones en un Plan de Control Territorial, que tiene como objetivo “ocupar” el territorio por parte del Estado, fortaleciendo las instituciones de seguridad, la implementación de programas sociales y la inversión en infraestructura.
Utiliza sin miedo ni pudor a las Fuerzas Armadas como herramienta de seguridad para combatir a las maras, quienes estaban mejor equipadas que la propia policía, dado el dineral que manejan. También libró un duro combate al narcotráfico, en su mayoría manejado por las propias pandillas, confiscando sus bienes, arrestándolos y extraditando sospechosos a Estados Unidos (recuerden que estas “maras” surgieron en los barrios de Los Ángeles por emigrantes salvadoreños, como la M13, la M18 o la MS Mara Salvatrucha).
Y acaba de inaugurar una gigantesca, moderna y segura cárcel que puede albergar a más de 50.000 reclusos.
Los “buenistas” del mundo que ocupan cargos en ONG, organismos defensores de derechos humanos, iglesias, universidades o en medios de comunicación están horrorizados con las políticas de Bukele. Les parece horrible que los presos apenas cuenten con una muda de ropa, que duerman sin colchones, que no puedan usar celulares ni ver televisión y que coman tortilla de maíz y frijoles, sin nada de pollo. A esto Bukele les responde que los muertos que ellos asesinaron duermen sobre lápidas más frías que sus camastros o que mientras haya niños, embarazadas o ancianos que ni siquiera comen tortilla y frijoles él no va a destinar recursos públicos para los delincuentes hasta no mejorar las condiciones de vida de los honestos (de hecho, les cobra unos US$ 170 por mes por el “alojamiento” que ocupan).
Decretó el estado de sitio, limitando algunos derechos ciudadanos, lo que para muchos es una amenaza al Estado de derecho. Por supuesto que hay que defender el Estado de derecho, pero el problema es que el Estado de derecho anterior (en forma similar a lo que sucede en Uruguay) ha estado más al servicio de los delincuentes que de los honestos.
Si bien los buenistas del mundo están en contra de Bukele, los salvadoreños parecen aceptar de buena gana sus políticas: las encuestas marcan que tiene más del 91% de aprobación. Para ellos, Nayib Bukele es “el salvador” (de la muerte, del miedo y de la corrupción).
Y no crea que Bukele es hijo de la “derecha rancia”, de la oligarquía o es militarista. Si bien es hijo de un próspero empresario y tiene dinero suficiente como para donar su sueldo de presidente para financiar becas de estudio, Nayib Bukele fue alcalde dos veces fichando por el FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) y su agencia de publicidad manejó las campañas electorales de candidatos de izquierda y excomunistas.
El problema de las pandillas no se arregla con paños tibios. Mire lo que es un “marero”. Mire su rostro y su cuerpo, tatuado hasta el último rincón con signos de muerte y violencia. Mire lo que son sus códigos éticos, entre los cuales está el asesinar a sangre fría a un transeúnte cualquiera como prueba de “iniciación” a esa mafia. Mire si están arrepentidos. Mire cómo el mundo hace arcadas con la pena de muerte; ellos sí aplican la pena de muerte todos los días, pero sin jueces, ni abogados, ni garantías. Mire cómo se comportan con sus congéneres, no respetando a nadie, ni siquiera a amigos o familiares. No parecen humanos, sino más bien animales. Y no cualquier animal, sino unos violentos, salvajes e indomesticables.
Si usted cree que puede tener una hiena como mascota en su casa, entonces crea que estos pandilleros pueden ser recuperados con clases de yoga, comida vegana, música clásica y coaching ontológico. Y en ese caso, acepte la oferta de Bukele: le ofrece pagarle el viaje a cualquier marero hasta la puerta de su casa para que usted lo cuide y recupere. Lo aloja junto con su linda esposa y su adolescente hija. Seguro que todos juntos vivirán felices y comerán perdices.