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Uno pensaría que los militantes y dirigentes del MPP son gente de cuero duro. Pero resultaron ser muy sensibles y, ante la rápida y contundente designación del gabinete por parte de Tabaré Vázquez, no pudieron disimular su malestar. Malestar que se refiere a gente concreta, con nombre y apellido. Al parecer, ellos tenían mejores opciones que María Julia Muñoz o Rodolfo Nin Novoa.
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Más allá de lo que implicó la veloz movida del presidente electo para presentarle al país (y a su propio Frente Amplio) hechos consumados e irreversibles, la designación de Nin Novoa es resultado de lo que podría llamarse “experiencia adquirida”. Por un lado, Vázquez buscó no repetir un error que pagó caro en su primera Presidencia con la designación de su ministro de Relaciones Exteriores. Por otro lado, evitó caer en los interminables cabildeos cargados de presión.
De todos los ministros, el canciller debe ser alguien de confianza del presidente por cuanto es necesaria una clara sintonía entre ambos para llevar adelante la política exterior. Sorprende, pues, que el MPP se muestre consternado. Es que el actual presidente actuó según esa misma lógica y Luis Almagro contó con la confianza personal de José Mujica. Si bien es un diplomático de carrera, no fue por su idoneidad o su capacidad estratégica que se lo eligió (muchas veces actuó más como un militante de comité que como un consumado diplomático), sino porque interpretaría bien lo que como presidente pretendía Mujica.
Cuando Vázquez fue elegido la primera vez, tuvo en consideración los equilibrios internos del Frente al nombrar a sus ministros. Eso le trajo algunos problemas, en especial con los dos socialistas que eran además figuras históricas de la izquierda. Ambos, José Díaz y Reinaldo Gargano, desde siempre habían expresado que querían ser ministro de Interior el primero y ministro de Relaciones Exteriores el segundo. La experiencia, sin embargo, resultó muy frustrante.
Si el tema de la inseguridad ya venía complicándose, con Díaz los problemas se potenciaron aceleradamente. No en vano ahora Vázquez insistió en dejar a Eduardo Bonomi en el cargo para el que fue designado por Mujica. Hay legítimas razones para que tanta gente cuestione con dureza a Bonomi; el problema es que no hay a la vista alguien que pueda hacer la tarea mejor que él. El riesgo de volver a opciones aún peores es grande (lo cual es una preocupante señal) y Vázquez no está dispuesto a correrlo.
Lo de Gargano fue más llamativo. El veterano dirigente socialista tenía su agenda propia para el Ministerio y rara vez coincidió con los objetivos del presidente. En más de un tema (el del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, entre otros) las diferencias eran tales que el ministro parecía boicotear al presidente. El enlace de este con esa hostil Cancillería fue, en numerosas ocasiones, José Luis Cancela, funcionario de carrera, si bien frentista, que luego fue embajador ante la ONU y que ahora ocupará la Subsecretaría. La cercanía y confianza generada en aquellos tiempos se concreta con una función que el futuro presidente sabrá apreciar.
En esta ocasión, Vázquez evitó repetir el error. Habrá que ver cómo funciona Nin Novoa como canciller. Pero fue su vicepresidente y se entendieron bien. Hay afinidad personal y en ese sentido su nombramiento es coherente. Tan coherente como lo fue el de Almagro para Mujica. Eso debería recordarlo el MPP y una de sus principales dirigentes, la esposa del presidente.
Nin Novoa, Cancela y Vázquez enfrentan un mapa levemente modificado respecto al que perduró hasta ahora. Por cierto, Vázquez nunca se entendió con los Kirchner. Pero la actual presidenta argentina tiene para apenas un año más: nadie sabe aún quién gobenará el país vecino durante buena parte del período de Vázquez. Es posible que sea un kirchnerista. Si llega a ser Daniel Scioli, como algunos vaticinan, su presencia la noche que Vázquez ganó la segunda vuelta fue un gesto de buena voluntad que no pasó desapercibido. Pero es probable que, de ser Scioli presidente, los cargos claves sean cubiertos por figuras fieles a una Cristina que no cederá su poder. ¿Significa esto que continuarán los problemas? Vázquez fue más duro con Argentina que Mujica, moderadamente seducido por el “modelo K”. Pero a los dos les fue igual de mal. Es que la solución a la complicada relación con Argentina no la tiene Uruguay, ni tampoco Argentina, sino el Kirchner de turno.
Toda la región está en cambio, aun cuando los presidentes afines a la ola “bolivariana” han sido reelegidos una y otra vez. Hugo Chávez ya no está y Venezuela se sumergió en tales problemas que no puede apadrinar a nadie más. Evo Morales y Rafael Correa con sus reflejos autoritarios siguen siendo populares y dictatoriales, pero algunas de sus decisiones escandalizarían a Chávez de estar vivo. Y Argentina presenta una gran intriga al avanzar en una crisis inventada en medio de la bonanza, paradójica como parezca.
Si bien Vázquez, para complacer a la militancia local, solía hacer su “saludo a la bandera” respecto a los países bolivarianos, nunca se mostró cómodo entre ellos.
El Mercosur es otro problema a afrontar. El presidente electo sabe que no se puede seguir sosteniendo una idílica postura de “patria grande” cuando nada de lo que ocurre favorece a Uruguay. Habrá que poner en la balanza las ventajas (que las hay) y las desventajas de esa relación, reestructurar el acuerdo y obtener espacio para un mejor desarrollo uruguayo. Así como están las cosas, el Mercosur es un problema. Esto implica, claro, mirar también a lo que está pasando en el Pacífico sudamericano y al resto del mundo.
Mujica y Almagro se apartaron de la tradicional política uruguaya respecto a Medio Oriente y expresaron su clara preferencia por la causa palestina y mayor distancia con Israel. Es deseable que Vázquez retome el equilibrio en ese tema.
Ambos presidentes tuvieron una relación muy próxima con Estados Unidos. El gesto de Mujica de recibir a los presos de Guantánamo, aun en un clima de desconfiada consternación por parte de mucha gente, así lo demuestra. Esa cercanía se dio tanto con el republicano George W. Bush, con quien Vázquez estuvo a punto de acordar un tratado de libre comercio y lo recibió en la estancia de Anchorena, o con el gobierno de Barack Obama. Nada indica que esa línea de trabajo cambie.
El MPP tal vez hubiera preferido continuar con la política de Mujica y Almagro. Pero el presidente será otro y por eso nombra a gente que le es tan cercana como Nin Novoa y Cancela. Solo una buena afinidad con su canciller permitirá llevar adelante una política exterior consistente.