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    No creo en la “independencia ciega” ni en que “todo es la misma cosa”; los sindicatos solos pueden resistir pero no lograr avances

    La Confederación Sindical de Trabajadores de las Américas, que representa a 50 millones de trabajadores del continente, y su secretario general, el brasileño Rafael Freire, se instalan en Montevideo

    Este año el acto del 1º de mayo en Brasil tenía un sabor especial. Por primera vez en la historia del país, 10 centrales sindicales se unieron para organizar de forma conjunta el acto del Día de los Trabajadores, marcado por el reclamo contra la reforma de la seguridad social que impulsa el gobierno de Jair Bolsonaro. Rafael Freire, dirigente de la Central Única de los Trabajadores (CUT) de Brasil desde 1986, estaba aquella mañana histórica para el sindicalismo brasileño en la plaza Mártires de Chicago, frente al Palacio Legislativo uruguayo, sentado en el centro del escenario en el que se celebraba el acto del PIT-CNT.

    En febrero Freire había sido electo como secretario general de la Confederación Sindical de Trabajadores de las Américas (CSA), organización integrada por 48 centrales sindicales de 21 países del continente, que representan a unos 50 millones de trabajadores. Ese mismo mes la CSA inauguró local propio en Montevideo, en Ciudad Vieja, al que trasladará su sede, instalada hasta ahora en San Pablo. Tanto la organización como Freire entendieron que debían estar presentes en el 1º de mayo uruguayo en señal de agradecimiento.

    Freire nació en Natal, en el nordeste brasileño. Es profesor de Sociología, inició su militancia sindical en los gremios educativos, en un trayecto que lo fue trasladando al sur: San Pablo, Curitiba y ahora Montevideo, donde se instalará definitivamente a partir de julio.

    Lo que sigue es un resumen de la entrevista que el nuevo secretario general de la CSA concedió a Búsqueda.

    —¿Por qué teniendo tantos afiliados en tantos países trasladan su sede a Uruguay, cuando el PIT-CNT no está afiliado a la CSA?

    —La decisión fue de consenso en el Consejo Ejecutivo. Primero porque queríamos que la sede siguiera en el sur. Segundo, la idea era tener una oficina en Uruguay y mantener la sede en Brasil. Con la situación política de Brasil, con Temer y ahora Bolsonaro, se complicaron bastante las relaciones internas. Necesitamos de un ambiente en el que la dinámica nacional no impacte en el funcionamiento de la CSA. Uruguay tiene una vocación de recibir entidades internacionales. Considero que, independientemente del gobierno, hay una institucionalidad que nos garantiza continuidad para trabajar. Tengo plena convicción de que aunque gane otro candidato que no sea del Frente Amplio no va a implicar un cambio drástico en el funcionamiento de las instituciones.

    —¿Con la llegada de Bolsonaro comenzaron a aparecer dificultades para los sindicatos?

    —Más que nada con las centrales nacionales. Un ejemplo es el fin del impuesto sindical (sistema por el que un día de salario anual de cada trabajador obligatoriamente iba para los sindicatos). Para mí no es un problema porque la CUT siempre defendió el fin del impuesto, que la contribución fuera voluntaria. Ahora, la medida tomada en febrero de que las empresas no estén obligadas a descontar la cuota sindical desde el sueldo, eso es un ataque brutal. Imaginate cómo sindicatos de 120.000 socios u 80.000 socios en una distancia de más de 800 kilómetros, 400 municipios, van a organizar la recaudación. Eso es un ataque brutal.

    —Antes de que Bolsonaro ganara usted auguraba que su presidencia podía poner a Brasil en un período muy sombrío. ¿Qué análisis hace de estos primeros meses de gestión?

    —Infelizmente se comprobó el análisis. En primer lugar, el mensaje del gobierno nacional impacta en los gobiernos estaduales. Por ejemplo, hay 70% más de femicidios en ciudades como San Pablo y Río de Janeiro, hay una cantidad más grande de asesinatos de parte de la Policía, hay recortes en la educación que amenazan con cerrar universidades públicas. ¡Cerrar ahora! En agosto y setiembre hay universidades que cierran. Hay una liberalización del mercado de armas. Hay una serie de políticas que llevan a decir que, en mi opinión, hay un retroceso tremendo en las conquistas. Hay un recorte de programas sociales, de vivienda, de la seguridad social, de lo derechos laborales, con una reforma que prometía generar más empleo y produjo más desempleo. Todas esas medidas no llevaron a un desarrollo económico. El problema no es una concepción liberal de la economía, sino que es una concepción ultraliberal, que ya demostró que no funciona. Tenemos un ultraliberal en la economía atacando derechos. Y si pensás que estoy exagerando, podés ir a Brasil.

    —¿Cómo ve expresadas en el sistema político uruguayo algunas de las tendencias políticas que se están viendo internacionalmente?

    —Lo que puede repetirse acá y estuvo en la elección brasileña, y en la de Estados Unidos con (Donald) Trump, es el papel de las redes sociales y la comunicación directa por aplicaciones. Eso puede hacer un daño muy fuerte. WhatsApp y otros medios, y bots mandando mensajes muy directos. Hay una característica mundial de la que no creo que Uruguay esté afuera, que es el avance de la antipolítica. Esa idea de que todo lo establecido, los partidos y demás, está mal y hay que traer algo nuevo que no forme parte de esa guerra política. Esta antipolítica produce candidatos como Trump o Bolsonaro, y como varios otros en Europa. Eso es muy peligroso. Yo prefiero que se fortalezcan los partidos políticos, aunque sean de derecha, centro o liberales. Ahí caminamos con reglas muy claras, a diferencia de lo que puede pasar con un aventurero, una figura mítica que llega. Yo no conozco la interna uruguaya y no puedo hacer ningún juicio, pero la antipolítica me preocupa. Me preocupa mucho.

    —El sindicalismo uruguayo tiene un debate profundo sobre independencia de clase que divide a las distintas corrientes. En charlas en las que participó en los últimos años en Uruguay dio opiniones más jugadas que las que se suelen escuchar acá. Por ejemplo, que no tenía vergüenza de decir que iban a “defender en Uruguay al gobierno del Frente Amplio y que la derecha no vuelva”.

    —Sigo creyendo que un gobierno de izquierda no es lo mismo que un gobierno de derecha. Sigo creyendo que es bueno que la derecha no vuelva a gobernar en Uruguay. Sigo creyendo que, en el momento que estamos viviendo, hay que mantener y actualizar la idea de la independencia respecto a partidos y gobiernos. La idea de que la independencia no es indiferencia es muy importante, porque no podemos decir que es la misma cosa. Ya no es más una teoría, ya lo vivimos. En Brasil teníamos sectores de ultraizquierda que planteaban esto de que Temer era la misma cosa que Dilma. Después de que pasó Temer y ahora Bolsonaro, vieron que no era la misma cosa. Esta independencia ciega de que todo es la misma cosa y que el sindicalismo es una isla en un país… No creo en eso. El sindicalismo no es una isla. El sindicalismo es parte de la estructura social. El sindicato tiene que ser independiente porque representa varias concepciones políticas internas de los afiliados. Cuando un sindicato afilia a alguien no le pregunta si vota al Frente Amplio, a los blancos o a los colorados. El sindicato afilia al conjunto de los trabajadores, por eso tiene que ser independiente. Ahora, tiene una visión política como sindicato y tiene que mirar para dónde van las cosas y qué es lo mejor para el conjunto de la clase. Ya tenemos experiencia de lo que representa un programa ultraliberal, que ataca la democracia, que ataca las relaciones laborales, y otro que no. En Uruguay, no tengo la menor duda en decir que desde nuestro punto de vista es mejor que continúe la estructura política y laboral que tenemos de negociación colectiva y diálogo social. Mis amigos del PIT-CNT me van a matar, pero si gana, por ejemplo, Lacalle, no creo que haya un cambio muy grande en el diálogo social del país. Si querés que yo sea bastante objetivo y me preguntás a quién votaría si fuera uruguayo, te digo que no tengo duda de que votaría al Frente Amplio. Como somos parte de una estructura social tenemos que debatir para dónde va el país y por eso no es la misma cosa. Decir que Cristina Fernández, con todos los problemas que tenía, es la misma cosa que (Mauricio) Macri es de locos. Porque no es. Mirá como está la pobreza en Argentina, las relaciones laborales en Argentina, no es la misma cosa.

    —Hay una línea sindical que sostiene que las conquistas son producto de la lucha de los trabajadores y no de los gobiernos de turno. ¿Es muy inocente pensar eso?

    —No voy a hablar mal de ningún sindicalista de aquí. Ahora, creo que esta afirmación no se sustenta en la realidad. Los sindicatos solos, por más fuertes que sean, no garantizan una línea política de un gobierno. Los sindicatos solos a esas conquistas no llegan. Hay que tener sindicatos muy fuertes, pero hay que tener del otro lado políticas que garanticen la efectivización de esas conquistas. Entonces, hay tres elementos que llevaron en Uruguay a las conquistas. Son tres puntas. Porque también se necesita una presencia fuerte parlamentaria. El Frente Amplio tuvo mayorías parlamentarias. Los gobiernos de Lula y Dilma no tuvieron mayoría en el Parlamento, tuvieron que hacer coaliciones y llevó a lo que llevó. En Argentina también. Entonces, se necesita una fuerza social como el PIT-CNT, una presencia política en el Parlamento y un gobierno progresista. Solo con un sindicalismo fuerte lo que se puede llegar a conseguir es tener un período de resistencia para no perder. Pero con un escenario político adverso es muy difícil tener avances. En Amércia Latina y el Caribe estamos en un momento de resistencia ante una ola conservadora muy fuerte. En Brasil ya perdimos muchísimo. En Argentina, en Colombia, en Chile, en Perú, en Guatemala, en Honduras, en Estados Unidos. Todo eso es un retroceso muy fuerte. El sindicalismo por más fuerte que sea no genera avances. Los cambios en los países los generan un conjunto de fuerzas que van de la política a los movimientos sociales. Si no hay una representación política, esos cambios no se generan.

    —En la agenda de la CSA está planteada una “autorreforma sindical”. ¿En qué consiste? ¿Cómo piensan hacer lugar a los nuevos tipos de trabajo?

    —La composición de la clase trabajadora cambió muchísimo en estos años y la tendencia es que cambie más. En América Latina y el Caribe van a convivir relaciones laborales muy atrasadas con relaciones laborales de la industria 4.0, la robotización, etc. Son problemas muy grandes los que tenemos delante si miramos la clase trabajadora. La clase trabajadora no es solamente aquella que tiene un contrato formal de trabajo o su trabajo muy clarito: soy metalúrgico. La composición no es más esa. Lo que decimos es que no estamos contentos con esta organización sindical que tenemos y que hay que cambiarla para mirar el trabajo del futuro, con esta composición amplia. Hay más de 50 tipos de contratación diferente. Los sindicatos tienen que abrir una estructura que permita absorber esta gente, más allá del contrato formal de trabajo. Eso no va a caer del cielo. O lo hacemos nosotros o la tendencia va a ser que los sindicatos sean menos representativos. Hay que abrir la estructura sindical a una estructura sindical del siglo XXI. Que no niegue nuestra historia, pero que abra las puertas a una composición nueva de la clase trabajadora.

    —¿Cómo se puede sindicalizar a esos nuevos trabajadores?

    —Tenemos que hacer un cambio radical en cómo miramos los sindicatos. Hay que tener sindicatos más amplios que no representen solo una categoría o una rama. El modelo de cómo se afilia, dónde se reúnen, hay que crearlo día a día. Hay muchas experiencias de afiliación directa en las centrales. Pasó en Argentina. Pero eso genera otros problemas y no podemos ser ingenuos. En nuestras centrales hoy hay representaciones internas y hay fuerza política. Entonces, ¿cómo llegan estas personas que se afilian de forma individual a tener peso frente a sindicatos que tienen poder y plata? Ese debate tuvimos, por ejemplo, hace 15 días atrás en la CUT en Brasil. Hay que crear una estructura que pueda dar peso político a estos sectores más individuales. Lo fundamental son dos cosas. Primero, volver a la concepción de que los sindicatos son de toda la clase trabajadora y no solo de los sindicalizados. Hay que volver muy fuertemente a esa idea. La segunda cosa es volver a dar una batalla cultural que en la mayoría de los países de América Latina perdimos en los 90, que es si los sindicatos son importantes o no. Un joven que entra hoy al mercado laboral no mira los sindicatos. Perdimos una batalla cultural en cuanto a que los sindicatos no son importantes, lo importante son las personas. En esa batalla cultural se transformó al trabajador en la figura del colaborador. Lo que hizo la política liberal fue transformar a la persona en una empresa. Entonces, vos dejás de existir como miembro de un grupo y existís de manera individual. Dejás de ser de una clase y pasás a ser una empresa. Si no lográs éxito, la falencia no es de una estructura, la falencia es tuya. Hay que volver a una batalla cultural de que las personas son trabajadores y que el sindicato es el mejor amigo del trabajador. Es una batalla cultural dura. Que la gente se vea como trabajadora y no como una elite que no son.

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