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    No hay cambio político sin cambio cultural

    Sr. Director:

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    “Ahunchain es publicista y asesor, ¿qué hace ahí?”, parece que dijo un reconocido periodista radial. “También es dramaturgo”, le sopló alguien más informado y culto. “Ah, es dramaturgo”. Por las dudas, te cuento, amigo colega y soplón, que Ahunchain no solo es dramaturgo, es uno de los grandes directores de teatro que ha dado este país, un director renovador y transgresor que aportó enormes trabajos al teatro uruguayo. Que Pilar González, Gustavo Alamón, Fernando Álvarez Cossi, Ricardo Pascale y Oscar Larroca son artistas plásticos de primerísimo nivel, que Franklin Rodríguez es actor, autor, director multipremiado y reconocido aquí y en otras partes del mundo. Que Alberto Magnone es un músico excepcional, que Mariana Wainstein es una directora y productora de talento y presencia en el medio. Que Hugo Burel, Valentín Trujillo de los escritores más destacados de su generación, William Rey, Romeo Pérez Anton, Leonardo Guzmán, Ana Ribeiro, intelectuales de elevado aporte a la sociedad. Me basta uno de esos nombres para sentirme tranquilo, representado y satisfecho. Y no sigo, porque temo que tendría que informarte, querido colega, de los currículums de casi toda la lista. No es la idea. En todo caso, preguntale al humorista devenido en opinólogo Darwin Debocatti que parece saber más de trayectorias. También valoro a Diego Delgrossi y a los actores y humoristas de su trayectoria, a los que les daría un lugar destacado en cualquier política cultural. El humor es esencial a la superación y el esfuerzo de una sociedad de ceño fruncido, a una época de enojo permanente. El tema de la lista es una anécdota, todo el mundo busca al conocido. Nadie lee lo más importante, el texto que la justifica. Texto central que será clave para el futuro del país en materia cultural. Hay quienes sostienen que la cultura fue otra vez relegada de la discusión política. No estoy de acuerdo. Inicialmente puesta entre los cinco shocks del programa del Partido Nacional, algunos encuentros destacados como Cultura 21 desde el Partido Independiente y el Frente Amplio, varias notas de prensa y debates interesantes, programas de radio que entrevistaron a referentes culturales de los partidos. Ante la posibilidad de un cambio, los artistas e intelectuales orgánicos salieron a la calle. Lo interesante es que por primera vez hubo una voz disonante, disidente, que demostró el quiebre hegemónico de un discurso que ya no llena las necesidades de los artistas, creadores y trabajadores de la cultura. Entre otras cosas porque vivimos en una sociedad que ya no se banca el atropello, la intolerancia, la homogeneidad de pensamiento y conducción. La prueba es esta: un grupo de artistas, intelectuales, comunicadores y gente vinculada a la actividad cultural en muy diversas áreas se pronuncia por un proyecto nuevo, plural, diverso, que habla de la institucionalidad, que habla de la descentralización como eje central de políticas abiertas y modernas, que habla de diálogo, cooperación, cultura dinámica y creadora que supere dogmatismos y actitudes fundacionales que desconocen el pasado. Creo en la cultura y, en especial, en el arte, el pensamiento, la creación como motor de un cambio imprescindible para el futuro de mis hijos. Creo en la idea de recuperar utopías como la del “país modelo”, aunque no participe de la fuerza política que lo impulsó. Creo en las personas de bien y sobre todo, en la inteligencia, en la formación, en el mérito y la elevación de miras. Creo en un proyecto cultural integrador, que supere la tensión capital-interior, tradición o vanguardia, teatro o arte de culto contra lo popular, el humor, el entretenimiento y el marketing pasajero. Creo en la experimentación tanto como en la fuerza de los medios masivos, creo en la reflexión profunda de un intelectual tanto como en el humor de Capablanca a quien tengo en la memoria de mis tablados de infancia, creo en el carnaval como en la música clásica, en el rock y el hip hop como en el arte abstracto y en la performance. Así podría seguir, pero sé que muchos amigos del ambiente teatral o artístico que no firmaron y con los que tuve infinidad de charlas comparten y están dispuestos a participar en un proyecto que deje entrar el aire renovador a la cultura. Y trabajar por eso, desde las salas de teatro, desde los museos, desde las instituciones estatales o privadas, desde el artista callejero, desde el escritor que se financia su propio libro. Firmé. Es un proyecto que respeto y en el que siempre creí, incluso desde mis antecedentes frenteamplistas. Y sé que muchos amigos, compañeros de la cultura que no firmaron también adhieren, también creen en este proceso de cambio tan necesario como esperanzador. Hace poco más de un año, Franklin Rodríguez fue linchado públicamente por expresar sus opiniones muy críticas en una entrevista. Ese episodio marcó un antes y un después en la cultura, el principio del fin de proyectos anquilosados, desgastados, que cayeron en desgracia. Vaya como ejemplo los centros MEC, una estructura fabulosa, desafiante, pensada como un ejercicio de descentralización y hoy convertida en triste herramienta electoral. Con Franklin cosechamos el atrevimiento, la valentía y la entereza de gente denostada por expresar lo que piensa. Le pasó a Petru, le pasó a Jaime Clara, le pasó a Cyra Panzardo más recientemente. Le pasó a mucha gente que no es mediática y que merece mi respeto. Parece que entre Diego Delgrossi y Robert Moré se pusieron de acuerdo para superar con humor este momento. No hay cambio político sin cambio cultural. Respeto, inteligencia, tolerancia, apertura, seriedad y buen humor. Es el momento.

    Carlos Muñoz