• Cotizaciones
    martes 25 de marzo de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    No hay ninguna igual

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2261 - 25 al 31 de Enero de 2024

    , regenerado3

    Cuando Mario Vargas Llosa anunció la publicación de Le dedico mi silencio, algunas revistas del “corazón” leyeron en la frase una flecha envenenada a Isabel Preysler, con quien acababa de romper después de varios años en pareja. Las dedicatorias suelen despertar suspicacias porque en general proclaman en público una cuestión privada. Le hablan a un destinatario cómplice que sabrá decodificar, y dejan al lector mirando detrás del vidrio, con ganas de saber más, elucubrando. Algunos críticos literarios ven en ellas el germen de otra novela y hasta las consideran un arte en sí mismo, una especie de género menor.

    En cierto sentido, se parecen a los tatuajes en su ingenua búsqueda de lo duradero. Ni siquiera tatuarse el “Che en una nalga”, como canta El Cuarteto de Nos, asegura la permanencia de ideas y sentimientos ante los torbellinos de la vida. Muchas veces leemos sin saber dedicatorias que reflejan la imagen de una estrella muerta, por más que el autor esté vivo. Tal vez, eso es parte del encanto. Recuerdo un escritor que se enamoró al mismo tiempo que corregía las últimas versiones de uno de sus libros. En el impulso, lo dedicó a su joven amante. Meses después, aún quedaban cientos de ejemplares por vender, y del amor ni rastros. Quiso el mercado que tuviera éxito y en una segunda tirada reparó el error de percepción.

    Camilo José Cela cambiaba con frecuencia las dedicatorias. Suprimía, ampliaba o mutilaba, según las circunstancias. Provocador compulsivo, creó una de las más contradictorias de la literatura española y la colocó en La familia de Pascual Duarte, en la edición de 1946. “A mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”, escribió entonces, aunque cuatro años atrás nada había dicho al respecto en la primera edición de la misma novela.

    El mensaje encriptado hace a la esencia de la dedicatoria, visible y enigmática a la vez. Con su estilo de filósofo, Jorge Luis Borges le dedicó a María Kodama unas palabras que invitan a imaginar la extraña relación entre ambos: “De usted es este libro (...) Solo podemos dar lo que ya hemos dado. Solo podemos dar lo que ya es del otro. En este libro están las cosas que siempre fueron suyas. ¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos!”.

    Sobre las dedicatorias recae en ocasiones una ligera sospecha de hipocresía. ¿Agradecimiento, verdadera amistad, conveniencia o zalamería? Era frecuente en la Edad Media y el Renacimiento dedicar las obras a mecenas, en busca de apoyo económico y algo más. El cobijo de ciertos nombres enfriaba las críticas y las fogatas de la Inquisición. Lope de Vega, por ejemplo, destacó por su habilidad para conseguir patrocinadores y su osadía al mezclar lisonjas con pedidos concretos —y en verso, además— que iban desde aceite de oliva para alumbrarse hasta una sotana nueva si la suya daba señales de vejez. Miguel de Cervantes fue otro necesitado de mecenas. La dedicatoria a la primera edición de Don Quijote de 1605 al duque de Béjar contiene frases plagiadas, según los expertos; algo que hoy le hubiera valido una denuncia penal. Y todo por nada, porque el duque de Béjar —bruto y falto de recursos, dicen— no soltó ni una moneda. Es entendible que en las próximas Cervantes cambiara el destinatario.

    La retórica en exceso y los halagos inversamente proporcionales al talento desvalorizaron las dedicatorias de esos siglos. El rebelde Francisco de Quevedo, harto de elogiar sin recibir, renegó de ellas y dio un portazo al dedicar una de sus obras: “A ninguna persona de todas cuantas Dios crió en el mundo. (…) Hagan todos lo que quisieren de mi libro, pues yo he dicho lo que he querido de todos. Adiós, mecenas, que me despido de dedicatoria”.

    Además de las impresas, están aquellas que se escriben de puño y letra en un ejemplar y duran mientras el papel resiste los embates de las polillas. Como las anteriores, no están libres de recelos y desencantos. Por ejemplo, el escritor argentino Juan Filloy tuvo la amabilidad de enviar a Borges un libro firmado con la clásica fórmula “con afecto”. Tiempo después, encontró el ejemplar en una librería de usados. Lejos de enojarse, compró el libro y se lo volvió a mandar con una segunda dedicatoria: “Con renovado afecto, Juan Filloy”.

    Juan Carlos Onetti escribió varias muy amorosas, impresas y a mano, dirigidas a la poeta Idea Vilariño. En una versión de Los adioses, con letra de imprenta casi infantil, le confesó: “Y tuyas son las horas mejores que viví”. Más tarde, parafraseando a Homero Manzi, le escribiría en Dejemos hablar al viento: “No habrá ninguna igual ninguna”.

    En su reciente pasaje por Uruguay, Camila Sosa Villada (Las malas) e Irene Vallejo (El infinito en un junco) firmaron con esmero y buscaron personalizar las dedicatorias. Ambas están acostumbradas a las largas filas de lectores en ferias internacionales como las de Buenos Aires o Madrid. Son jornadas extenuantes para las que algunos preparan dos o tres fórmulas, otros improvisan y los más se limitan a estampar la firma junto a algunas palabras de compromiso. Cuentan que James Dashner, autor de la saga Maze Runner, autografió en su mejor momento hasta 7.000 libros en un solo día. Si quien presenta un texto viene de las redes —youtubers, booktubers, influencers— las filas de fans dan vueltas la manzana.

    Tales maratones surgen de estrategias comerciales y en cierto modo recrean lo ocurrido en tiempos de los mecenas al propiciar el vacío de las dedicatorias. Algunas personas, no obstante, no se resignan a recibir una fórmula y se plantan frente al autor con exigencias. Según un artículo de El País de Madrid, en la presentación de Los cuadernos de don Rigoberto, un lector le pidió a Vargas Llosa que incluyera en la dedicatoria la diferencia entre Capitalismo y Comunismo, en una línea para que lo entendiera su hijo. Las extenuantes sesiones de firmas, además de alimentar el orgullo, deparan pequeñas humillaciones a los escritores. Javier Marías reconoció haber sido rezongado por su puntuación, por fumar, publicar demasiado (o lo contrario) y no personalizar las dedicatorias. “Oiga, que cada persona es única e indivisible”, le reprochó una señora, seguramente al comprobar que le había escrito el consabido “con cariño”. Y tenía razón, pero hay que aguzar el ingenio. Si se quiere una dedicatoria exclusiva, impregnada de melancolía tanguera, por ejemplo, conviene salirse de la fila.