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    No sé nada

    Nº 2181 - 7 al 13 de Julio de 2022

    “Solo sé que no sé nada”. Con esa frase fue como el filósofo griego Platón resumió el pensamiento de su mentor tan admirado por el mundo occidental: Sócrates. Eso muestra que uno de los más grandes pensadores clásicos era capaz de reconocer la falta de certezas absolutas sobre la realidad con la que convivimos.

    Sócrates es admirado y respetado universalmente pero, con respecto a esa frase, muy poco escuchado. Ni aquel histórico filósofo griego se atrevía a adjudicarse la capacidad de dar consejos, pero hoy estamos rodeados por organizaciones religiosas, intelectuales, sociales y políticas, además de todo tipo de individuos, que suponen que saben mejor que nosotros qué podemos hacer con nuestras vidas.

    No vamos a juzgar la historia en estos momentos. En siglos de vida salvaje alguien tenía que imponer el “no matarás” y el “no robarás”, pero hoy los individuos están en un momento en el que se los puede considerar más maduros y libres para elegir su destino, sin más limitantes que las que se aceptan como imprescindibles para su convivencia social.

    Temas como el aborto, el consumo de drogas y el matrimonio igualitario están resueltos en nuestro país de la misma forma que ha empezado a utilizar el mundo liberal. No se trata de reglamentar cómo hacerlo, sino de garantizar la posibilidad de elegir, para lo cual los seres pensantes tienen la capacidad necesaria y nadie sabe más que otro. Hoy se suma a estos derechos individuales una decisión muy delicada como la eutanasia, donde el legislador busca asegurarse que la definición la tome libremente el interesado, intentando evitar el mal manejo de terceros.

    La tendencia de los humanos a ignorar la enseñanza histórica de Sócrates es una montaña demasiado alta para escalar, pero debemos reconocer que esa postura se hace más intolerable cuando aquellos que quieren imponer alguna forma de vida recurren al Estado. La idea es que este imponga normas de comportamiento referidas a temas en los que ellos no son capaces de convencer a sus feligreses o seguidores. Peor aún cuando se olvidan de que el Estado no regula solamente para los suyos, sino para todos.

    Hace poco citamos en esta página editorial al autor y académico norteamericano Walter Williams, recientemente fallecido, que en casi todas sus entrevistas hacía referencia a que los ciudadanos votan a los políticos para que hagan por ellos lo que a ellos los llevaría a la cárcel: sacarles dineros a unos para dárselos a otros (llámese impuestos). En este caso, algunos de esos votantes eligen políticos para que obliguen a todos a vivir de acuerdo a sus creencias.

    La novedad en este terreno son asuntos como el lenguaje inclusivo, las cuestiones de género y temas del debate que se registran en países donde lo políticamente correcto avanza de la mano de grupos radicales. Lo que ellos mismos cuestionaban a las religiones por querer imponer sus supuestas historias fantásticas —involucrando a los gobiernos— ahora lo están haciendo a su favor. Es demasiado fuerte la tentación de recurrir al mismo mecanismo para obligar a imponer una manera de ver las cosas.

    Son pocas las sociedades en el mundo que reconocen la libertad en toda la dimensión que deberían pero cada vez son más las personas que la reclaman y se dan cuenta de que solo ellas entienden quiénes son y por lo tanto son capaces de elegir mejor que nadie para sí mismas. Es verdad que el desafío que enfrentan va contra una cultura estatal e impositiva histórica. Sin embargo, tienen el apoyo de Sócrates y otros grandes pensadores históricos y siguen esperando que sus sistemas de gobierno los apoyen dándoles el espacio necesario para ejercer su humanidad. Bienvenidos sean.