Nº 2222 - 27 de Abril al 3 de Mayo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“A la gente le importa que la electricidad no se interrumpa y cuánto pagan por ella”, me dijo alguien que hace años trabaja en el sector eléctrico. Es muy cierto, los consumidores queremos que la heladera no se descongele, que el celular se cargue y que la televisión prenda a la hora del partido. Pero también es cierto que cada vez más los ciudadanos señalan el cambio climático como uno de los mayores problemas que enfrenta el mundo.
El sector de la energía es responsable de cerca de tres cuartos de los gases de efecto invernadero. Por eso combatir el cambio climático es, en gran parte, una cuestión energética y hacerlo implica una enorme transformación. Sin embargo, en mi experiencia mucha gente desconoce algunos datos básicos de la energía —incluyendo muchos de quienes militan en favor del cambio climático—. Con dos grandes omisiones: la idea de que el sector eléctrico es representativo del mundo de la energía y el poco peso de la energía renovable en la matriz energética global (y por el contrario el enorme peso de los combustibles fósiles).
La instalación de molinos de viento y paneles solares ha tenido un enorme crecimiento en los últimos años, pero la eólica y la solar, juntas, representan alrededor del 5% del consumo de energía mundial hoy (mirando fuentes primarias, es decir, antes de cualquier proceso o pérdida). La mayoría es 29% de petróleo, 25% de carbón, 23% de gas natural, 6% de hidroelectricidad, otro 6% de biomasa tradicional (quema de combustibles sólidos como madera para cocinar y calefacción) y 4% de nuclear, más un resto.
¿Y a dónde va a parar esto? Parte se consume para producir electricidad (más o menos un quinto del consumo final de energía), parte se utiliza en el transporte (el petróleo sobre todo, luego de procesado), otra, directamente para procesos industriales o calefacción (sin ser transformada en electricidad) y otra se consume o se pierde en procesos de transformación o distribución.
Es decir, la electricidad representa una porción todavía minoritaria del consumo final de energía y la energía solar y eólica no solo representan una pequeña fracción de la matriz primaria, sino que ni siquiera son la fuente renovable principal, la hidráulica tiene un peso mayor.
Tanto el peso de la electricidad en general y la eólica y la solar en particular han ido aumentando. Hace una década la eólica y la solar no llegaban ni al 1% del consumo de energía primaria. La capacidad de energía solar global instalada en cada uno de los últimos tres años ha sido récord, un año tras otro. Se espera además que para 2030 la producción de electricidad de fuentes de bajas emisiones (solar, eólica, hidro y nuclear) sobrepase la generación de fuentes fósiles (en especial, carbón en países asiáticos y gas natural). Esto tiene una importante contrapartida: las emisiones de carbono asociadas a la producción de electricidad van en alza, pero llegarían a un pico en los próximos años para luego comenzar a bajar.
Sin embargo, lograr una transición energética exitosa implica mayor esfuerzo: consumir todavía más electricidad y más electricidad de fuente renovable. Sustituir los fósiles en el transporte, mejorar la eficiencia de la demanda (consumir menos para obtener el mismo confort o resultado), desarrollar combustibles limpios, etc. Lo que los que trabajamos en el tema llamamos “transición energética”.
Si comparamos el escenario actual con un escenario consistente con limitar el aumento de temperatura a menos de 1,5 °C en 2100, vemos que la participación de la electricidad en el consumo final global pasa de 20% en 2021 a 30% en 2030 y 50% en 2050. Las energías renovables en la generación deberían a su vez alcanzar casi el 90% en 2050, comparado con 28% en 2021.
Pero la transición también requiere esfuerzo en otros sectores. Las ventas de autos eléctricos deberían aumentar más de 10 veces a 2030. El peso del petróleo en el consumo final del transporte se reduciría a cerca del 75% en 2030 y al 10% en 2050, con la electricidad sustituyendo alrededor de la mitad del consumo de petróleo, y el resto, con el hidrógeno (o combustibles a base de hidrógeno) y los biocombustibles. Las instalaciones anuales de electrolizadores (utilizados para la producción de hidrógeno) deberían aumentar en casi 200 veces a 2030, los edificios deberían ser mucho más eficientes y la inversión en redes eléctricas mucho mayor y enfocada en digitalización.
¿Y es esto posible? Algunas partes de la transición parecen más sencillas, porque las tecnologías están maduras (algunas con costos que decrecen), hay financiamiento y los marcos legales y regulatorios en marcha. Un caso es la sustitución dentro de la matriz eléctrica: cambiar generación fósil por —sobre todo— solar y eólica. Otro es electrificar el transporte, al menos de autos.
Hay otras partes más complejas. Por ejemplo, la sustitución de combustibles fósiles en el transporte de carga en rutas, la aviación o el transporte marítimo. La clave en estos casos será la rapidez y el costo de desarrollar combustibles de bajas emisiones. Algo similar sucede en el sector industrial, todavía muy dependiente de combustibles fósiles para procesos que necesitan altas temperaturas, por ejemplo, y donde la electricidad es menos eficiente.
También hay desafíos que no dependen necesariamente del nivel de maduración de las tecnologías, cuestiones no técnicas como la economía política. Para algunos países la exportación de carbón es un importante ingreso del sector público o donde quemar carbón doméstico barato puede ser competitivo. Estas industrias además están ligadas a empleos nacionales que sin una alternativa pueden generar desestabilidad social. Los subsidios a los combustibles fósiles también están muy arraigados alrededor del mundo, y la historia muestra que son difíciles de remover.
La transición en el caso uruguayo es en cierta medida más sencilla que en otros países. Uruguay hace mucho uso de la electricidad y su matriz eléctrica tiene un gran grado de producción renovable (más allá de fluctuaciones de corto plazo). Pero la transición en el transporte o en el sector de la construcción (sistemas de calefacción y frío de bajas emisiones y eficiencia en general) es todavía incipiente. Lograr la viabilidad comercial de algunas nuevas tecnologías va a ser un componente clave del éxito. Pero la forma en que los gobiernos manejen las cuestiones no técnicas también va a estar en el centro de la transición, navegando la fina línea de evitar causar grandes molestias a los consumidores que todavía quieren energía barata —y en el caso uruguayo que todavía esperan energía barata—.