Sobre la calle Lezica, un azulejo oculto entre pastos descuidados recuerda que la casa quinta ideada por el expresidente Juan Bautista Idiarte Borda y Soumastre es monumento histórico. Las rejas que rodean el predio están en su mayoría rotas y hay aberturas sobre sus cuatro costados. Cualquier persona puede pasar de la vereda al jardín para refugiarse del frío, y las frazadas enredadas entre los arbustos son prueba de ello. Las estructuras abandonadas como canchas o glorietas pueden ser el sitio ideal para prender un fuego y pasar la noche.
Durante el día el ambiente se vuelve más amigable en esta mansión de finales del siglo XIX. De arquitectura francesa y construida con materiales traídos de Europa, las rejas y piezas de hierro de la mansión fueron forjadas por herreros uruguayos. El castillo, cuna de historias de fantasmas, supo ser casa abandonada, iglesia evangelista, casa de té, casona de eventos hasta que un privado europeo, José Manuel Villarejo, la compró por un millón y medio de dólares en un fallido intento de lavado de activos en Latinoamérica. Quería convertir el edificio en un hotel casino que no era viable por su condición de patrimonio nacional, y al ver su proyecto frustrado, dejó la mansión abandonada. Por su vínculo con varios delitos, entre ellos soborno y narcotráfico, Villarejo estuvo en prisión hasta el año pasado en España.
El castillo, hoy en proceso de expropiación por la Intendencia de Montevideo (IM), es gestionado hace casi diez años por la Comisión Honoraria Amigos del Castillo Idiarte Borda; un grupo de diez vecinos del Municipio G que se propuso mantenerlo y limpiarlo al verlo tan desperdiciado. Recientemente, consiguieron un acuerdo con quien todavía es el dueño del edificio para poder usar el espacio con fines culturales y educativos, por lo menos hasta que se resuelva la situación legal. Allí, la comisión administra eventos y talleres artísticos, además de apoyar a escolares y jóvenes con dificultades de aprendizaje.
Desde el principio el foco de las actividades estuvo en ayudar a reinsertar a los jóvenes de la zona que abandonaron sus estudios. Algunos miembros de la comisión contaron a Búsqueda sobre los problemas que vive la juventud del barrio, entre ellos, que “no se les ceden los espacios”, y por eso su propuesta es descentralizar y acercar la cultura al barrio y que el castillo Idiarte Borda se convierta en un centro cultural para todo el país.
El horario del castillo es reducido, de 16 a 21 horas, porque no hay personal que cubra las mañanas. Muchas veces necesitan la colaboración de la IM para mantener el jardín que rodea a la casa, obra del paisajista francés Carlos Thays. Sin embargo, son los mismos vecinos quienes al final cortan el pasto y realizan las podas de 3.700 metros cuadrados de patio con especies de flora autóctona. Una cancha de frontón que se pierde entre la tierra y una multicancha están a la espera de propuestas; pero antes de cualquier reforma al jardín, debería de cerrarse el predio, que al ser todavía privado no cuenta con el apoyo de la IM para cubrir los costos.
En el olvido
Construido como un regalo de Idiarte Borda a su esposa Matilde Baños en una zona de casas de veraneo, este castillo se declaró Monumento Histórico Nacional en 1975 por una resolución firmada por Juan María Bordaberry en dictadura. En 1989, el entonces presidente Julio María Sanguinetti amplió el alcance de la resolución al incluir el padrón faltante que correspondía a parte del jardín de la casona, hoy también considerado de valor patrimonial.
Según los integrantes de la comisión, quienes visitan el castillo a veces no saben que Juan Idearte Borda había sido presidente de la República en 1894 durante tres años por el Partido Colorado, ni tampoco que había sido asesinado en ejercicio. En su libro de crónicas y documentos, Qué solos se quedan los muertos (Fundación de Cultura Universitaria, 2021), Edgardo Ettlin cuenta sobre la vida del 13er presidente del Uruguay, y la explicación de los hechos que lo arrastraron hacia su “fatal y violento” desenlace.
Según Ettlin, se llenó “el vacío” que dejó Julio Herrera y Obes con alguien que “carecía de talento político, un hombre que para los poderosos de turno parecía ser manipulable”. Pero no lo fue. Su carácter tozudo y la sangre vasca que corría por sus venas lo hacían un hombre duro de domar, pero con poca cintura política. Su escasa habilidad para negociar y su preferencia por soluciones militares despertó los enfrentamientos con el Partido Nacional, que, liderado por Aparicio Saravia, se manifestó en armas contra el gobierno de Idiarte Borda y el poder monopolista del Partido Colorado en la Revolución de 1897.
Fue en abril
Mientras Idiarte Borda bajaba de su carro, un muchacho de no más de 17 años, Juan Antonio Ravecca, lo encañonó con un revólver en el umbral de su casa. Gatilló, pero la bala no salió disparada. Fue una afortunada y desafortunada premonición. El exmandatario prefirió desentenderse de las amenazas de muerte y rechazar la compañía de guardia gubernamental en la celebración oficial de la independencia, el 25 de agosto de 1897.
El presidente salió de la Iglesia Matriz junto con el cardenal y otras autoridades. La plaza estaba repleta de gente que comenzó a seguirlo por la calle Sarandí en su camino hasta la Casa de Gobierno, a plena luz de las dos de la tarde. Entre la multitud, alguien preguntó por el presidente: era Avelino Arredondo, un joven admirador de su correligionario opositor, José Batlle y Ordóñez. Le respondieron que era el hombre con la banda cruzada, para identificarlo, ya que Idiarte fue el primer presidente uruguayo en usar la banda presidencial. Arredondo lo buscó con la mirada, desenfundó un revólver y disparó, sin titubeos. La bala salió directa al corazón del mandatario, y en esos confusos y veloces segundos finales Idiarte solamente alcanzó a anunciar: “Estoy muerto”.
Arredondo se hizo cargo del primer y único magnicidio del Uruguay, y declaró ser un colorado que salvó a su partido. A pesar de la guerra civil con los blancos, la mayor oposición de Idiarte respondía al propio Partido Colorado y a los sectores más populares de José Batlle y Ordóñez. Ser contemporáneos llevó a que sus realizaciones, como la iniciación de las obras del Puerto de Montevideo o la fundación del Banco República, fueran opacadas y hasta adjudicadas a otros políticos. Fue un presidente sin popularidad, y su asesinato se consideró “político” y necesario para la supervivencia del Uruguay, explica Ettlin en su libro. El nombre de Idiarte Borda poco se recuerda. Una calle de Mercedes, su ciudad de nacimiento, lleva su nombre.
Una presencia
Algunos sostienen que Idiarte Borda encontró la manera de que la gente quisiera saber más de él. Entre las leyendas que existen alrededor del castillo, hay un concepto de “alma en pena”: a veces los fantasmas aparecen en el lugar con el que se vincularon en vida, o allí donde guardan asuntos que aún no pudieron concretar. Idiarte fue asesinado antes de poder disfrutar de su casa de verano.
“No subir, solo personal autorizado”, se advierte al principio de la añosa escalera de madera. Si el visitante se arriesga, otro cartel en una ventana sube el tono: “¡¡BAJÁ!! No deberías estar acá”. Queda acatar el mensaje o avanzar unos pasos más para no perderse de la maravillosa terraza, balcones y la buhardilla del castillo. Antes de morir, doña Matilde aseguró escuchar los pasos de su marido en este piso de la casona.
Para llegar hasta la buhardilla hay que abrir puertas que no se abren desde hace mucho tiempo; es el único lugar del castillo que falta por recuperar. Allí se amontonan cucarachas dubias entre las puertas y los marcos, hay un panal de abejas instalado en una de las ventanas y el sitio, oscuro y poco ventilado, huele a madera vieja. Pero allí hay algo más.
En los pisos de arriba el personal del castillo siente cómo el ambiente “se pone pesado”. Dicen que se acostumbraron, pero cuando llega a inquietarlos demasiado lo único que pueden hacer es pedir permiso al lugar. Ni siquiera saben a quién. A veces mientras suben las escaleras y se detienen en el entrepiso o en algunos de los salones, escuchan cómo los pasos continúan subiendo y siguen haciendo sonar la madera de los escalones. Aseguran que no hay ninguna habitación que no esté en uso y solo hay un lugar al que no se accede. Es una parte del sótano que está tan descuidada que se vuelve riesgosa, a la que igualmente han bajado en más de una ocasión. Sin embargo, algunos viejos vecinos de la zona hicieron llegar comentarios de que el castillo guarda al menos tres túneles secretos que comunican al edificio con la caballeriza o el arroyo, que al día de hoy estarían sellados por el tiempo.
La comisión suele frustrarse porque esta situación opaca lo que realmente les interesa enseñar del castillo: “La vida que le dan los vecinos”.
Fondo Marielle
A partir de las historias de las personas del barrio que se acercan al castillo a contar sus vivencias de discriminación y violencia, es que la comisión decidió presentarse por primera vez al Fondo Marielle, con el que la IM financia desde hace dos años proyectos con perspectiva en derechos humanos. El programa, que homenajea a la activista social brasileña Marielle Franco, asesinada el 14 de enero de 2018, está destinado a la elaboración de políticas públicas departamentales con especial foco en las desigualdades sociales.
Este año, uno de los proyectos ganadores fue Libros vivientes. La iniciativa surge de la percepción del barrio como “no diverso”. La calle Lezica funciona como un eje que “parte la zona a la mitad” y “deja todo muy sectorizado”, contaron integrantes de la comisión. Por ejemplo, separa al llamado barrio dominicano —repleto de inmigrantes de varias nacionalidades— de la zona más tradicional, que también se separa de los asentamientos. Además de casos de discriminación barrial, hay familias que echaron a sus hijos de la casa por mostrarse disgustados con su género.
El proyecto busca enseñar estas realidades convirtiendo el jardín del castillo en una biblioteca de “libros humanos”, que dé la oportunidad a los visitantes de hablar con las personas “sin juzgar por la portada”. La idea es que los participantes escuchen las historias y se relacionen con sus narradores, sin apoyarse en el sentido de la vista.
Esta actividad está pensada como un evento itinerante que tendrá lugar en cuatro fechas diferentes con entrada gratuita. En principio, en los meses de mayo, junio, setiembre y octubre se podrá presenciar la puesta en escena de los “libros vivientes”, además de shows musicales y actividades interactivas donde las muestras serán libres de expresarse artísticamente.
Vida Cultural
2022-03-02T19:50:00
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