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    Nutrición y arquitectura de la decisión

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2215 - 2 al 8 de Marzo de 2023

    Comer sano no es fácil. Además de los costos crecientes de los alimentos saludables en relación con los no saludables y del menor tiempo disponible para cocinar en casa a raíz del aumento de la participación de la mujer en el mercado de trabajo (me referí a estos dos aspectos en una columna anterior), hay otras razones por las cuales los individuos reproducimos hábitos que no deseamos y, en particular, terminamos comiendo peor de lo que quisiéramos.

    La primera es que tenemos una capacidad de atención limitada, y aunque nos propongamos objetivos saludables, otras preocupaciones y tareas nos sacan de foco. A esto se le denomina en economía comportamental fatiga cognitiva. Hay numerosas investigaciones que demuestran que cuando se nos satura el ancho de banda cognitivo (cuando nos sentimos desbordados), tomamos decisiones subóptimas; tendemos a reproducir conductas no saludables del pasado o incluso intentamos compensar con gratificaciones inmediatas, como comer directo del pote de helado. Segundo, lo que elegimos comer está influenciado por el marco exterior en el que se nos presentan las opciones. Cuando los platos son más grandes, comemos más. O tendemos a comprar los productos más visibles en las góndolas del supermercado, o aquellos con publicidad más atractiva. Tercero, somos inconsistentes temporalmente. Planeamos empezar la dieta el lunes próximo. Cuando hacemos el plan, tenemos certeza de que comer sano es lo que nos conviene: los beneficios de largo plazo exceden el costo de no comer algo rico. Sin embargo, cuando llega el lunes, nuestras preferencias se revierten: no comer ese chocolate tiene un costo mucho más alto que el considerado anteriormente y los beneficios parecen lejanos y difusos. En economía comportamental denominamos a este tipo de comportamiento sesgo por el presente. Por último, somos influenciables a lo que hacen los demás, y sobre todo en lo que tiene que ver con la comida, que es una actividad mayoritariamente social. Lo que comen quienes están a nuestro alrededor incide directamente en nuestra forma de alimentarnos.

    Para mejorar la toma de decisiones en el contexto de estos sesgos, la economía comportamental propone modificar la forma en que se presenta la información y las opciones disponibles (modificar lo que se conoce como arquitectura de la decisión), sin prohibir ninguna opción ni cambiar significativamente los incentivos. Junto con Cecilia Noboa y Patricia Triunfo, de la Facultad de Ciencias Sociales de Universidad de la República, diseñamos una intervención dirigida a promover las compras de alimentos saludables en un supermercado local, centrada en mejorar cómo se les presenta a los clientes la información sobre el beneficio de los alimentos saludables y en dar sugerencias que faciliten la elección de estos productos.

    Para esto, mandamos mensajes de texto y audio a compradores frecuentes tres veces a la semana durante ocho semanas. Los mensajes trataban sobre la importancia de cocinar en casa, alimentarse conscientemente y comer verduras, frutas, meriendas saludables, legumbres y pescados. El primer mensaje de la semana resaltaba los beneficios de ciertos alimentos o de adoptar hábitos alimenticios saludables. El segundo y tercero ofrecían sugerencias de acciones sencillas y consejos para implementar durante la semana, muchos de ellos en forma de vídeos con recetas visualmente atractivas y fáciles de cocinar. Otros destacaban los hábitos saludables de figuras públicas (futbolistas, bailarinas, cocineras), u ofrecían enlaces a información pública sobre nutrición saludable, productos de temporada, o guías fáciles para cultivar una huerta.

    Para evaluar el programa, comparamos un grupo de compradores frecuentes al que le mandamos los mensajes, elegido al azar, con otro similar que no estuvo expuesto a la intervención. Todos los participantes fueron informados y aceptaron libremente participar de la intervención.

    Al analizar las compras realizadas durante los seis meses desde que arrancan los mensajes, encontramos que la intervención aumenta en un 8% las compras de alimentos saludables (frutas, verduras, pescado y legumbres). Este resultado es consistente con lo que queríamos demostrar: que los mensajes logran reenfocar la atención de los consumidores hacia compras más saludables. Pero también observamos un resultado inesperado: aumenta el monto gastado en alimentos no saludables. Para entender mejor este efecto, analizamos cómo afecta la intervención la composición nutricional de los alimentos comprados, es decir, la cantidad total de calorías, las grasas totales, el total de grasas saturadas y el total de sodio contenidos en esas compras. Y lo que vemos es que el total de calorías de los alimentos no saludables se mantiene constante, no aumenta. Esto sugiere que los mensajes están promoviendo una sustitución de alimentos altos en calorías por otros con contenido calórico más bajo, o que los consumidores que reciben los mensajes están comprando alimentos más caros que antes, pero posiblemente más saludables, porque la cantidad de calorías no aumenta. De hecho, para algunos subgrupos de individuos encontramos una reducción en la cantidad de grasas totales o grasas saturadas en sus compras, así como reducciones en las compras de bebidas con azúcar y aumentos en las de bebidas sin azúcar.

    En suma, encontramos que la intervención aumenta el consumo de frutas, verduras, pescado y legumbres. Y, aunque aumenta el gasto en alimentos no saludables, la composición nutricional de estos alimentos se vuelve más saludable: se mantiene igual número de calorías, pero baja la cantidad de grasa y azúcar consumida.

    ¿Cuál es el mecanismo de cambio? No creemos que sea una mayor información. De hecho, los efectos se revierten una vez finalizada la intervención. Si los clientes estuvieran incorporando información que no tenían previamente, los cambios serían permanentes. Creemos que la intervención opera direccionando la atención de los consumidores hacia una alimentación más saludable y hacia la ejecución de algunos cambios. Al dosificar la información mediante el envío de mensajes sencillos, periódicos y visualmente atractivos, se vuelve más saliente el beneficio de comer saludable y se reenfoca la atención del consumidor hacia este objetivo. Los tips, consejos y recetas ayudan al comprador a simplificar tareas complejas y multidimensionales (qué cocinar, cómo hacerlo, en qué momento), limitando los efectos de la inatención cognitiva, y contribuyendo a llevar los objetivos a la acción. Además, el hecho de que los emisores de varios mensajes sean figuras públicas ayuda a mejorar la forma en que los individuos perciben la información y las opciones disponibles, activando el modelo de roles y la influencia social positiva.

    En nuevas investigaciones que estamos desarrollando, nos estamos planteando si conviene extender el tiempo de los mensajes para procesar cambios más permanentes en los hábitos o si conviene además alinear los mensajes con otro tipo de incentivos.