Nº 2222 - 27 de Abril al 3 de Mayo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl próximo 1º de mayo habrá un acto del PIT-CNT que celebra el día del trabajo y será tan previsible como todos los anteriores. Habrá discursos encendidos contra el gobierno (por cualquier tema y por cualquier asunto); se repetirán trilladas y tergiversadas palabras como solidaridad, trabajo digno, conquistas laborales, explotación, desigualdad, hambre o justicia social. Y, como no podía ser de otra manera, se dirán muchas falacias, porque sin ellas sería como si le faltara “la marca en el orillo” a la gastada tela del PIT-CNT.
La primera falacia es que este acto lo organiza el PIT-CNT, una central sindical que dice velar por los derechos de los trabajadores y cuya visión corporativa (es decir, hacia dónde se dirigen y cuáles son sus aspiraciones de largo plazo) es: “Construir entre todos una sociedad más justa y solidaria, donde los medios de producción y de servicios estén en manos de los trabajadores. Para llegar a un Uruguay, un mundo, en el cual no existan explotados ni explotadores”. Una definición marxista de cabo a rabo.
El marxismo ha sido el peor enemigo de los trabajadores (y de todos los seres humanos que sufrieron bajo su mandato), salvo los integrantes de la clase dirigente, que vivieron (y viven) como reyes.
Los principales dirigentes del PIT-CNT son comunistas, y el comunismo, durante los últimos 100 años, mató a más de 150 millones de seres humanos, entre asesinatos directos, purgas, encarcelamientos, trabajos forzados en campos de concentración (a los que eufemísticamente llamaban “campos de reeducación”) y sobre todo por enormes hambrunas provocadas por haber eliminado la propiedad privada, someter a los campesinos a seguir programas de producción ineficientes y por saquearles el fruto de su esfuerzo para dárselo al partido, quien lo iba a “redistribuir” en forma justa e igualitaria. Nada de esto sucedió.
Aplicando el neolenguaje descrito por George Orwell en su novela 1984, los discursos utilizarán pocas y simples palabras con contenidos muy emotivos, pero que en el fondo ellos le dan otro significado del que aparece en la superficie. La frutilla de la torta es la palabra solidaridad, que la interpretan como ayudar al pobre, darle asistencia infinita y solucionarle todos sus problemas: educación, vivienda, salud y hasta algún espectáculo tildado de “cultural”. Pero el diccionario de la Real Academia define la solidaridad como la “adhesión circunstancial a la causa o empresa de otro”. Primero tener una meta y luego recibir un apoyo transitorio. Ni el empleo público, ni los subsidios, ni las ollas populares son solidarios. Son esclavizantes.
Terminar con la propiedad privada y expropiar los medios de producción y de servicios para que queden en manos de los trabajadores es el camino más directo a la miseria de esos mismos trabajadores. El derecho a la propiedad privada e individual es un derecho humano tan importante como el derecho a la vida, porque cuando el partido, el sindicato o el Estado se quedan con esos bienes de producción y los asignan a quien le plazca al burócrata te pueden dejar literalmente sin herramientas para ganarte tu propio sustento y, así, condenarte a la miseria o a la misma muerte.
Ellos creen que, al terminar con los medios privados de producción, se terminan con las clases dominantes (que acumulan el capital) y dejan de explotar a la clase trabajadora oprimida, que solo tiene su mano de obra para ofrecer. Esto es tan falso en la teoría como en la práctica. Para empezar, en un régimen capitalista de libre mercado, donde hay miles de oferentes (comerciantes) que muestran sus productos y servicios, solo gana aquel que tenga el mejor producto, el mejor precio o el mejor servicio. El comerciante no es un explotador, sino un benefactor, que no solo vende sus productos en intercambios libres y voluntarios, sino que ofrece trabajo para aquellos que no pueden o no saben crearse el suyo propio.
En cambio, donde sí hay explotados es en los regímenes comunistas, socialistas, estatistas o mercantilistas, donde un solo oferente monopólico (sea público o privado) o un oligopolio (unos pocos se reparten el mercado) se aprovechan tanto del consumidor como del empleado, quienes no tienen opciones para elegir dónde comprar o dónde trabajar.
Los abusos más espantosos en las relaciones laborales no se dieron en la Revolución Industrial (donde vemos fotos de fábricas del 1800 en adelante, con condiciones que a nuestros ojos del siglo XXI nos resultan espantosas), sino que se dieron en los regímenes comunistas de Rusia con Stalin, en la China de Mao, en la Cuba de Fidel, en la Camboya de Pol Pot, en la Albania de Hoxha o actualmente en la Venezuela de Maduro, donde tuvieron a millones de ciudadanos como verdaderos esclavos. ¡Qué me vienen con la ley de las ocho horas!
El otro error es “defender los puestos de trabajo”, aunque estos sean obsoletos, improductivos y sin valor agregado. Los sindicatos hacen paros y dan batallas para defender el innecesario puesto de guarda de ómnibus 1, o los cajeros de banco o los cobradores de peajes. Todas estas tareas rutinarias ya desaparecieron o desaparecerán pronto por los avances de la robótica y la tecnología, como bien lo señala el informe The future of employment de la Universidad de Oxford. Lo que sí hay que defender no es el puesto de trabajo sino a la persona que lo ocupa, dándole capacitación técnica y nuevas competencias. Pero la desastrosa educación pública uruguaya (en gran parte gestionada por los propios sindicatos de izquierda) los condena al fracaso.
Por último —y no menos importante— la enorme falacia de la justica social, que es, en realidad, una gran injusticia. Parte de la base del ideal de la igualdad, no solo de la igualdad de oportunidades al inicio (que puede ser una iniciativa compartible, aunque jamás será 100% realizable), sino de la igualdad de resultados, es decir, que todos tengan lo mismo.
Como bien decía Margaret Thatcher, el socialismo logra esa igualdad, pero siempre para abajo: todos iguales y todos pobres. Vean lo que son Cuba o Venezuela, e incluso Argentina: unas grandes villas miserias, a pesar de contar con recursos naturales y humanos, que otrora gozaban de un buen bienestar. La única manera de lograr esta igualdad es a punta de pistola. ¡Y vaya si los comunistas la han usado a diestra y siniestra y sin ningún tipo de pudor ni arrepentimiento!
Hay que terminar con otro mito que repiten los buenistas: que la idea del comunismo es linda en teoría, pero impracticable y que siempre que se aplicó falló no porque la idea era mala, sino porque los que la aplicaron se desviaron del camino. En otras palabras: el problema no es la receta, sino el chef. Pero resulta que, en 100 años de usar esta receta y de haber probado miles de chefs, ninguno logró entregar un plato decente. Todos estaban podridos y malolientes.
Tan es así que, en 1620, cuando un grupo de puritanos viajó desde Inglaterra a lo que luego sería Estados Unidos, liderado por John Carver y luego de su muerte por William Bradford, organizó la primera colonia en Plymouth bajo un régimen comunitario: todo era de todos y nada era de nadie. Cada uno trabajaba según sus capacidades y todos recibían los mismos frutos. ¿Qué creen que sucedió? Las cosechas obtenidas fueron un rotundo fracaso porque no había estímulos para esforzarse más y los haraganes (que siempre los hay en todo grupo humano) recibieron su parte haciendo poco o nada, viviendo del esfuerzo de otros.
Luego Bradford cambió las reglas de juego y le asignó a cada familia una parcela para que cada uno la explotara a su suerte. La siguiente cosecha fue un verdadero éxito y a partir de allí se festeja el Thanksgiving Day (Día de Acción de Gracias), agradeciendo la abundante cosecha obtenida (en realidad no tenían que agradecerles a otras personas ni a los dioses, sino a ellos mismos).
Por último, espero que dirigentes de la coalición de gobierno, empresarios o académicos no vayan a este acto a hacer la claque para sacar patente de “no facho”, creyendo ingenuamente que van a ser mejor tratados por esta manga de fedayines del primero al último. No hagan la de Chamberlain y sus “apaciguadores”, que creían que, siendo tolerantes con Hitler, este no iba a invadir Inglaterra. Pero cuando Chamberlain volvió de Alemania blandiendo un papelucho (que suponía un acuerdo de no agresión) Winston Churchill le espetó: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra; escogisteis el deshonor y tendréis la guerra”.
Por eso, este 1º de mayo que se viene ojo con ser cómplices de celebrar la lucha de clases, repartir la riqueza (sin tener la más mínima idea de cómo crearla) o propiciar la justicia social. Todas estas falacias lo único que llevan es a la miseria, a la falta de libertades y a la falta de trabajo. Un verdadero deshonor para celebrar, justamente, el día del trabajo y del trabajador.
(1) COME (Corporación Ómnibus Micro Este Sociedad Anónima), desde su creación en 1963, nunca tuvo guarda y fue siempre de las empresas más rentables.