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    Pacheco “fallido”, Borbaberry “caballero”, Sanguinetti de “centro izquierda”, Lacalle “ansioso” por “privatizar” y Batlle “aliado”

    Según la visión de los sucesivos embajadores y el personal que trabajó entre 1944 y 2003 en la sede diplomática de Estados Unidos en Montevideo, Uruguay fue una democracia con un sistema de bienestar que se hizo insostenible, que engendró una guerrilla terrorista y un gobierno estúpido, estuvo dominado por militares que se creían “salvadores” y que tras la dictadura alternó presidencias europeístas y pro norteamericanas

    Tres buques de la Armada uruguaya se ubicaron lentamente en el acceso al puerto de Montevideo. Sus armas apuntaban a los blindados del Ejército que llegaban a la terminal. Desde su oficina, el embajador de Estados Unidos y sus colaboradores miraban la escena ocurrida en febrero de 1973, meses antes del golpe de Estado.

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    Diez días antes del incidente, esa sede diplomática había recibido la información por parte de la Armada de que los militares uruguayos se movilizarían contra el gobierno. “Y así lo hicieron”, recordaría James Tull, oficial de asuntos políticos de la Embajada estadounidense de la época y uno de los colaboradores que observó aquel “gesto gallardo pero fútil” de la Armada desde la oficina del embajador.

    Luis A. Lacalle

    El testimonio de Tull es uno de 22 entrevistas que la Asociación de Estudios y Entrenamientos Diplomáticos hizo entre embajadores y funcionarios del servicio diplomático que trabajaron en la sede de Montevideo entre 1944 y 2003, a las que accedió Búsqueda.

    Con la ventaja de ocupar cargos en una embajada que tenía “múltiples contactos” en ámbitos políticos y sociales, los entrevistados relataron su experiencia y dieron su visión acerca de algunos incidentes de la historia reciente uruguaya: el ascenso del grupo guerrillero tupamaro; la llegada de un ex boxeador y “político fallido” a la Presidencia; el golpe de Estado encabezado por un “caballero”; los abusos cometidos por militares que se creaían “salvadores” de la sociedad; las negociaciones para volver a la democracia; el gobierno de un “amigo” de Estados Unidos y luego de un “europeísta; y el gran “favor” que George Bush hizo para que Uruguay evitara el default en 2002.

    En ninguna entrevista se hace referencia explícita, aunque sí se hacen menciones indirectas a la Guerra Fría y a las actividades que desarrollaron los servicios de inteligencia norteamericanos en Uruguay.

    De la calma a la inestabilidad.

    El 3 de mayo de 1959 el embajador norteamericano, Robert Woodward (1958-1962), esperaba a su hijo en el Aeropuerto de Carrasco. En ese momento, a tan solo unos metros una multitud le daba la bienvenida a Fidel Castro, quien llegaba en una visita de 48 horas. La visita del líder cubano, que ese mismo año había encabezado el movimiento guerrillero que había terminado con la dictadura de Furgencio Batista, era muy esperada en Uruguay.

    “Yo intentaba pasar desapercibido porque no estaba seguro de cuál era la posición de mi gobierno respecto de Castro en ese momento”, recordó Woodward.

    Cuando fue asignado a la sede en Montevideo, Uruguay era considerado en ámbitos diplomáticos como un “puesto muy atractivo” porque el país era “muy democrático” y “nadie había escuchado nada acerca de los tupamaros”. Sus principales tareas estuvieron vinculadas a problemas comerciales y a preparar la visita que hizo el presidente Dwight Eisenhower en 1960 (ver nota aparte).

    “En ese momento, Uruguay estaba sufriendo un dilema común al resto de los países de América Latina: y es que habían construido un grupo de programas sociales que su presupuesto no podía financiar —afirmó el vice consul Samuel Hart (1959-1961)—. Y por eso iban de una crisis económica a la siguiente: inflación rampante y luego ajustes bajo las demandas del Fondo Monetario Internacional para acceder a programas de estabilización”.

    Varios entrevistados describieron a Uruguay como un país que tuvo un pasar próspero en la primera mitad del siglo XX debido a que las dos guerras mundiales y la guerra de Corea hicieron que se mantuvieran altos los precios internacionales de los bienes que producía.

    Sin embargo, la situación política y económica era “muy inestable” cuando el embajador Robert Sayre (1967-1969) llegó a Montevideo. “Obviamente no podíamos hacer nada respecto del problema político, pero de inmediato trabajamos con la Agencia Internacional de Desarrollo para ayudar a Uruguay a corregir su economía”, dijo Sayre.

    Según el agregado comercial de la embajada, Harry Cahill (1968-1971), “había demasiada protección para la industria, demasiados subsidios para intereses especiales, una economía paralizada, sin aumento del empleo”. En ese contexto, “casi todos los universitarios estudiaban Medicina o Derecho y encontraban pocas oportunidades laborales. Nadie estudiaba Ciencias, Ingeniería o Agronomía”.

    “Uruguay también sufría por los excesos de regulación y protección. Las ‘buenas familias’ los controlaban. Los favoritismos eran altos y la eficiencia baja”, relató Cahill.

    El ex boxeador y los alienados.

    Dado que la mayoría de los consultados estuvo en Uruguay durante las décadas de 1960 y 1970, las entrevistas se centran en la actividad de los tupamaros, la situación política local y las gestiones de la Embajada norteamericana ante esos hechos.

    Según el viceconsul, quien dedicaba parte de su tiempo a “colarse” en movilizaciones callejeras de grupos de izquierda hasta que “lo reconocieron” y recibió “varias amenazas de muerte” en su casa, la clase media y media alta “estaban alienadas”.

    “Los soviéticos tenían una gran misión y creíamos que operaban muchos de sus programas políticos regionales desde aquí. Por eso, nuestra sección (política) era bastante grande, mientras que nuestras oficinas de inteligencia eran varias veces más amplias”, explicó Tull al respecto.

    El encargado del área política dijo que junto con su equipo mantenían contactos con miembros del gobierno y la oposición. Incluso, tuvieron “un par” de “contactos tentativos y de segunda mano” con el movimiento tupamaro —“la Orga”— pero “no llegaron a nada útil”.

    El principal objetivo de los tupamaros, según el oficial norteamericano, era “debilitar y eventualmente tirar el gobierno democráticamente electo del Partido Colorado”. El grupo guerrillero estaba integrado por universitarios de tendencia marxista radical, “no era un movimiento popular y de masas” y consideraba a la Unión Soviética como “demasiado burguesa”.

    Consultado acerca de la posición del gobierno uruguayo en ese momento, Tull dijo: “La respuesta breve es que la administración de (Jorge) Pacheco era tan miedosa, débil y —no hay otra palabra para ello— estúpida que jugó directamente a favor de los tupamaros al debilitar a las instituciones liberales del país al punto que los militares tomaron el poder y el gobierno democrático, como querían el MLN (Movimiento de Liberación Nacional), colapsó. Lo que los tupamaros no sabían era que el precio de su éxito sería en última instancia su derrota”.

    Para Tull el MLN fue una organización que cometió actos terroristas y la rigidez de su posición le impedía negociar un cese en su enfrentamiento con el gobierno. Por su parte, Pacheco era un “ex boxeador y político fallido” que “no podía tolerar las críticas”, recurría permanentemente a las “medidas prontas de seguridad” y censuraba a la prensa. Cuando hablaba del camino que seguía el gobierno con sus contactos de la administración, “excepto por los seguidores más cercanos” al presidente, el resto “solo encogían sus hombros con desdén”.

    “Desafortunadamente pa­ra la nación”, en las elecciones de 1971 “la fracción encabezada por el presidente Pacheco ganó por poco y eligió a un estanciero rico, Juan María Bordaberry, quien tomó posesión en 1972 y cuya administración demostró ser más incompetente que la anterior”, añadió.

    “Para 1973, la Orga había sido destruida —prosiguió Tull en su relato—. Sin embargo, el embrollo de los tupamaros se volvió un motivo para ataques extendidos y arrestos de personas consideradas simpatizantes o partidarias del MLN. Eso fue personalmente trágico porque perdí muchos amigos y allegados”, como el presidente de la Cámara de Diputados Ernesto Gutierrez Ruiz y el senador Zelmar Michelini, ambos asesinados en Buenos Aires.

    Con respecto a la posición de la Embajada estadounidense a fines de la década de 1960 y los comienzos de la dictadura, Tull afirmó que el gobierno liderado por Richard Nixon apoyaba la “línea dura seguida por Pacheco, (Juan María) Bordaberry y los militares”. El funcionario abandonó Uruguay en julio de 1973, un mes después del golpe de Estado, “sin haber escuchado una sola palabra negativa desde Washington”.

    “Como siempre, la Embajada tomó su línea oficial de Washington, pero personalmente creo que muchos pensábamos que podría haber sido posible, si no salvar la democracia en Uruguay, al menos prevenir muchos de los horrores y excesos que se cometieron la década siguiente”, concluyó.

    El caballero Bordaberry.

    Tull dejó Uruguay el mismo año que asumió al frente de la embajada Ernest Siracusa (1973-1977). El tema de los derechos humanos estuvo en el eje de las discusiones entre Estados Unidos y la dictadura uruguaya durante ese período.

    Según su relato, Siracusa mantuvo una buena relación con Bordaberry y su ministro de Relaciones Exteriores, Juan Carlos Blanco. “No tengo dudas en decir que estos dos caballeros, ambos profundamente devotos de las tradiciones de los principios democráticos uruguayos, ranquean alto en cuanto a su honestidad e integridad entre los líderes que he conocido en mi larga carrera en América Latina”, dijo durante una entrevista, realizada antes de que Blanco y Bordaberry fueran enviados a prisión por la Justicia.

    En la primera reunión con Bordaberry, el embajador le planteó que Estados Unidos estaba “comprometido con los derechos humanos” y que cualquier acción que pudiera tomar el presidente para dejar mejor parado a Uruguay ante la opinión internacional quedaría sin efecto si aparecía “evidencia real de abuso”.

    Siracusa opinó que los militares tomaron el poder “de un modo poco tradicional” y eso hizo que se vieran a sí mismos como “salvadores de la nación” y que pensaran que no debían abandonar el gobierno hasta que la amenaza de la guerrilla y la izquierda fuera “definitivamente purgada” de la sociedad.

    La Embajada de Estados Unidos tenía datos de algunos abusos cometidos por los militares, hechos que para Siracusa eran hechos negativos pero no sustentaban las “escandalosas e injustificadas acusaciones” que organizaciones de derechos humanos hicieron sobre Uruguay. “En un momento, por ejemplo, Amnistía Internacional calificó a Uruguay como el país más abusivo de los derechos humanos en el mundo” cuando el Shah gobernaba Irán y “Dios sabe cuántos abusadores del tipo de Idi Amín” había en África, criticó.

    “Ciertamente hubo algunos abusos, pero estaban quienes los deploraban y trataban de controlarlos; del presidente para abajo. (...) Luego de la guerra de Vietnam muchos de los activistas que habían atacado sin descanso a Washington por sus políticas, encontraron una nueva causa para volcar sus energías en el problema de los derechos humanos; y muchos se sumergieron en ello con indiscriminada venganza lo que con frecuencia dio crédito al sensacionalismo sobre la verdad”, añadió el embajador (ver nota aparte).

    “Su hora de necesidad”.

    El primer día que Lawrence Pezzulo (1977-1979) llegó a Uruguay para sustituir a Siracusa, el embajador norteamericano tuvo que enfrentar el malestar de las Fuerzas Armadas. La administración de Jimmy Carter había introducido un cambio radical en la política norteamericana frente las violaciones a los derechos humanos en la región y los militares uruguayos sufrían ante la falta de asistencia de Estados Unidos.

    “Nos pasamos tres horas reunidos; ellos afirmaban que Estados Unidos no entendía el comunismo, no entendía sus problemas y los había abandonado en su hora de necesidad”, recordó Pezzulo. En ese primer encuentro, el embajador les respondió que “estaban exagerando” y que con las violaciones a los derechos humanos que estaban cometiendo ponían “en peligro” la relación binacional.

    Una de las primeras órdenes que le dio a su equipo de trabajo fue investigar “las raíces de la subversión” y del ascenso de los militares. La conclusión a la que arribó luego de ese análisis fue que los militares “exageraron en la reacción y cometieron los abusos. Fueron a las universdades y sospecharon de los cursos universitarios. Fueron detrás de los profesores de izquierda. Y antes de que se dieran cuenta, estaban torturando gente para conseguir información, haciendo arrestros arbitrarios y llenando las prisiones con presos políticos”.

    Los militares “no eran malvados, eran personas que habían pasado por una experiencia para la que no estaban preparados, luego trataron de volverse limpiadores de una sociedad que no necesitaba una limpieza tan profunda”. Por eso, en sus negociaciones, el embajador reclamaba que muestren “prisioneros liberados” y que “están cerrando las oficinas donde se tortura” y a cambio el gobierno norteamericano accedería a algunas solicitudes.

    “No digo que somos los responsables de su retorno a la democracia, pero hay algunos demócratas que pueden decir eso. Esto suavizó las acciones de los militares porque se dieron cuenta de que habían exagerado su jugada”.

    Para el jefe de misión de la embajada, Richard Melton (1982-1985), las Fuerzas Armadas uruguayas vieron con “reserva” y preocupación el “colapso” del régimen militar argentino luego de la guerra de las Malvinas.

    Las discusiones sobre la transición hacia la democracia habían comenzado antes de que Melton llegara; sin embargo, participó en varias reuniones sobre el tema. “Teníamos buenos contactos con todos los segmentos de la sociedad, incluso los militares”, afirmó. “Se acercaban las elecciones y los partidos, buscando ventajas tácticas, planteaban objeciones. Entonces manteníamos extensas reuniones con los líderes partidarios y militares para mantener la transición en su curso”.

    “Teníamos una extensa lista de prisioneros en Uruguay; y le hicimos saber a las autoridades que la teníamos. Eso reforzó la presión para manejar humanamente a aquellos que incluían provisiones para liberar a la mayoría de los prisioneros”, agregó.

    Un amigo y un “europeísta”.

    El primer gobierno de Julio María Sanguinetti (1985-1989) no está incluido entre los temas conversados debido a que ningún entrevistado trabajó en esa época.

    Durante su gestión, el embajador Thomas Dodd (1993-1997) pudo conocer y comparar a Sanguinetti y Lacalle en el ejercicio de la Presidencia.

    Según Todd, Lacalle era “extremadamente amigable con Estados Unidos”. Uno de “sus intereses” era “privatizar la industria propiedad del Estado” y estaba “ansioso” por “privatizar las telecomunicaciones”.

    Sanguinetti, en cambio, era para Todd un líder de “centroizquierda”, un “europeísta” que “no estaba descontento con la industria propiedad del Estado”.

    Cuando tenía que reunirse con el presidente colorado, Todd solicitaba una reunión y era recibido en la residencia de Sanguinetti. “Creo que no quería que se lo viera teniendo un contacto con el embajador de Estados Unidos”, dijo el diplomático, y añadió: “Eran reuniones muy productivas. Siempre era muy franco conmigo, muy honesto y muy interesante”.

    Mientras que el gobierno de Sanguinetti era “muy solícito” con los “intereses de los embajadores europeos”, durante a administración Lacalle el gobierno era “muy solícito conmigo y con los Estados Unidos”, explicó Todd.

    “Bajo Lacalle, Uruguay no era compasivo con Fidel Castro y no pretendía ser neutral con ese tema. Pero Sanguinetti era claramente compasivo con el régimen de Castro”, dijo a modo de comparación.

    “El favor”.

    El entrevistado que trabajó más recientemente en la Embajada es Luke Kay, encargado de Asuntos Públicos (2002-2003), quien dijo haber tenido “la suerte” de estar en la Embajada durante la última crisis económica.

    Acerca de los complicados días que vivió Uruguay, Kay recuerda tres cosas: que el embajador de Estados Unidos, Martin Silverstein, era un “hijo de puta” sin conocimientos de idioma español, que “la izquierda echó combustible a las llamas” cuando el país se incendiaba y que como George W. Bush “era amigo” de Jorge Batlle, Estados Unidos facilitó un “préstamo puente” de U$S 1.600 millones que evitó una crisis mayor.

    Silverstein era un embajador “designado políticamente” con “poco o ningún conocimiento de Uruguay” que le hacía la “vida imposible” al personal de la embajada. En una ocasión, se comparó con el Papa, diciendo que él era a la Embajada “lo que el Papa es a la Iglesia Católica”, contó.

    Acerca de la situación uruguaya, Kay recordó que durante la crisis los días eran tensos, las tiendas cerraban sus puertas, el peso uruguayo se devaluaba frente al dólar y “la izquierda” movilizaba a su gente en las calles.

    Batlle había endurecido su posición con respecto a Cuba y había demostrado ser “un aliado cercano”, recordó el funcionario. Por eso Estados Unidos “sacó” al país de la crisis mediante un “préstamo puente” que permitió reabrir los bancos.

    Según Kay, cuando Uruguay lo necesitó “Estados Unidos devolvió el favor”.

    Política
    2013-05-02T00:00:00