N° 1935 - 14 al 20 de Setiembre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuando el 1º de marzo de 2015 Raúl Sendic se convirtió en vicepresidente de la República y pasó a ejercer la presidencia de la Asamblea General y del Senado debió sentirse muy cerca del cenit de su vida política. No solo porque había alcanzado una de las posiciones de mayor destaque en el organigrama gubernamental, sino porque a sus 52 años se ubicaba en una supuesta pole position de cara a la carrera presidencial 2019 de un Frente Amplio necesitado de una pronta renovación generacional.
Treinta meses más tarde, cuando el sábado 9 presentó su renuncia al cargo ante el Plenario Nacional para evitar una declaración, deshonrosa en lo personal y políticamente descalificante, que le imponía sanciones por el uso indebido de la tarjeta corporativa, seguramente sintió la noche más oscura.
Ni siquiera en ese instante dejó de mostrarse altivo, distante. Cuestionó al fallo del Tribunal de Conducta Política (TCP), repartió reproches al presidente de la coalición, Javier Miranda, y a quienes le reclamaron la renuncia por la prensa. No tuvo ni una sola expresión autocrítica.
La instancia del sábado fue el fin de un proceso político que manejó con increíble ingenuidad y torpeza. Que transitó sin comprender la magnitud del lío en el que estaba metido —que durante meses cargó sobre las espaldas del Frente Amplio— ni las consecuencias que le acarrearían a él y al oficialismo.
Durante los dos años y medio que transcurrieron entre aquel luminoso 1º de marzo y la renuncia del sábado le fueron estallando situaciones que él mismo originó en el pasado: la deficitaria gestión que cumplió en Ancap, producto de inversiones desproporcionadas y gastos fuera de control; la atribución de una inexistente licenciatura en Genética Humana, y el uso infantil de una tarjeta corporativa que empleó en compras personales de poca monta.
Quizás lo peor de todo hayan sido las explicaciones confusas, contradictorias, falaces, que fue dando durante estos 30 meses en relación con cada una de estas situaciones. Lo suyo resultó patético, porque exhibió todas sus limitaciones políticas. Explicaciones que daban vergüenza ajena y que fueron raleando las filas de su sector político, reducido ahora a un pequeño grupo de incondicionales.
Tan distante estaba de entender el problema que vivía y de cómo hipotecaba su carrera política, que incluso sus defensores —Vázquez defendiendo la formalidad institucional, Mujica y el Partido Comunista por afinidad política y de intereses— terminaron poniendo distancia. Tan desnorteado ha estado todo este tiempo que, incluso tras haber comparecido ante el TCP, le atribuyó “éxitos” recientes de Ancap a su pasada gestión. Afirmación que, interrogada por la prensa, la ministra de Industria, Carolina Cosse (MPP), no tuvo más remedio que desestimar.
Con excepción de su obsecuente entorno, el resto de los actores políticos, del oficialismo y la oposición, veían cómo su posición se debilitaba día a día y cómo castigaba al Frente Amplio en su línea de flotación.
Hace un par de meses su abogado defensor lo consideró un “cadáver político”. Dos semanas atrás, el abogado José L. Baumgartner, notorio mujiquista, se despachó con ironía al titular su columna quincenal en la contratapa de Voces: “Raulito, quién te hace los libretos”.
Pese a ello, Sendic y su entorno siguieron desoyendo las múltiples señales y comentarios de correligionarios que le reclamaban, por el bien del Frente Amplio, dar un paso al costado.
Ni siquiera la difusión el lunes 4 del pronunciamiento unánime del TCP, que consideró que sus acciones “comprometen su responsabilidad ética y política” e implican “un modo de proceder inaceptable en la utilización de dineros públicos”, pareció convencerle de que debía renunciar. Recién aterrizó cuando sintió que Mujica, el Partido Comunista y hasta el propio Vázquez le habían soltado la mano y que, en la antesala del Plenario, se negociaba el grado de las sanciones a aplicarle.
Aunque dolorido por el desenlace de la situación es probable que Sendic se sienta liberado de las presiones y de los constantes cuestionamientos que recibió en los últimos meses. Particularmente de “compañeros”. Que siempre son los que más daño político y personal provocan.
Aún debe esperar los pronunciamientos de la Junta de Transparencia y Ética Política (Jutep) y la resolución de la investigación judicial sobre la gestión en Ancap promovida por sectores de la oposición.
Sin perjuicio de ello, parece bastante claro que si pretende rehacer su carrera política, a diferencia del pasado, en el que tuvo influyentes padrinos y encontró vientos favorables, ahora deberá remar contra la corriente, sin mayores aliados, avanzar paso a paso. Acorde con su actuación y la progresiva pérdida de credibilidad, los saldos de simpatía-antipatía de las encuestas exhibieron su vertiginosa caída. Tuvo un cierto capital que dilapidó sin medida.
Es obvio que también para el Frente Amplio su renuncia ha sido una liberación. Porque le permite superar, no sin dolor ni magulladuras en la interna como en la opinión pública, una situación política e institucionalmente negativa.
Al fundamentar —y priorizar— su pronunciamiento en la vigencia de principios éticos inexcusables en la política y en la gestión pública, el Tribunal hizo un aporte fundamental para lograr una salida lo menos traumática posible y calafatear el barco. Todo lo que sobrevino luego de la renuncia del sábado fue para cubrir las formas, pour la galerie.
Aun así, no quedan laudadas las controversias planteadas en torno al “caso Sendic”, que hacen al mejor manejo de los recursos públicos, al rol y a las políticas a aplicar en las empresas del Estado. Origen del millonario déficit de Ancap y de su posterior capitalización que estamos y seguiremos pagando quién sabe por cuánto tiempo más.
Algunos analistas y académicos creen que con el “caso Sendic” el Frente Amplio “tocó fondo” y que ahora solo cabe esperar la revisión de comportamientos destructivos —autofagia, según Vázquez— y por ende la recuperación de activos. Una conclusión optimista que peca de ingenua por no apreciar qué cosas siguen sobre la mesa, qué cuestiones e intereses están en juego en el futuro próximo.
Es obvio que siempre se puede mejorar. Pero no es menos cierto que siempre se puede estar peor. ¿De qué depende? No solo de una voluntad política, sino de las circunstancias que habrá que enfrentar. ¿Y qué es lo que el oficialismo tiene en el horizonte más inmediato?
Una serie de investigaciones judiciales y legislativas sobre decisiones y conductas públicas cuestionadas, que van, como en el caso de Ancap, desde gestiones deficitarias, descontrol, abuso de funciones, conjunción de interés público y privado, los negocios con Venezuela, los niveles de descontrol y corruptelas ya difundidas en la operativa de ASSE, el desmesurado proyecto de la regasificadora, la defensa y apoyo a líderes “progresistas” de la región involucrados en gravísimos casos de corrupción.
Una pesada mochila que no todos contribuyeron a cargar y no todos querrán cargar con ella (porque no todos se han beneficiado igualmente de ello). Sobre todo cuando el país ingresará en un tiempo de definiciones políticas y todos compiten al menos por conservar sus actuales posiciones.