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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAsistimos a un fenómeno que no es nuevo, pero que nunca deja de sorprendernos: el populismo en sus diferentes vertientes de derecha y de izquierda, y su crecimiento en el mundo contemporáneo.
Nacido en el siglo XIX y desarrollado en la siguiente centuria, el populismo se consolida apoyándose en un pueblo al que pretende proteger, y en un liderazgo fuerte y con escasa tolerancia a las voces discrepantes. Aunque sus autoridades suelen acceder al gobierno por la vía democrática, estas no se sienten cómodas con los contrapesos de la división de poderes y una opinión pública que no acepte dócilmente sus decisiones.
Ejemplos contemporáneos hay unos cuantos, tanto en Europa como en América Latina. Volcados hacia la derecha, en Europa el populismo va creciendo en Alemania con el partido AfD, y en Hungría ya ejerce el poder bajo la presidencia de Viktor Orban. En América Latina existen varios ejemplos a la izquierda, y los más relevantes tal vez sean el chavismo en Venezuela y el “masismo” de Evo Morales en Bolivia.
El justicialismo de Juan Domingo Perón es un ejemplo de populismo histórico, y creció bajo el temor y la incertidumbre creando alianzas populares con los sindicatos y con empresarios nacionales acostumbrados al modelo de la sustitución de exportaciones.
El kirchnerismo se adueñó de ese legado y lo reconvirtió en clave posmoderna. Para eso se basó en un liderazgo familiar que al inicio tuvo fuerte aceptación cuando el viento de cola era favorable, y luego confió en que el modelo podía seguir adelante usando la receta simplona de distribuir riqueza ficticiamente creada mediante la emisión irresponsable de moneda.
Lejos de eternizarlos en el poder, la magia electoral del plan “platita” no pudo esconder los resultados catastróficos de la gestión, y este domingo el pueblo argentino se levantó y dio un mensaje contundente para demostrar que el miedo infundido desde el gobierno no puede superar a la indignación acumulada por un pueblo sin rumbo y hastiado de promesas.
Los resultados de este fracaso están a la vista, y de ese modo la indignación llevó a elegir lo desconocido e incierto frente a la receta tradicional populista. Los pobres pueden estar sometidos a necesidades impostergables, pero los gobernantes no pueden menospreciar su dignidad.
Indignación y populismo se presentan como antinomias ante la imposibilidad de resolver subsidiariamente con recursos del Estado lo que la economía de mercado no es capaz de crear. La gestión del gobierno kirchnerista lo demuestra cabalmente, y deja a su sucesor una economía diezmada y endeudada que posiblemente deba acudir a dolorosas medidas de shock como respuesta posible.
Es bueno recordar esta lección cuando la democracia está siendo cuestionada en varios países por la ineficacia de gobiernos opacos e irresponsables.
Carlos A. Bastón