Nº 2238 - 17 al 23 de Agosto de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn 2016 en el cumpleaños de un amigo, una persona a la que apenas conocía discrepó de forma descortés sobre mi escaso entusiasmo, digámoslo así, por un eventual triunfo de Donald Trump en las elecciones de ese año en Estados Unidos. El argumento que usó fue que personas como yo no aceptábamos las reglas de la democracia cuando los resultados no nos agradaban. Abandoné rápidamente mi intento por llevar la conversación hacia un lugar más profundo (o más descortés), para evitar que otras personas asistieran a un intercambio inconducente.
Recupero esta anécdota menor porque, al igual que con Trump, considero que es inconveniente que Javier Milei sea electo presidente de Argentina. Lo es para su país y para Uruguay. Y lo es por razones que van más allá, incluso, de que sus ideas son desacertadas.
Como ocurría con Trump hace siete años, conozco a varios uruguayos esperanzados con un posible triunfo de Milei en las elecciones presidenciales de este año. Me preocupa. Me preocupa porque ese entusiasmo no tiene en cuenta que los desafíos económicos, sociales y políticos que Argentina enfrenta hoy requieren, además de una agenda sólida en contenidos, mucha capacidad de comprensión, paciencia y flexibilidad de parte del gobierno que asumirá en diciembre. Ello es clave para sortear las restricciones políticas que impiden desde hace años implementar un plan de gobierno consistente y políticamente factible.
Para avanzar en esa dirección, hace falta un liderazgo que desarrolle políticas basadas en evidencia (no en creencias), que sea firme y ecuánime, que sea capaz de negociar y construir acuerdos y, sobre todo, que logre ser legítimo durante un período de tiempo suficiente. Esto último, algo que no consiguieron los dos últimos presidentes argentinos.
En mi opinión, Milei no tiene ninguna de las cualidades y habilidades necesarias para enfrentar tamaña labor. Por cómo se ha mostrado hasta ahora, su perfil es el de un defensor de ideas simples basadas en argumentos pseudocientíficos que está obsesionado por mostrarse irreverente y grosero con todo el que no piense como él. O sea, un enfant terrible con un programa sin contenido ni fundamento y con unas maneras que son exactamente las opuestas a las que necesita Argentina (y cualquier democracia) para hacer frente a sus dificultades.
Si así fuera, la pregunta relevante es cómo se explican los resultados de las elecciones de las PASO (1) del domingo 13 de agosto en las que Milei se erigió en ganador. Y la respuesta es conocida: una parte importante de la ciudadanía argentina está desencantada y enojada con sus gobernantes y con su sistema político. Debido a ello, votar por Milei es expresar ante todo ese fastidio. Convengamos que algo de razón les asiste luego de más de una década de estanflación, problemas severos de gobernabilidad y enfrentamientos inconducentes en casi todos los frentes de la agenda política del país.
La historia enseña que en situaciones como la de Argentina hoy, la emergencia y éxito de líderes fanáticos que hacen culpables de todos los males al “antiguo orden” no es infrecuente. Hugo Chávez, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Nayib Bukele son ejemplos relativamente recientes de líderes populistas que accedieron al poder bajo reglas de juego democráticas.
Si bien los contextos, las circunstancias y las peripecias políticas que habilitaron que ello ocurriera son muy diferentes, hay tres aspectos que más o menos se reiteran: fragmentación del sistema político preexistente, indignación de una parte importante de la ciudadanía con el establishment e incapacidad de los gobiernos de gestionar situaciones económicas más o menos complejas.
Lo anterior no supone desconocer que en todos los casos mencionados los gobernantes y los políticos fueron responsables de las condiciones que permitieron la emergencia de liderazgos potencialmente peligrosos.
Peligrosos porque, por un lado, las ideas que este tipo de líderes suelen defender son muchas veces difíciles de convertir en políticas concretas, sin afectar el marco de libertades individuales y sin violar las reglas de juego de la democracia. Especialmente bajo gobiernos sin mayoría parlamentaria como el que probablemente tendrá Argentina durante la próxima legislatura.
Peligrosos también porque esos liderazgos suelen estar poco dispuestos a aceptar las restricciones para gobernar y para ser reelectos que emergen de las reglas de mayoría. Lo son además porque algunas de las iniciativas que los hicieron atractivos para los electorados y los legitimaron como candidatos, muchas veces terminan siendo abandonadas durante el ejercicio de gobierno por carecer de sentido o, simplemente, por ser impracticables. Cuando ello ocurre se sigue afectando la credibilidad de los partidos políticos y de la democracia, lo cual provoca mayor indignación ciudadana y más polarización política. Así, el espiral de deterioro del clima de convivencia solo se sigue acentuando.
Milei no es la persona indicada para liderar y coordinar las políticas que son necesarias para enfrentar los problemas y desafíos que Argentina tiene por delante. No lo es porque sus ideas son desacertadas, porque carece de un programa consistente y factible y, especialmente, porque su talante y maneras son las opuestas a las que se requieren para gestionar la compleja agenda que le espera a Argentina a partir de 2024. Los uruguayos deberíamos ser conscientes de ello.
(1) PASO: primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias