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    Por senderos bifurcados

    Estreno mundial de la ópera Rashomon

    El domingo 26 en la sala Eduardo Fabini del Auditorio Adela Reta se estrenó la ópera Rashomon, de León Biriotti (Montevideo, 1929), basada en los cuentos Rashomon (1915) y En el bosque (1922), del escritor japonés Ryunosuke Akutagawa (1892-1927). Esa misma fusión de los dos relatos inspiró en su momento al cineasta Akira Kurosawa para guionar y filmar en 1950 la película Rashomon.

    La historia está ambientada en el siglo XII y toda la acción transcurre dentro de un bosque, donde un hombre (Takehiro) pasea con su esposa (Masago). El hombre es asesinado aparentemente por un maleante (Tajomaru) y a continuación comparecen ante el Juez los diferentes testigos del hecho, dando cada uno de ellos una versión distinta de lo ocurrido. Incluso el muerto da su propio relato, diferente a todos, a través de una médium. La intención del autor es plasmar el carácter elusivo de la verdad absoluta.

    Sobre esa base, la dramaturga Sandra Massera planteó un libreto que funciona con fluidez y fue también la responsable de la dirección escénica, marcando el desplazamiento de los personajes con movimientos y poses extraídos de las artes marciales pero en cámara lenta. De tal forma, mientras dos o tres de los protagonistas cantan en primer plano, el resto se mueve de esa manera pausada al fondo del escenario, dándole al conjunto un carácter de danza ritual colectiva que confiere un adecuado clima a ese bosque opresivo donde transcurre la acción. Massera tuvo a su cargo la escenografía, diseñada por Carlos Rehermann: un portal abandonado en el extremo izquierdo del escenario, un conjunto de enormes cabezas de símil piedra en diferentes posiciones, al fondo un telón azulado negruzco con una enorme luna blanca, que por momentos se torna amarilla y es también el sol. Esta estilizada planta escenográfica magníficamente iluminada por Álvaro Domínguez y el excelente vestuario de Nelson Mancebo, hacen del aspecto visual y plástico de la versión un verdadero placer estético. Massera resuelve con gran fineza la sensualidad de la escena de la presunta violación entre Tajomaru y Masago.

    La obra se estructura en varios cuadros, muchas veces separados por interludios musicales. Hay un par de arias y de dúos, recitativos, partes habladas y un noneto final. La orquesta acompañante es un conjunto de música de cámara de doce integrantes: piano, celesta, cuerdas, flauta, picco­lo, corno, oboe, corno inglés, clarinete, clarón, clarinete piccolo y percusión. El grupo abarca el rango instrumental de una orquesta sinfónica, lo que hace posible que la partitura pueda ser ejecutada por una formación sinfónica. Esto hizo el maestro Stefan Lano el año pasado con la Ossodre. En aquella oportunidad las texturas instrumentales resultaron atractivas, hubo soltura en el manejo del color orquestal, predominio de la percusión, un conjunto donde la tonalidad a veces se evadía de forma inteligente y luego volvía para ganar la batalla.

    La audición de la ópera en su versión original con orquesta de cámara y voces confirma aquella impresión, aunque parcialmente. La parte instrumental continúa luciendo el atractivo ya detectado en la versión sinfónica. La funcionalidad de la música se adapta al clima que surge sobre el escenario con ese conjunto de luces, colores y movimiento de personajes.

    La línea de canto es de gran dificultad pues en casi todos los casos el autor pone en las gargantas los picos agudos y graves de la tesitura y casi siempre hace cantar notas largas y sostenidas, que implican un enorme esfuerzo. Pero esto no es problema cuando se cuenta, como en este estreno, con cantantes que resuelven con solvencia ese tipo de dificultades. El tema es que la línea de canto de los diferentes personajes es de una aridez extrema, porque Biriotti está prácticamente en todo momento fuera del sistema tonal. Aquí no ocurre, como en el tratamiento de la orquesta, aquella ida y vuelta hacia y desde la tonalidad; aquí la libertad expresiva del autor parece no querer salirse mucho de los límites de la Escuela de Viena.

    Hay un solo momento, que por otra parte es quizás el de mayor intensidad musical, en que Biriotti hace una visita más prolongada al sistema tonal, y es el aria de la madre de Masago en su declaración ante el Juez, cantada de manera excelsa por la mezzo Stephanie Holm.

    En los roles protagónicos la soprano Eiko Senda (Masago) inunda la sala con su conocido y generoso caudal y belleza de timbre, mientras el barítono Federico Sanguinetti (Tajomaru) salva con honores su dificilísima parte al sostener las notas prolongadas de los finales de frase con muy buen timbre y desplegar en todo momento una convincente actuación. En otro difícil pasaje se luce la soprano Alicia Costa como la Médium, conjugando su parte vocal con un excelente despliegue físico durante el trance en que se conecta con el espíritu de Takehiro.

    Fernando Condon dirigió con limpieza cantantes y orquesta. De esta obtuvo el color y la precisión necesarios para el tipo de música que estaba interpretando.

    La obra transcurre entonces por senderos bifurcados: en uno de ellos todos los elementos escénicos y los interludios instrumentales forman una amalgama interesante y adecuada al clima de la obra; en el otro, la línea de canto, jugada de lleno a la atonalidad, muestra una aspereza y una lógica por momentos insoportables. Con la música tonal pura o mayormente tonal, como dijo Wilhelm Fürtwangler, el oyente “siempre sabe dónde se encuentra a lo largo del camino que recorre y esta seguridad en la orientación no disminuye ni un momento en el transcurso de la pieza. En la música atonal no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. El oyente experimenta la sensación de estar perdido, de estar a merced de fuerzas elementales”. Algo de esto sucede con el canto de Rashomon.

    Dos apuntes finales: en el comienzo de la obra el leñador y el sirviente que hacen los comentarios iniciales fueron absolutamente tapados por la orquesta, o sea que las dificultades acústicas de la Sala Fabini para la representación de ópera siguen en pie. Por último, la imaginativa y rica percusión de la partitura recibió el aporte incesante de las toses de un público que parece no tener idea de cómo amortiguar esos ruidos, si con la boca cerrada, con un pañuelo o simplemente con la mano.