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    Proyecto de ley de eutanasia

    Sr. Director:

    En respuesta a la carta publicada por el Dr. Roberto García, respecto al grupo Prudencia Uruguay, me interesa aclarar algunos supuestos y equívocos de sus afirmaciones. Aunque dice que su intención no es personalizar críticas, sino criticar opiniones, no lo cumple, pues no analiza los argumentos que expresamos en el Parlamento los voceros de Prudencia Uruguay sobre las razones de oposición a la eutanasia, sino que limita toda su carta a una permanente falacia ad hominem, donde al dejar evidente que algunos de nosotros somos católicos —como si lo ocultáramos— parecería dejar en cuestión la validez de los argumentos que no analiza. Como si alguien por tener una fe religiosa, no pudiera presentar argumentos que no tengan que ver con la religión, sino basados en la ciencia y en la razón. ¿O acaso para cada tema científico, filosófico, ético o político que uno tenga que expresar argumentos tiene que avisar que cree en Dios o que es ateo? Lo que hace el Dr. García es cuestionar la identidad cristiana de los expositores y no analiza sus contenidos. Cuando no se tienen argumentos, se cuestiona a la persona por su identidad o creencias o por lo que sea de su vida personal. Confunde que nosotros presentemos un debate racional fundado en razones, en la ciencia y en derechos humanos, con que “ocultemos” nuestra fe religiosa. La fe no se oculta, pero no es la cuestión en la que podremos estar de acuerdo. De hecho, hay creyentes a favor y en contra de la eutanasia y ateos a favor y en contra, y se los podemos presentar. En Prudencia Uruguay se han pronunciado algunos miembros en sus redes, como la Dra. Graciela Ghemi, paliativista y atea, o Álvaro Ahunchain, agnóstico, quienes lo han tenido que aclarar, ya que por el solo hecho de oponerse a la eutanasia parecería que los tratan de religiosos, como si esto además fuera un defecto o los incapacitara para pensar libremente. Lo cierto es que es una falacia recurrente apelar a que “en el fondo” es por motivos religiosos para no tener que responder a los argumentos.

    Prudencia Uruguay, independientemente de estar integrada por creyentes, ateos y agnósticos, no se expresa desde una identidad religiosa porque no la tiene. Quienes lo integramos no ocultamos en lo personal nuestra fe o nuestro ateísmo, simplemente presentamos argumentos para un debate racional y democrático, donde esperamos que se escuchen y se discutan argumentos, no que se nos ataque por opciones de vida o creencias. Se confunde que sepamos distinguir niveles de debate público con que ocultemos opciones personales. No se oculta nada, se plantean los temas en su debido contexto. Lo que nos une son razones y valores que compartimos ateos y creyentes para defender la dignidad humana de todos, especialmente de los más vulnerables.

    Lamentablemente la estigmatización por estos motivos es recurrente en el debate público para dejar fuera del debate a quien se supone que quiere “imponer” sus creencias, cuando en realidad no se impone nada, sino que se presentan argumentos que esperan ser atendidos y racionalmente analizados. Nuestra principal razón de oposición es “que todos los seres humanos tenemos la misma dignidad y que no hay vidas humanas que sean menos valiosas, menos dignas y por lo tanto eliminables si así lo solicitan”. Se puede estar de acuerdo o no con este argumento sin necesidad de creer en alguna divinidad. Creo que no es difícil de entender. Aprovecho esta carta para responder a algunas cuestiones que consideramos fundamentales en este debate:

    — Existen falsos supuestos sobre la eutanasia: se la confunde con la sedación paliativa, cuando esta no provoca la muerte del paciente, y se la confunde con las voluntades anticipadas de oponerse a tratamientos que prolonguen la vida fútilmente. El mito del cocktail o sobre el uso de morfina y derivados en el tratamiento del dolor lo ha explicado hasta el cansancio la Sociedad Uruguaya de Cuidados Paliativos y, sin embargo, se sigue repitiendo que la eutanasia es una práctica corriente. No es así. Y sin argumento se nos llama mentirosos, sin presentar evidencias —solo testimonios o columnas de opinión— y sin consultar directamente a los expertos en cuidados paliativos.

    — Consideramos que la eutanasia permitida para las que se consideran vidas sin valor, en lugar de procurarles alivio y cuidado, creará una nueva forma de discriminación entre seres humanos: eutanasiables de no eutanasiables. A los que se podrá matar si lo piden y a los que no porque se les previene el suicidio.

    — No es una cuestión de libertad personal que uno decide, porque siempre involucra a un tercero que tiene que matar. Por alguna razón es delito de homicidio en nuestro país y en la mayoría de los países del mundo. Los pocos países que han legalizado la eutanasia han eliminado el delito de homicidio solo para determinadas personas, pero sigue siendo matar a alguien, aunque sea a su pedido. Y además, en el caso del proyecto actual, quien decide al final son dos (o tres) médicos generales, no el paciente. Y el paciente es el que tiene menos garantías, ya que no hay psiquiatra, ni psicólogo ni experto en cuidados paliativos que evalúe su deseo de morir. Y no hay comisión previa de revisión del caso, sino postmortem. Cero garantías.

    — Es una cuestión de justicia, ya que además de crear una categoría de personas eliminables, a quien no accede a cuidados paliativos de calidad se le ofrecerá la muerte como única alternativa al sufrimiento. El sistema político debería priorizar la universalización de los cuidados paliativos en lugar de abrir la puerta a que la respuesta al sufrimiento sea despenalizar el homicidio en contexto médico, que además violenta la deontología médica.

    — El primer proyecto se pensaba especialmente para enfermos terminales, pero ya no. Ahora los candidatos que pueden pedir que les provoquen la muerte son un abanico muy amplio de personas, alcanzando a todos aquellos “que padezcan una patología o condición de salud crónica, incurable e irreversible” y consideren que les causa un sufrimiento insoportable. Pero puede alguien no tener una enfermedad incurable y también podría pedir eutanasia porque refiere a que pueda tener “condiciones de salud” que afecten la calidad de vida, por lo que podría incluir cualquier discapacidad, una vejez con limitaciones o depresión crónica, entre otras causas.

    En realidad, cualquiera que quiera acabar con su vida, si cumple con estas condiciones tan amplias, en lugar de ayudarle a aliviar su sufrimiento, se les concederá la muerte argumentando que era su deseo. El Uruguay dejaría así de valorar la vida de los más vulnerables y, en lugar de prevenirles el suicidio y aliviar su sufrimiento, los abandonaría a “su decisión”. Por supuesto que nadie nos puede obligar a la fuerza a vivir, pero la sociedad no debería dar el mensaje de que lo mejor que puedes hacer con tu vida es acabar con ella si consideras que no es digna. Lo que no debería suceder es que algunos puedan tener respaldo legal para eliminar a la gente que por sufrimiento no atendido pide morir. La eutanasia en los hechos es una pérdida de derechos y de garantías que hoy protege nuestra legislación.

    Es obvio que en el Uruguay la eutanasia no es delito por motivos religiosos. Sería bueno hacerse las siguientes preguntas: ¿por qué es delito en nuestro Código Penal?, ¿por qué el Código de Ética Médica del 2014 que se dieron los médicos en nuestro país condena la eutanasia?, ¿por qué la Asamblea Médica Mundial año tras año sigue dejando clara la oposición entre la ética médica y la práctica de la eutanasia y el suicidio asistido?, ¿son los fundamentos de nuestras leyes la religión? No. Entonces no se debería seguir llevando la discusión hacia las cuestiones religiosas, salvo que no se tengan argumentos y se viva del prejuicio. Me gustaría que quienes se fijan si vamos o no a misa leyeran lo que publicamos, el nuevo proyecto de ley y se animaran a discutir desde la razón y no desde el prejuicio.

    Miguel A. Pastorino