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    Puestos y puesteros

    Puestero es el nombre con que se denomina el trabajo de quien está encargado de un puesto de estancia. Esto es: que tiene casa aparte, retirada de la estancia, y está encargado de la vigilancia y los trabajos de determinados potreros, además de prestar algunos otros servicios.

    Tanto el puestero como el agregado se benefician, en general, explotando por su cuenta o en sociedad con el patrón, una chacra, una pequeña majada o algunos pocos animales vacunos.

    Según José Hernández, en su libro “Instrucciones del Estanciero”, publicado en 1882, se llaman puestos a aquellas pequeñas poblaciones que circundan el campo.

    “En los grandes establecimientos, en que la cría de ganado vacuno constituye el principal ramo, los puesteros prestan, entre otros muchos servicios, el de hacer vigilancia y cuidado del campo, pues el personal que se ocupa en los puestos tiene completo conocimiento de los trabajos rurales”, se describe en ese libro.

    Explica que cada puesto tiene a veces a su cargo un rodeo de ganado, consiguiéndose por este medio evitar las grandes agrupaciones que son siempre perjudiciales en toda clase de hacienda.

    En las majadas chicas —dice Hernández— las ovejas “se amansan mejor, engordan mejor, pues todo animal manso engorda más; no se pierden tantos corderos , se limpia y cura la majada más fácilmente, y en una palabra, todos los cuidados son más prolijos, y los perjuicios son menores”.

    Señala que el establecimiento principal se sitúa, como debe, en el centro del campo, mientras que todos los puestos quedan a igual distancia de él.

    Explica que esto facilita la vigilancia continua que el propietario o mayordomo debe de mantener sobre todos ellos, los pone en fácil comunicación y no ofrece ninguna dificultad para recoger los frutos periódicamente, así como para traer las majadas al establecimiento principal, que es donde debe hacerse la esquila.

    Cada puesto debe tener su aguada, así como corrales, su rodeo alambrado, y estar dotado de abrigo permanente.

    Obligaciones del puestero

    Según se señala en Instrucciones del Estanciero, la primera obligación del puestero debe ser conocer perfectamente su campo, los pastos, su clase, para saber con acierto a dónde ha de conducir su majada en las distintas estaciones y aun en las distintas horas del día, y también cuidar con celo aquellos pedazos de su terreno que en momentos dados han de servirle de reserva.

    Si hay cardales, debe hacer en ellos sendas, para que las ovejas salgan al grito. La oveja es de buen oído estando llena, expresa, y agrega que es de mayor interés que cuide de mantener los corrales secos y bien compuestos, así como las agudas y bebidas.

    El puestero debe ser esmerado y muy puntual en el cumplimiento de las órdenes que reciba y no debe ser jamás sorprendido, ni de día ni de noche.

    Para el consumo, debe matar los animales que salen más ordinarios, y aquellas ovejas viejas que hayan sido señaladas en la esquila con este objeto.

    Debe cuidar mucho de que los cueros sean sacados prolijamente conservándoles la cabeza para mostrar la señal, y tendiéndolo en varales con la piel para arriba. Si hay mucho sol, o mucha lluvia, e incluso de noche, darlos vuelta guardando la piel, a fin de que salga con buen color, y no pintada.

    Notando animales ajenos en su majada, o falta de alguno, debe dar aviso inmediatamente.

    Debe tener mucha paciencia y prolijidad para recoger su majada cuidando que no queden ovejas en el campo, corderos dormidos, porque despiertan, y en lugar de buscar a la madre, agarran para el lado donde está el viento.

    Si el puestero es dormilón o flojo para el agua o el frío, descuidado, indolente, si no cura sus animales, si no libra sus corderos de los enemigos que los persiguen, y si deja que en su terreno existan yuyos venenosos y no los combate hasta concluirlos, no merece ser llamado puestero.

    Pero los puesteros tienen también sus controles, que están a cargo del capataz de la estancia.

    En su libro “Instrucciones para los Mayordomos de Estancia” del año 1942, Juan Manuel de Rosas señala en el capítulo denominado Recorridas de los puestos, que “los capataces deben recorrerlos, unas veces de día a una hora, otras a otra hora, otras de madrugada, otras de noche y otras repetirán la ida dos y tres noches seguidas a una misma hora”.