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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPertenezco al 35 por ciento de los uruguayos que no gustan del Carnaval.
De niño y adolescente me gustaba el carnaval. Mis padres me disfrazaban de mejicano. Me pavoneaba con el sombrero de alas anchas. Jugábamos con lanzaperfumes, a los que llamábamos “pomitos” y coqueteábamos con las chicas, apuntando a los senos. Tirábamos papel picado, “papelitos”, que ahora se llama “confetti”. Una hazaña, dudosa, era encontrar a alguien con la boca abierta y llenársela de papelitos. Tirábamos serpentinas a los carros de carnaval, hacíamos rollitos de colores que nos parecían hermosos. Jugábamos con agua, chicas y muchachos en traje de baño. Nos tirábamos con globitos de goma, hechos de globos rotos, llenos de agua. Actuábamos. Todos participábamos, todos nos reconocíamos, familiares, vecinos. A veces pasaba una comparsa de negros lubolos, las mujeres con polleras hasta el piso. Nuestro abuelo les daba dinero y le hacían un número especial. Ya jóvenes, participábamos en “asaltos” previamente acordados. Íbamos disfrazados, como fuera, a la casa de una familia que invitaba a ser “asaltada”. Bailábamos y flirteábamos.
El Carnaval de hoy ve al actor de antaño transformado en espectador.
El espectador es inerte, pasivo. Va a los desfiles, al teatro de verano. Hay algo de cobardía en el espectador. No hace música, no baila. Dicen que el Carnaval es una fiesta: una fiesta implica intercambio de signos, acción. Lo que vemos es triste. Mujeres semidesnudas que sacuden sus glúteos, se humillan. No hemos visto hombres semidesnudos meneándose. La mujer como objeto.
Véase como se quiera, el Carnaval de hoy es machista. En el teatro de verano, las murgas, que son gaditanas, aburren más de lo que se confiesa. Trajes de mal gusto, papel pintado. Payasadas.
Se argumenta con la alegría del Carnaval. Lo creemos en las jóvenes que bailan, en los tamborileros. Raro sería que después de una hora de ejercicio físico las endorfinas y su sensación de felicidad no hubieran aparecido en nuestro organismo. Eso les pasa a los peregrinos del Camino de Santiago. Los atenienses debían caminar 14 kilómetros para llegar a Eleusis. Sin religión, sin misterios, sin exhibición de mujeres objeto. Una hora de gimnasio o caminata en la Rambla, sería lo mismo. Sin costo.
El costo es otro capítulo. Cómo se financia, cuánto se gasta, quién gana. Es difícil de saber. Todo el mundo lo da por descontado. Nadie habla. Por qué.
Jorge Arias
CI 461327 -7