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    Retazos de vida entre telas y siliconas

    Premio Figari para Margaret Whyte

    Hay que subir un piso por escalera para ver la muestra. En un par de escalones rotos hay cartelitos de “precaución”. El antiguo ascensor está en reparaciones. Es casi un llamado de atención para lo que viene, apenas uno entra en el formidable piso reconstruido de la Ciudad Vieja, en Juan Carlos Gómez 1427. En cierta forma es peligroso entrar desprevenido. La muestra de la talentosa Margaret Whyte es una experiencia removedora. La reconocida artista uruguaya acaba de recibir el XIX Premio Figari otorgado por el Banco Central del Uruguay. La parte superior de la casona que alberga el Museo Figari acaba de inaugurarse, impecable, espléndida. Todo cierra para que el espectador pase por una experiencia intensa, todo es buen pretexto para disfrutar una de las mejores exposiciones del año.

    Es sábado y el lugar está vacío. El ventanal abierto a Juan Carlos Gómez permite percibir el silencio de la calle. Un poco de viento mueve una instalación colgada del techo. Son cuerpos en el sentido más amplio del término, aunque pueden remitir a carne de reses colgadas en un frigorífico o cuerpos envueltos o quién sabe qué misterio. De cerca, uno puede ver su estructura, cada pedazo del material usado por la autora, cosido, yuxtapuesto, retocado. Las telas de colores, impresas, el hilo, los alambres, las cuerdas gruesas. La tensión emerge de las ataduras y los grandes paquetes en el aire, de la suavidad de las telas que parece envolver algún secreto. O de las formas y armonía latente que construye una imagen novedosa en el espacio. La delicadeza de algunos materiales, frente a la fuerza y dolor de la atadura, de las lingas, del tejido de alambre, del crimen cometido y los rastros olvidados en algún lugar. Lo que hay allí es el recuerdo de algo que fue, el desenlace de un proceso seguramente angustiante que invade el espacio y se ofrece imponente. La obra se llama Hoy te pertenecen, mañana no (2013). Los cuerpos, tal vez, la forma inicial, el recorrido primario del ser frente a la materialidad suspendida en algún tramo del espacio y el tiempo. Esos paquetes se mueven suavemente con el aire ciudadano, envejecido por el recorrido de la vieja calle que baja al puerto.

    Se balancean apenas, adquieren algo de vida, extrañamente, como si en la inmovilidad del lugar, en la ausencia de humanidad, algo pasara. El guardia está en otra habitación. No distingue el movimiento ni el recorrido que puede establecer el visitante, la mano que intenta detener suavemente uno de los cuerpos. La música que invade el silencio y el resto de las obras ayudan al escalofrío, a la sensación de dolor, de restos de la tragedia. Algo dramático aparece desde cada lugar donde Whyte se inspiró para armar su obra. Por algún lado, una especie de maniquí negro, con sus extremidades finas y largas, su rostro incrustado en una especie de silla. En otro lugar, cerca de los ventanales o en la sala que permite el ingreso, se perciben cuerpos humanos tirados en una gran montonera. No llega a ser explícito el dramatismo, eso es lo bueno, eso es lo que hace interesante y conmovedor este trayecto por algo de la obra de una de las más inquietantes artistas nacionales, aunque su nombre encaje en una tradición escocesa, alejada de la uruguayez más trillada.

    Importa ese detalle para entender la universalidad de este mundo, así como la elección de un trabajo que apunta a los cuerpos, a la desarticulación, a la desfiguración, a llegar casi a un entrevero de imágenes. Importa también que en una pared haya una especie de tapiz de telas pintadas, abierto en varios caminos, a la manera de antiguas colchas de retazos o de otras innumerables construcciones similares a lo largo y ancho del mundo, identificadas con manos femeninas, sustanciales, terrestres, sufridas. De los cuerpos en el piso, a los colgantes, a las telas en la pared, inspiradas en una visión sombría y provocadora, sutil y delicada, entreverada y en peligroso equilibrio interno, dramática pero en cierta forma, luminosa. Así es la muestra de Whyte, que recoge momentos de su creación a través de instalaciones o algunas pinturas que no hacen más que dar continuidad a la visión desfigurada o entre tinieblas. Pero hay más.

    Una estética poderosa invade los espacios. Incluye elementos contemporáneos, nítidos, desgastados como un casco de moto o restos de máscaras, repintados, reciclados con metales y cintas de colores, que atan y son atadas, que ablandan y oprimen. Entre la historia y alusiones cotidianas, entre el rescate de prácticas textiles y milenarias, hay una inserción en este mundo indescriptible, distorsionado, duro, de fuerte extremismo contemporáneo.

    Casi al final del recorrido sorprende una serie de máscaras deformes, en silicona y gel, apoyadas sobre un largo pedestal. Son rostros del próximo milenio, desfigurados, casi sin rasgos de lo que fueron o caricaturas grotescas que simulan máscaras mortuorias. Sin embargo, sostienen algo de vida, en un hilo, en un límite imposible. En ese punto superan la muerte, sutilmente iluminadas, guardadas detrás de una pátina que las defiende del tiempo. Inmóviles pero desafiantes, esperan la instancia que las reanime, quizás en un mundo cibernético, robótico, definitivamente deshumanizado, agobiado por la esperanza de inmortalidad. Dan ganas de tocarlas, de acariciarlas, despiertan la compasión junto con el espanto. Es un trabajo bellísimo, de inigualable combinación de despojo y carga emotiva.

    La de Whyte es una exposición conmovedora, propia de alguien que evolucionó en sus propias transgresiones, en sus luchas personales, en sus desencuentros, en sus búsquedas desde lo femenino. Es una obra madura, consistente, provocadora. Bien merecido tiene el Premio Figari, la inauguración de ese primer piso de la vieja casona y el viento del sur que acaricia sus cuerpos como fantasmas.

    Margaret Whyte, XIX Premio Figari. En Museo Figari (Juan Carlos Gómez 1427). De martes a viernes de 13 a 18 y los sábados de 10 a 14 horas. Hasta marzo de 2015.