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El contador Enrique Iglesias, ex canciller uruguayo y reconocida figura de la política internacional, aparece muy joven, con una leve sonrisa, más bien forzada. Se nota que es un hombre delgado, de cabeza grande y cuerpo pequeño. Está vestido con un traje azul claro, clásico pero un poco pasado de moda para la actualidad. Tiene corbata oscura, notoriamente de otra época que sobresale un poco del traje a causa de la postura del protagonista. Está sentado en un sillón que apenas se ve y luce un anillo que se destaca en sus manos apoyadas sobre una pierna. No hay más detalles. Apenas, un fondo claro rodea su cabeza, fondo que se diluye en otro más oscuro, en marrón, como una sombra que envuelve al personaje. Se destaca así la jerarquía del retratado, su solidez, la imagen de un hombre destinado a una tarea pública trascendente.
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Está colgado en un pasillo del Banco Central. Es un pasillo angosto, en un piso al que la mayoría de visitantes de ese coloso económico del país no accede. Es un lugar privilegiado, silencioso, amable y bastante privado. Allí descansan los retratos de todos los presidentes que tuvo el Banco, desde el año 1967 cuando lo presidía el Cr. Iglesias. Una práctica que provocó la curiosidad y recorrida de Búsqueda. Esos cuadros fueron pintados por artistas nacionales, contratados para fijar la imagen definitiva de importantes figuras públicas nacionales. Algunos de esos artistas elegidos por los propios presidentes, aunque en su mayoría apoyados por el conocimiento de curadores del Banco, funcionarios que conocen de este extraño y milenario arte del retrato, de enorme proyección en la época grecolatina, apagado en los siglos siguientes y retomado con dimensiones novedosas en el renacimiento europeo. El retrato permitió mantener vivo el recuerdo de los integrantes de una familia, destacar a los personajes públicos, poderosos y no tantos que pudieran pagar al pintor de turno. Desde los griegos, la práctica del retrato viajó por el mundo, permaneció en paredes y adornos rescatados de ciudades perdidas, en monedas, en cuadros que legaron formas de vida, maneras de vestir, personalidades. Sobre todo, el carácter de los retratados, la cuestión psicológica, detalles de su personalidad. Luego vino la fotografía que supuestamente retrató mejor. O diferente. Por costumbre, pero también por esa capacidad de hurgar mano a mano con el retratado, quedó en algunas instituciones la formidable costumbre de pintarlo. En especial, en el Banco República y Central, donde puede verse una interesantísima muestra del valor artístico e histórico de la cultura nacional. Allí hay decenas de cuadros de directores, presidentes y otras autoridades.
Es una práctica que se continúa y que a lo largo del siglo en el República (fundado en 1896) convocó el talento y oficio de varios grandes retratistas nacionales, entre los que se destacan varios cuadros de Carlos Tonelli (1937), Sergio Curto (1922-2002) y en especial, Osvaldo Leite (1943), por nombrar a los más presentes y cercanos. Cuando el visitante se enfrenta a estos cuadros, no puede dejar de apreciar la dificultad de una tarea tan compleja. Se requiere talento, claro, pero también paciencia, estilo, cierta madurez para encarar una tarea que requiere mucho más que una mano firme para las pinceladas. El estilo está presente en cada uno y se hace evidente en toques más o menos sutiles de tonos, luminosidad, postura y detalles fundamentales como el color elegido para el fondo. Más o menos oscuros, más o menos formales o en actitudes más sueltas, las figuras parecen respetar las convenciones, aunque todos tienen el sello de la figura representada. Menos uno, que parece dar un paso arriesgado de modernidad, un retrato de Walter Cancela con fondo naranja. Es la mano evidente de Martín Verges, un artista más joven elegido por el propio Cancela.
En cualquier momento, Fernando Calloia, presidente del Banco República, y Mario Bergara, del Banco Central, tendrán que tomar una decisión importante. Es probable que no sea tan decisiva para el país como definir préstamos o la compra y venta de dólares en el mercado. Pero serán decisiones que los inmortalizarán. Vaya compromiso si uno piensa que no todos los días hay posibilidades de permanecer en la memoria de futuras generaciones. Tendrán que decidir quién los pintará, cómo, dónde y en qué postura. Aunque no les guste la idea, aunque no les interese o no les quite el sueño, es una decisión imposible de eludir.
Así fue desde el primer mandato de cada Banco y así será con las jerarquías que lleguen en el futuro. En los pasillos de cada institución es posible rastrear esta insólita costumbre. Las obras, cercadas por las formas institucionales, merecen exponerse al público en otro contexto. Allí hay figuras que refieren a crisis, épocas de bonanza, períodos militares, referencias fundamentales a vaivenes económicos que todavía se recuerdan. Forman parte de una historia trascendente del país, con nombres que todavía resuenan en los oídos: Alejandro Gallinal, José Serrato, Claudio Williman, Francisco F. Forteza, Moisés Cohen, Federico Slinger, Enrique Braga, Ramón Díaz, Humberto Capote, Ricardo Pascale y Walter Cancela, entre otros. Figuras que desempeñaron un papel fundamental en la historia política y económica del país. Pero también hay un legado importantísimo de artistas volcados al retrato, profesionales de una materia tan selecta como difícil de transitar. Dibujaron otra historia, mano a mano con los protagonistas, en horas de charlas y estudio, en días de inquietantes silencios, mientras afuera, los titulares marcaban los aciertos y errores de sus decisiones. Algo de todo eso debe haber marcado la tarea de estos artistas. Una historia que tampoco hay que olvidar.