Nº 2103 - 23 al 29 de Diciembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSus películas transcurren con una pasmosa y dulce naturalidad, como si detrás de la cámara no hubiese un director, ni un guionista, ni un fotógrafo, ni iluminadores ni sonidistas. Sencillamente así debe ser el cine puro: sin trucos, sin recetas que pretenden dar un espectáculo, con un transcurrir alejado de los sobresaltos, bajo un tiempo unitario, puramente existencial.
Mubi ha colgado en su plataforma un ciclo del francés Éric Rohmer (1920-2010) con seis películas de su serie Comedias y proverbios: La mujer del aviador (1981), La buena boda (1982), Pauline en la playa (1983), Las noches de luna llena (1984), El rayo verde (1986) y El amigo de mi amiga (1987). Es cierto, son muy habladas, pero no por eso dejan de ser estrictamente cinematográficas. Por lo general, sus protagonistas son mujeres y el tema recurrente el amor, la fidelidad y la felicidad, con sus amargas contrapartidas y desencuentros. Nunca las actuaciones, como pedían Robert Bresson y Andrei Tarkovski, rebasan el círculo del personaje para caer en el histrionismo. Nunca los actores intentan interpretar sus papeles a partir de la idea global del director, sino desde una frondosa intuición.
Existe cierta indolencia en sus psicologías, una suerte de proporción que no llega a desbordar el recipiente de los afectos, aunque estén dañados (jamás hay gritos ni insultos) y se podría resumir en esas llamadas telefónicas tan características en Rohmer (“Aló, ¿Octave? Es Louise. ¿Cómo estás?”), dejando entrever la plasticidad y amabilidad de una equilibrada y elegante narrativa. Hay cineastas muy buenos, pero desprolijos. La caligrafía de Rohmer es perfecta y luminosa.
Además de esos entrañables personajes que buscan ser correspondidos en sus afectos y siempre se preguntan por sus emociones desde una vertiente ideal, acompañan exquisitos detalles escenográficos tan necesarios para airear los mundos interiores: un pequeño pueblo con sus callecitas y un enorme reloj, un paseo al aire libre, una playa atiborrada de gente, un café solitario, una fiesta de cumpleaños, la hora del té en un jardín o una puesta de sol que se presenta tan extraordinaria como breve gracias a un rayo verde. Llueve, sale el sol, vuelve a llover y la vida sigue con sus asordinadas pinceladas. Rohmer también es un impresionista no solo de la palabra.
Además de director, guionista y escritor, este singular cineasta fue editor de la revista Cahiers du Cinéma, donde compartió la crítica con otras luminarias de la nouvelle vague como Truffaut, Godard y Chabrol. Puro amor al cine, como en todas sus películas.