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    Sabueso de barrio

    “El último adiós”, novela policial de Rodolfo Santullo

    En esta historia no hay un investigador privado sagaz, de esos que miran a trasluz un papel y ven los rastros de lo que alguien escribió en una libreta, ni tampoco uno venido a menos, pero con un resto de oficio para resolver casos complicados y conquistar a alguna mujer de vestido ceñido y labios rojos. Félix Niemeyer está lejos de esos modelos. Él es un investigador privado de unos 30 años, que creció en el barrio Villa Muñoz, dejó su carrera de Economía y espera un hijo con su esposa Irina, quien mantiene el equilibrio de las finanzas familiares. Hace tres años que se dedica al oficio y ha resuelto estafas o falsificaciones que a veces implican a seres torpes o infelices. Félix es el protagonista de El último adiós, novela de Rodolfo Santullo que obtuvo una mención con diploma de honor en el Décimo Noveno Premio Nacional de Narrativa de Banda Oriental.

    Si bien la novela policial no es habitual en la narrativa uruguaya, Santullo se suma a una corriente de nuevos escritores que están mostrado renovado interés por el género. Guionista de historietas y editor del Grupo Belerofonte dedicado al cómic, Santullo publicó con anterioridad el libro de cuentos “Perro come perro” y las novelas “Sobre papel manila” y “Aquel viejo tango”, que giran en torno a la violencia y el crimen. En El último adiós sigue la línea del relato policial más clásico, pero sin demasiada sangre o momentos de gran tensión. Aquí el detective debe resolver un caso simple que se complica cuando aparece una persona asesinada, pero todo se desenvuelve sin mayores sobresaltos y con pistas que no descubre el protagonista, sino que le llegan casi por casualidad.

    La novela tiene un tono naturalista y muy barrial, con recuerdos del pasado, de la escuela y de los amigos. Y el protagonista es un tipo sencillo que despierta simpatías, aunque tiene actitudes casi adolescentes: los domingos se hace el dormido frente a su mujer para quedarse en la cama y mirar partidos de fútbol por televisión, o cabecea dentro de un auto cuando tiene que vigilar la zona donde está estacionado.

    “Constantemente aparecía la posibilidad de quedar sin trabajo, sentado en esa oficinita vacía, viendo pasar los ómnibus por la ventana”, recuerda el personaje cuando evalúa su trabajo. Es que este detective del Cordón cada vez está menos convencido de su oficio, y suele ocultarlo frente a los desconocidos por temor a las burlas. Félix está muy distanciado de los detectives policiales que él leía en las novelas y a los que quería parecerse. Con ese estado de ánimo lo contratan vecinos de Villa Muñoz para que descubra quién está rayando por las noches algunos autos que quedan estacionados entre las calles Democracia y Gutiérrez.

    Con este “caso” Félix regresa al barrio de su infancia y se encuentra con los personajes de siempre, pero más viejos y también más desconfiados. En su investigación, el detective comete algunas torpezas y, más por suerte que por astucia, termina destapando una historia que había quedado oculta en el barrio y también a un asesino. Lo ayudan datos que le dan personajes que nada tienen que ver con la investigación: su padre le cuenta alguna conversación que escuchó en el Templo, su congregación religiosa, y una funcionaria de la Biblioteca Nacional lo “aviva” de indagar en un lugar que es bastante obvio.

    Más que en la trama policial, El último adiós tiene su mejor acierto en el retrato costumbrista de personajes (el bravucón del barrio, los padres bonachones, el vecino que está loco, un peluquero que vive despeinado) y en las descripciones de ambientes y estados de ánimo. El narrador queda como en suspenso en los largos momentos en los que espera sin suerte a que algo pase, y registra detenidamente lo que ve aunque sea insignificante. Algo de ese registro tiene un último sueño revelador en el que las figuras estáticas se van iluminando y moviendo a medida que el personaje pasa a su lado. Es un momento visualmente potente y muy logrado en la historia.

    Tanto la manera de narrar de Santullo, con chistes de barrio y alusiones futboleras, como el escenario que elige para su historia, le dan a la novela un tono familiar, ágil y accesible a la lectura. Pero esta familiaridad tiene sus riesgos literarios, porque El último adiós cae en algunos lugares comunes con expresiones como “Del dicho al hecho hay un largo trecho”, que se podrían haber evitado. A esto se suman algunos descuidos en la edición que presenta algún problema de puntuación o en el uso de las comillas.

    Con alusiones literarias y a figuras del cine (“Me sentí transportado a una vieja película de detectives, Humphrey Bogart a punto de abrirle la puerta a Lauren Bacall, y de reojo contemplé mi oficina tan poco cinematográfica”), la novela crea expectativa y su lectura nunca se abandona. Además su protagonista se va fortaleciendo en la trama, y si bien no llega a ser un Bogart, termina dando un portazo digno antes de abandonar Villa Muñoz.

    “El último adiós”, de Rodolfo Santullo. Banda Oriental, 2013, 158 páginas, $ 280.