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    Se va el tren, se va lejos

    Isidoro Valcárcel en el CCE

    De la nada, un aluvión de señoras irrumpen en la gran planta baja del Centro Cultural de España en la Ciudad Vieja. Una excursión de la tercera edad en pleno. Van del brazo, hablan a los gritos y ríen felices. Algunas ya están frente a frente con Instantáneas de un viaje en tren, del español Isidoro Valcárcel (Murcia, 1937). Un montón de cuadritos verticales con dibujos ubicados de a tres en cada uno de los marcos, todos iguales en tamaño y confección. Los dibujos, en cambio, son todos diferentes. El resto va afirmando el pulso, la composición, los tonos. Las señoras quedan un poco golpeadas por el impacto de una exposición aparentemente monótona. “Tendría que venir un guía y explicarnos”, dijo una ante la propuesta. Llegó alguien y dio una pista: el autor dibujó lo que veía en un viaje en tren. Las señoras pasaron del “¿esto es arte?” y el habitual rechazo a cierta expresión de la creación contemporánea (conceptual, más precisamente) a una actitud más abierta, amable. Pasaron a descubrir el mundo de un artista que si lo conocieran, seguro las seduciría con su humanidad, su sencillez y buen humor.

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    Valcárcel ya es un viejito de barba larga, simpático, lleno de vida y de ideas divertidas, polémicas. Una vez lo invitaron a exponer en el museo Reina Sofía. Para su proyecto pidió los costos de las exposiciones que se habían montado en el lugar en los últimos años. No se los dieron. Valcárcel empezó entonces un trabajoso recorrido por tribunales y oficinas del Poder Judicial y enfrentó el pesado aparato burocrático del Estado español. Apeló al derecho del ciudadano a la información pública. Consiguió los datos. Su periplo fue su “exposición” o, mejor, su “acción artística”, que llevó de la mano por varios medios y durante un tiempo mucho más extenso y resonante que si hubiera estado instalada en el museo.

    El Reina Sofía no lo incluyó en su presupuesto. A Valcárcel siempre le interesó el tema del tiempo y el espacio, la descripción, la medición. Una vez pasó por Uruguay, a principios de los años 70. Estuvo un par de días y anotó todo lo que hizo en esas horas, de forma simétrica, con tabla de horas y minutos. La anotación empezó y terminó en el avión. Cuestiones tan insignificantes como tomar un café o mirar un cartel en la calle o descansar en el hotel. Al lado, escribía porcentaje de “vida” y porcentaje de “arte” atribuido a sus acciones. El resultado fue algo así como el “porcentaje de arte que debe o puede tener o tiene la vida” y el “porcentaje de vida que debe o puede tener o tiene el arte”. Entre líneas, en esas breves hojas de bitácora, la impresionante sensación de un hombre a veces perdido en un mundo oscuro, desolado, aislado y sin sentido.

    Son tres hojas en un papel. Esa es la “obra” que expresa la acción desarrollada. El viaje fue de Asunción a Valcárcel. A veces, la mínima idea y gesto o acción permiten abrir las puertas de la extrañeza, del misterioso y desafiante mundo del artista. Valcárcel es un creador que generalmente no pinta cuadros, ni hace esculturas, ni se acerca a las convenciones del arte hasta entrado el siglo XX. Lo hizo y a veces lo hace, pero en función de otra cosa. Se sabe que a esta altura no hay convención que valga. Los límites se diluyeron, todos o casi todos.

    A Valcárcel no le gusta que coleccionen sus obras, no las materializa para eso. Tampoco que el público mantenga una relación pasiva con sus propuestas. Prefiere la acción, la incidencia en otros recovecos de la percepción, la sorpresa. “Lo que vale la pena queda en la memoria”, dijo frente a su desprendimiento histórico, material. Es un artista profundo y que no hace pavadas, aunque cueste entender que pinte un muro de un museo de color blanco con un pincelito para pintar acuarelas. Fue su aporte a una muestra de arte contemporáneo. Estuvo ocho días y cobró 900 euros, lo que cobraría un pintor de “brocha gorda”. Sus gestos y acciones siempre marcan y extienden cada vez la comprensión del arte como expresión, destinado a determinados formatos y lugares.

    El arte para Valcárcel es la vida y sus continuos desafíos, el mercado, la sociedad consumista, el valor de un ser humano que debe superar las tentaciones. En especial, los artistas. Una vez, cobró seis euros por participar en una muestra importante. Le dijeron que no, por barato, que generaría un mal ejemplo y distorsionaría un equilibrio entre oferta y demanda de obras de arte. Su actitud funcionó. No se trata en definitiva de pintar o no pintar. El artista está más allá del medio, más allá del objeto, más allá de la representación, más allá de muchos caminos que fueron desacralizados con los cambios revolucionarios de la sociedad contemporánea. Es, por lo tanto, una revolución más profunda. Es, en parte, la propuesta del llamado “arte conceptual”, tan de moda entre las últimas generaciones que replican sin ton ni son cualquier divague. Pero Valcárcel no divaga: sacude las bases del arte escamoteando la obra tal como se entendió a lo largo de la historia. Incluso en estas decenas de cuadritos iguales que simulan una muestra tradicional.

    Es que lo importante es todo, la actitud y mirada del artista, el proceso que vio nacer y crecer la obra, su realización en diferentes momentos. El medio no es el fin. Un concepto tremendamente discutible, pero interesante al fin. Los tres dibujos corresponden a lo que vio y memorizó el autor en ese viaje en tren donde tomó apuntes, un poco después dibujó sobre los rastros y finalmente expresó la mirada instalada en la memoria. Estamos frente a otra evidencia, la del artista, la de la acción.

    El tren corre, pasan imágenes o pasan los ojos de quien las mira; pasan luces, sombras, líneas, formas, emociones, queda lo que queda. Los cuadros están colgados según una secuencia de espacio que traduce el tiempo. Valcárcel llega a establecer que cierta cantidad de centímetros por ejemplo corresponden a determinados minutos. Hay muchas líneas. La mayoría son líneas desplegadas como horizontes en medio del papel. Algunas tienen movimiento, otras son rectas con apenas un ángulo, como radiografías. Hay dibujos más específicos o legibles, hay algunas imágenes supuestamente reconocibles, instantes, sensaciones. De una belleza infinita. La belleza de la contemplación en un viaje en tren, la belleza del movimiento, de los restos, de un espacio que se convierte en tiempo.

    Instantáneas de un viaje en tren, de Isidoro Valcárcel. En el Centro Cultural de España (Rincón 629). De lunes a viernes de 11 a 19, sábados de 11 a 17.

    Vida Cultural
    2016-04-28T00:00:00