Shakira y el altar de la cuna

Shakira y el altar de la cuna

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2193 - 29 de Setiembre al 5 de Octubre de 2022

Esta semana, asomando apenas entre la realeza británica, el catafalco y los homenajes mortuorios, Shakira hizo declaraciones que casi pasaron inadvertidas. Dijo que ella había dejado de lado su trayectoria profesional con el fin de mudarse a España con Gerard Piqué, para favorecer la carrera de su pareja y criar a los hijos. Aunque sin victimizarse, aunque desde su sitial de privilegio, la cantante mostró un problema que sufren muchas mujeres: la crianza de los hijos, que cuesta tiempo y energía y dinero, recae principalmente sobre la madre.

Miro hacia atrás en mi familia, pienso en mi bisabuela que tuvo nueve hijos y llegó a vieja. No fue un caso aislado, muchas parían todos los hijos “que Dios les mandaba”, no sé si porque venían de Dios o por no tener otras opciones disponibles. ¿Hoy sería posible pensar en tener nueve hijos? Fuera de algunas familias de fundamentalistas religiosos, estoy segura de que no. Yo tuve tres, cifra que ahora me parece un desatino solo atribuible a mi inexperiencia, y no me explico cómo hice para estudiar, trabajar, cocinar, limpiar, cambiar pañales y un largo etcétera. Sí, me lo explico: a costa de sacrificios imposibles de enumerar.

No voy a generalizar, cada vez hay más hombres separados que asumen su parte en la crianza. Siempre los hubo, soy la hija de un padre que preparaba el puré, nos llevaba al médico y contaba cuentos a la hora de dormir, y no pretendo criticar a tantos que hicieron y hacen mucho por sus niños. Pero citaré cifras que confirman el hecho de que la brecha de género del mercado laboral tiene un claro punto de inflexión: tener hijos.

Sé que es antipático decirlo, sé que muchos piensan que el dinero no debe mezclarse con cuestiones que involucran el afecto, los sentimientos, pero digámoslo de una vez: tener hijos empobrece principalmente a las mujeres. Porque las aleja del trabajo, porque las empuja a invertir tiempo y esfuerzo que de otra forma dedicarían a sus estudios, intereses y profesiones. Los datos duros no mienten y muestran que tanto tenerlos como criarlos agudiza la precariedad laboral y la pérdida de ingresos de las madres y, lo que es más llamativo, refuerza la carrera de los padres.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres dedican a las tareas de cuidados 3,2 veces más tiempo que los hombres. En países como España, la diferencia entre las tasas de empleo de mujeres y hombres en edad reproductiva y sin descendencia no son significativas. Pero, atención, la cosa cambia radicalmente cuando se trata de trabajadoras y trabajadores con hijos. ¡Los padres tienen una tasa de empleo 18 puntos porcentuales mayor que las madres! Es más, los datos muestran que en el caso de ellos la tasa de empleo tiende a aumentar cuando los tienen, mientras que, en las mujeres, baja. En nuestro país, el estudio de Martina Querejeta (2019) Impacto de la maternidad en la trayectoria laboral de las mujeres: evidencia para Uruguay confirma la tendencia mencionada. “Los resultados obtenidos muestran una importante penalización por maternidad en el empleo formal. (...) El empleo se reduce 30% al año de la maternidad y esta penalización no logra revertirse, sino que continúa en aumento, y el efecto acumulado de la maternidad alcanza una reducción del 60% en el empleo formal luego de 10 años”, dice la autora.

La primera causa detrás del fenómeno es socioeconómica. No son demasiados los países con políticas continuadas, sostenidas y eficientes de apoyo a la natalidad y a la familia. La prueba está en que, aún en los ricos y desarrollados, cada vez son más las que optan por no ser madres. La segunda causa sería ideológica, tributaria de una narrativa religiosa que muestra la maternidad como un trabajo a tiempo completo realizado con abnegación y que señala a las madres un fin único: cuidar a sus criaturas. Una losa sobre sus cabezas.

Son así las víctimas de un comportamiento bipolar. Nuestras sociedades, que han construido modelos de maternidad tremendamente exigentes basados en tradiciones religiosas, presionan a la mujer en edad reproductiva para que sea madre, condición para tratarla como a un ser completo. Pero después la penalizarán por haberlo sido, la obligarán a horarios imposibles, a renuncias extremas, a esfuerzos agobiantes. Y el Estado, que necesita ciudadanos para mantener el mercado y sostener la seguridad social, no contempla o contempla insuficientemente la situación de las mujeres con hijos, con el resultado de que las clases medias ya casi no los tienen.

No, los hijos no son un castigo, pero se castiga a la madre por tenerlos. No, los hijos no son el castigo, el castigo es tener que fingir superpoderes, cumplir los mismos horarios y con los mismos requisitos que los/las que no los tienen. En esas condiciones, una nueva generación de mujeres se replantea la maternidad, y muchas veces la descarta.

Shakira no tuvo que ir a lavar pañales al arroyo, no debió moler el maíz para alimentar a sus niños, no necesitó dejarlos solos de noche para salir a ganar dinero. Así y todo, ni siquiera ella pudo sustraerse del modelo reproductivo, no pudo evitar el peso social que carga a la madre y que la obliga a una misión idealizada, no pudo eludir ofrendarse, ella misma y su carrera, como víctima sacrificial en el altar de la cuna.