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    El lago de los cisnes, por el Ballet Nacional del Sodre

    Compuesta por Tchaikovsky en 1876, El lago de los cisnes es la primera de las tres partituras para ballet de su autor. Si se analiza en conjunto con las otras dos, La bella durmiente (1888) y Cascanueces (1891), se hace evidente el carácter primerizo del Lago… en este tipo de composición, mucho menos decantado y hasta inspirado que en las dos que le siguieron. Y no es del caso que Tchaikovsky fuera un músico inexperto cuando lo compuso: tenía 36 años, varias obras importantes ya habían visto la luz y otras aún mejores vendrían enseguida. Además, ya había delineado un perfil estético propio tomando distancia del nacionalismo ruso de “Los Cinco” (Balakirev; Cui; Mussorgsky; Rimsky Korsakov y Borodin), acercándose más al estilo europeo occidental. Este perfil es clarísimo en el Lago…, compuesto mayormente durante la estadía de Tchaikovsky en París, donde conoció a Saint-Saëns, escuchó la ópera Carmen, de Bizet y vio el ballet Sylvia, de Léo Delibes, obras ambas que le causaron un profundo impacto. A esto se agregó la tristeza de no haber podido conocer personalmente a Bizet, muerto pocos días antes del arribo a París del compositor ruso.

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    Pese a todo este bagaje y a una personalidad musical ya bien definida, Tchaikovsky creía que la música para ballet era solo para compositores especializados en el tema. Entre otros, admiraba a Léo Delibes y a Adolph Adam, el creador de Giselle, y no se consideraba apto para escribir este tipo de obras. Escribe el Lago… por encargo y por la paga, pero lo hace apurado y de no muy buen talante, según resulta de su correspondencia de la época. El estreno en marzo de 1877, con coreografía de Julius Reisinger en el Teatro Bolshoi de Moscú, es un fracaso. El compositor lo atribuye a la pobreza general en los rubros de producción, incluida la coreografía. Será recién en 1895, en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo y con coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov, que la obra recibirá la aclamación del público y a partir de allí será incorporada al repertorio más importante y transitado del ballet clásico. La versión coreográfica de Michel Fokine en 1911 para la compañía rusa de Serguei Diaghilev no hará sino remarcar ese éxito y esa preferencia del público que continúa hasta hoy.

    El argumento de la obra (Vladimir Begichev y Vassily Geltzer) se basa en una de las historias recopiladas por Johann Karl August Musäus (1735-1787) en su volumen de Cuentos populares alemanes, un conjunto de historias de hadas y magos de enorme éxito en su época. El espectador del ballet deberá abrir entonces la cabeza a la fantasía y dejarse llevar a ese mundo onírico y romántico de bosques, reinas, príncipes, magos y seres que de día son mujeres y de noche cisnes.

    El espectáculo cuenta con la coreografía del maestro argentino Raúl Candal, que la estrenó en 2007 en el Teatro Colón y la hizo por primera vez con el Ballet Nacional del Sodre en 2010. Su trabajo se mueve con gran soltura dentro de los cánones ortodoxos del ballet clásico y con muy buena adecuación de la expresión corporal a lo que es la historia que se está contando. En la versión que vimos el domingo 3, la pareja protagónica del andaluz Ciro Tamayo (Sigfrido­) y la italiana Laura Boltri (Odette/Odile) estuvo a gran altura. Dentro del nivel de alto profesionalismo de ambos, Boltri parece resolver todo con una solvencia algo distante, mientras que Tamayo despliega en cada paso ese “ángel” que es un don que no se enseña en ninguna academia.

    El Cuerpo de Baile fue el otro gran protagonista de la velada, en una actuación donde por momentos deslumbró con lo sincronizado y parejo de sus movimientos. Notable, por ejemplo, con los cisnes de todo el cuadro segundo del último acto. Muy buena escenografía (Gastón Joubert) y descollante vestuario (Hugo Millán), ambos rubros íntegramente realizados en los talleres del Sodre. La iluminación (Claudia Sánchez) fue a veces escasa en algunas partes del escenario. En una partitura sin mayores complejidades o desafíos, fue igualmente muy prolija la labor de la orquesta, bajo la conducción de Martín García.

    Al escribir estas líneas el ambiente de la danza se ha visto conmovido por un enigmático pedido de licencia del maestro Julio Bocca (ver nota en página 35). Alguien ha dicho que se debe a las quejas de un pequeño grupo de bailarines por supuestos destratos de Bocca durante los ensayos. Antes de que sea tarde, que alguien les diga al oído a nuestras autoridades de la cultura que muchísimos grandes y duraderos triunfos de los colectivos artísticos en teatro, en música y en danza, lo han sido de la mano de conductores emblemáticos no solo por su talento sino también por su exigencia y su dureza.

    El lago de los cisnes continúa en cartel hasta el viernes 15 de abril inclusive, tiempo suficiente para que los rezagados saquen su entrada.

    Vida Cultural
    2016-04-07T00:00:00