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    Soja convencional desarrollada por INIA alcanzó rendimientos similares a los granos transgénicos

    Redactor Agro de Búsqueda

    La producción de soja es el cultivo agrícola más extendido en el campo uruguayo y uno de los principales rubros de exportación del país. Esa actividad tuvo un crecimiento exponencial a partir de 2003, pasando de casi 80.000 hectáreas a más de un millón de hectáreas en 2012.

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    Hasta ahora, prácticamente el total de esa oleaginosa producida en Uruguay se realiza con semillas genéticamente modificadas. Eso puede cambiar en los próximos años a partir del avance en el mejoramiento genético de soja convencional, que no es transgénica, alcanzado en el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA).

    Investigadores de ese organismo público no estatal desarrollaron variedades de soja que “en los ensayos realizados en condiciones de máximo potencial alcanzaron rendimientos de entre 4.500 y 5.000 kilos por hectárea”, señaló a Campo su director nacional, Fabio Montossi.

    Asimismo dijo que “los materiales de soja convencionales más promisorios se ubican entre los materiales tope de producción, inclusive con rendimientos similares a los obtenidos por la soja transgénica”. Esos resultados comprenden los estudios de investigación, aclaró.

    En el marco de una visita oficial a Uruguay en octubre de 2015, el ministro alemán de Agricultura, Christian Schmidt, manifestó a integrantes del gobierno el interés de su país de contar con un proveedor confiable de soja no transgénica (ver Campo Nº 55).

    La Unión Europea importa unos cinco millones de toneladas anuales de ese grano, de las cuales 20% van a Alemania, 16% a Italia y 15% a los países escandinavos.

    No solo el mercado europeo muestra un potencial respecto a la eventual exportación de ese tipo de soja, también hay un nicho en China para consumo humano.

    Respecto a los próximos pasos a seguir para aprovechar esas oportunidades comerciales, Montossi comentó que “la obtención de un material genético per se no es la solución del desarrollo de un negocio”.

    “Se puede tener un excelente material genético pero si a eso no se lo acompaña del desarrollo del negocio con los actores privados, en este caso las cooperativas, y una lógica económica que puede ser hasta un acuerdo comercial de un país que brinde ciertas preferencias arancelarias, eso no avanza”, consideró.

    Valoró también que “triste sería si el INIA no tuviera ese material genético cuando el desarrollo económico está pronto”.

    Basándose en las discusiones mantenidas con los genetistas de ese organismo, Montossi estimó que las variedades de soja convencional estarían disponibles para su producción en el mercado local luego de un “proceso de mediano plazo, de tres a cuatro años”.

    “Hay mucho interés comercial”, destacó ese técnico pensando en la colocación futura de ese grano.

    Y acotó que las evaluaciones muestran que “falta un diferencial mayor de precios para que se pueda avanzar en la lógica de la comercialización” de esos productos.

    “El gran desafío pasa por los costos de logística, específicamente en cuanto al transporte”, indicó. Eso dijo en alusión a los valores que deben pagar los productores para el traslado de los granos desde las chacras hasta los puertos, en comparación con otros países de la región que son más competitivos en ese rubro.

    El INIA también realiza trabajos de mejoramiento genético que comprenden eventos transgénicos, mediante un acuerdo de prestación de servicios en el que participan Monsanto y un consorcio de cooperativas semilleristas.

    Diversificar ingresos

    Uno de los ejes estratégicos del INIA es la diversificación de los ingresos que registra para cumplir con sus objetivos y cubrir sus gastos de funcionamiento.

    Ese organismo se financia por una partida correspondiente a la recaudación del Impuesto a las Enajenaciones de Bienes Agropecuarios (Imeba) y un aporte de Rentas Generales. Pero la actual administración tiene previsto realizar algunas gestiones para dar un salto en ese sentido. Más allá de esos recursos generados por los productores y el Estado, el INIA requiere de algunos “ajustes para ser más competitivo en la captación de financiamiento fuera del país”.

    A modo de ejemplo, Montossi señaló la posibilidad de postularse junto a otros organismos internacionales de investigación para acceder a parte de los recursos del denominado Fondo Verde, creado a partir del acuerdo de las Naciones Unidas sobre cambio climático de París, en 2015, que cuenta con proyecciones de hasta U$S 1.000 millones.

    Recordó que Uruguay estableció una serie de objetivos en cuanto a emisiones de gases de efecto invernadero, lo que requiere la generación de inventarios de huellas de carbono y estrategias de mitigación.

    Esa es una oportunidad para la captura de fondos externos y la idea es salir a capturarlos en conjunto con otras instituciones internacionales que ya tienen acuerdos con el INIA, como el Agresearch de Nueva Zelanda, el Rothamsted Research de Inglaterra, Teagasc de Irlanda, y el IRTA de España.

    En ese marco, el director nacional del INIA valoró que “hoy la transparencia y la confianza son clave, y la ciencia y la tecnología pasan a ser una herramienta de competitividad, ya que con esos elementos un país debe demostrar que la información es confiable en temas tan sensibles como el ambiental”.

    En el nuevo plan estratégico de ese organismo uno de los ejes comprende la instalación de una plataforma agroalimentaria, considerando la importancia que tiene la inocuidad en el contexto internacional, específicamente en cuanto a los residuos de pesticidas y a la composición nutricional del alimento, tanto para la apertura de mercados como para el posterior mantenimiento.

    “Cada vez es mayor la rigurosidad en los umbrales de tolerancia de residuos pesticidas en alimentos o en fibras”, advirtió.

    Relató además que para abordar ese tema hay una estrategia de alianza con instituciones de Alemania.