Vive desde hace años en Montevitrópolis, pero viene del más allá. Este superhéroe, en cuyo nombre la palabra “can” no tiene ninguna connotación canina, ya que proviene de su apellido civil, es un extraterrestre. Fue enviado a la Tierra desde el Nuevo Espacio Kryptomikelínico en una nave espacial, o mejor dicho, nuevoespacial. Lo adoptaron una pareja de pacíficos granjeros de Kansas, dándole su apellido. Se llama Clark Canep.
Hace años ganó una beca para venir al Uruguay, y le gustó. Se encariñó con el país y con el gobierno del presidente Mujica, acercándose a su grupo y transformándose rápidamente (gracias a sus superpoderes) en el hombre de confianza del primer mandatario.
Clark Canep trabaja como prosecretario de la presidencia, en una tarea gris y rutinaria. Estudia expedientes presupuestales de entes del Estado, tramita y aprueba licencias por enfermedad de funcionarios públicos, y supervisa la gestión de las secretarias de su oficina.
Pero a veces escucha la voz interior de su responsabilidad, y adquiere su otra personalidad.
Días atrás, Clark Canep revisaba un expediente cualquiera, cuando escuchó por la radio el anuncio de algunos meteorólogos, que decían que se aproximaba al Uruguay un ciclón tropical que destruiría todo lo que encontrara a su paso.
Corrió raudo a la pequeña oficina de archivo de su escritorio, y salió vestido con un extraño traje apretadísimo de tres colores (blanco azul y rojo), con una “S” sobre el pecho. Se aproximó a la ventana del piso 10, la abrió…¡y salió volando!
Con los brazos extendidos hacia adelante, Supercan emprendió rumbo al Río de la Plata, donde densos nubarrones grises y negros confirmaban el aviso de los meteorólogos.
Desde el suelo la gente se agolpaba al verlo pasar y decían, desconcertados “¿es un pájaro? ¿es una avión?...¡no! ¡es Supercan!”, cuando lo reconocían, rumbo a otra aventura justiciera.
Nuestro superhéroe voló hacia la extraña formación atmosférica, dentro de la cual rayos y centellas presagiaban lo peor. Se enfrentó a las nubes, las rodeó con sus brazos de acero, y las desvió hacia el océano, soplándolas con su superaliento, con lo que el peligro que acechaba a Montevitrópolis y a todo el Uruguay pasó, para tranquilidad de todos.
Mientras regresaba, con la satisfacción del deber cumplido, reflexionaba para sí cuán inconscientes y anormales pueden ser los meteorólogos, que habían creado el innecesario pánico en la población indefensa, anunciando un tornado que nunca habría llegado, ya que él, al enterarse, lo habría desviado, tal como finalmente lo hizo.
Aprovechando que estaba en funciones de superhéroe (por las que no le pagan horas extra, porque él tiene horario flexible como Clark Canep, y puede entrar y salir a la hora que quiere) aprovechó para ir hasta la zona más perjudicada por la tormenta suave que había precedido al frustrado ciclón, y repartió colchones, ropa de abrigo y frazadas entre los damnificados, dejándolas caer en enormes paquetes desde el cielo, mientras los beneficiarios gritaban desde abajo “¡gracias, Supercan, gracias!” con lágrimas en los ojos.
Como andaba por la zona nor y sureste del país, ya que estaba se dio una vuelta por La Paloma, y extrajo del fondo del mar 7.000 toneladas de tierra, que lanzó a mil kilómetros de la costa en medio del océano. De esta manera quedó dragada la zona donde irá instalado el puerto de aguas profundas, facilitándole de esta forma a los ingenieros que diagramarán la obra la ubicación exacta del obrador.
Pero cuando volvía del medio del océano, al darse cuenta que estaba entrando en aguas territoriales uruguayas, aprovechó la circunstancia y se precipitó al fondo de las mismas, haciendo las perforaciones necesarias para extraer petróleo. Llamó por su superteléfono a Raúl Sendic, y le pasó las coordenadas para que la Ancap viniera a instalar las torres de bombeo. Otra obra de bien, sólo en una jornada.
Pero estaba en la entrada del Río de la Plata, y no podía perder esta oportunidad. Sabiendo que la Argentina está por construir un canal alternativo que perjudicaría a Uruguay, que tiene su canal Martín García lleno de lodo por culpa de los argentinos, se fue hasta Colonia, dragó a 50 pies el canal uruguayo (no el canal 10 sino el de Martín García), y lo dejó navegable por los próximos 20 años.
Estaba cerca de la Argentina…¡qué oportunidad para otra gran tarea!, se dijo para sí, infiltrándose a la velocidad del sonido y sin ser visto, en la residencia presidencial de Olivos.
La presidenta Cristina Fernández estaba sola en su despacho, escribiendo algunas notas en un secretaire Boulle que le costó 20.000 dólares en un remate, firmándolas con una pluma Mont Blanc de platino y carey, obsequio de su ex ministro Guillermo Moreno, quien la robó en un comercio en Zurich durante una visita oficial.
Supercan la hipnotizó con sus superpoderes, y la hizo redactar de puño y letra una autorización muy especial. “Por la presente autorizo al Uruguay para que a su vez el Uruguay autorice a UPM a aumentar su producción de pasta de celulosa hasta la cantidad de 1.500.000 toneladas anuales, excediendo sin responsabilidad todos los límites establecidos en previos documentos”. Y se la hizo firmar.
Nuestro superhéroe partió raudo por la ventana, voló hasta la chacra presidencial, y le dejó el original de la autorización al presidente Mujica, y luego, a tres veces la velocidad de la luz voló hasta Finlandia, dejándole una copia de la autorización certificada por escribano público al directorio de UPM en la residencia personal del CEO de la empresa.
Cuando un par de transeúntes que circulaban por la Plaza Independencia lo vieron regresar volando, entrando a su despacho en el piso 10 de la Torre Ejecutiva, uno de ellos le dijo al otro:
—“¡Ché, cómo vuela este muchacho! ¿no? ¿seguirá siempre así?”
A lo que el otro le replicó:
—“Y, mientras pueda, sí, pero en cualquier momento le van a arrimar una piedra de Vazkryptonita y le arruinan los superpoderes…”