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    sábado 26 de abril de 2025

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    Testigo de una rapiña

    Sr. Director:

    Miércoles de febrero, ocho de la noche en la rambla casi Paraguay. Un grupo de niños practican baby fútbol ante la mirada atenta de los técnicos y de sus padres. El sol se ha escondido en el Río de la Plata y los transeúntes disfrutan del aire libre. Entre los niños que practican, se encuentra mi hijo menor, al cual observamos desde el auto con mi esposa y nuestro hijo mayor.

    En determinado momento, dos jóvenes de entre 20 y 30 años comienzan a deambular en el borde de la cancha; uno de ellos lleva la camiseta del cuadro de mis amores. Miran, observan, quedan en mi ángulo de vista, ya que tapan parcialmente la cancha. Con mi señora nos miramos, “qué caras” decimos casi al unísono. Nos sentimos mal luego por ese comentario, nos acordamos de Darwin, quien dice que si ve a alguien con la camiseta de ese cuadro, cruza a la vereda de enfrente y nos reímos; los jóvenes cruzan la rambla y nosotros volvemos al fútbol.

    Minutos después se oyen gritos “ladrao, ladrao”, ellos corren con una cartera blanca de una turista brasileña, ante la mirada atónita y quizás incrédula de padres, niños y otros peatones. En realidad no corren, cruzan la cancha trotando y riéndose para perderse en la oscuridad; saben que nadie les hará nada.

    ¿Cómo describir lo que sentimos? Rabia, impotencia, mucha bronca, ganas de pararlos y contarles lo mal que lo pasa un turista cuando no está en su país y le roban sus documentos y celular; contarles que seguramente lo que hicieron atenta contra el turismo y la fuente de trabajo de muchos compatriotas; ¿entenderían si les hablaba?

    Está claro que todos los actores secundarios procedimos como nos instruyeron las autoridades; no se resistan, no se metan. A los tres días del hecho leemos que un menor de 16 años fue asesinado por resistirse a un asalto en un comercio de barrio. ¿Hicimos lo correcto? Quizás la señora llevaba solo chucherías en la cartera, ni su pasaporte ni su celular.

    ¡Qué charla tuvimos con mis hijos camino a casa! Tanto el que practicaba fútbol como el que estaba en el auto presenciaron todo. El mismo discurso: celular compramos otro, bicicleta también, y seguro ambos cuestan menos que un velorio. Entreguen.

    Han pasado algunos días ya y pese a las ganas en su momento de intentar detenerlos, creo que hicimos lo correcto. Es aquello de zapatero a tus zapatos. No tengo entrenamiento policial como para detener a dos delincuentes.

    La sensación que me embarga es de mucha pena. Siento que tengo charlas con mis hijos que no eran necesarias cuando yo tenía la edad de ellos. Siento que hay una parte de la sociedad que se “descolgó” del tren; que no sabe hablar, que vilipendian la palabra trabajo, para ellos “un trabajo” es otra cosa que para mí. Siento que han ganado cada vez más terreno en mi sociedad. Siento que es difícil compatibilizar enseñarles a mis hijos a luchar por cumplir sus sueños con el “entreguen”. Siento que por más que me cuenten por TV que los objetivos se cumplieron, las balas me pasan demasiado cerca. Siento tristeza.

    Un uruguayo que no se va