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    Todas ellas y Jimmy

    Él dice que el título de su último libro, Yo soy una señora (Alfaguara 2020), es una especie de respuesta a su primera novela No se lo digas a nadie (1994). Así lo explicó, entre risas y complicidad con el público, Jaime Bayly (Lima, 1965) al presentar este conjunto de relatos en la última Feria del Libro de Lima, cuando todavía había ferias, público y aplausos en las presentaciones.

    Bayly es un irreverente escritor y periodista peruano que adquirió la nacionalidad estadounidense y vive en Miami. Inconfundible por su pelo lacio cortado estilo taza con cerquillo que le cae sobre las cejas, es uno de esos “niños terribles” de la literatura y uno de esos periodistas queridos y al mismo tiempo odiados por sus entrevistas televisivas en las que hace preguntas incómodas tanto a celebridades como a políticos.

    Es inevitable conocer a Bayly en sus varias facetas porque a él le encanta ser el centro de atención. Ha vivido escándalos relacionados con su vida privada, por ejemplo, al declararse abiertamente bisexual y mantener relaciones, entre otros, con el periodista argentino Luis Corbacho, mientras estaba casado con su primera esposa, Sandra Masías, con quien tuvo dos hijas. Actualmente su esposa es la escritora Silvia Núñez del Arco, 23 años menor que él. Juntos tienen una niña y viven en la exclusiva isla Cayo Vizcaíno, al sur de Miami Beach. Metamorfoseados en personajes, su novio, sus esposas, sus hijas y su madre Doris Letts (señora acaudalada, conservadora, seguidora del Opus Dei y madre de muchos hijos) aparecen en Yo soy una señora.

    No es novedad que Bayly incorpore en sus libros las relaciones sexuales, sentimentales y familiares que ha vivido. Después de sorprender con No se lo digas a nadie (adaptada al cine en 1998 por Francisco Lombardi), y su crítica de la burguesía limeña a la que pertenece, escribió 15 novelas más, entre ellas, La noche es virgen (Premio Herralde, 1997), La mujer de mi hermano (llevada al cine por Ricardo de Montreuil y Stan Jakubowicz en 2004) y la trilogía Morirás mañana (2010-2012), en la que volcó de forma irónica y desfachatada más o menos los mismos temas, escenarios y personajes. Acertadamente en Yo soy una señora, optó por relatos breves que concentran historias independientes, aunque relacionadas por dos voces narrativas que se alternan.

    Una de esas voces es la de Jimmy Barclays, “cincuentón, ricachón, tirando a gordinflón”, como el mismo Bayly lo ha definido, al tiempo que se define y burla de sí mismo. Jimmy vive en una isla residencial de Florida con su esposa Silvia y su hija Zoe. Conduce un programa de televisión, es adicto a las pastillas y a la marihuana y le encanta el dinero.

    La otra voz es femenina y tiene varias personalidades: hay una señora gorda, muy gorda, que no tiene culpa de serlo y ataca de madrugada la heladera; otra es una mujer alcohólica a quien sus hijas han abandonado y ni siquiera la llaman; también hay una viuda que perdió a su marido en un accidente de auto cuando viajaba “alicorado” junto a un travesti, y ahora es un poco más feliz después de conocer a un moreno fogoso que le devolvió su vida erótica.

    Hay una mujer que apenas se mantiene como conductora de un programa radial y otra que es el colmo de lo tacaña, aunque tiene mucho dinero. Está también una de las más divertidas: una mujer de derecha muy promiscua a quien la experiencia le ha enseñado que los hombres de izquierda son pésimos en la cama porque hablan mucho, no rinden, se deprimen y después hay que pagarles el taxi. Por el contrario, los hombres de derecha, casados y que van a misa se destacan en el sexo. “Los que más hablan de política son los que peor tiran y a veces ni siquiera tiran, los más politiqueros son los más ineptos en la cama (…). Si quieres que te pongan a gozar, búscate un derechista, religioso, empresario minero, casado, buen esposo y padre de familia”, aconseja.

    Todas estas mujeres tienen algo en común: están casadas con Silvio y estuvieron casadas con Sandro, un remedo de la actual esposa de Bayly y de su ex. En otros relatos tuvieron un novio argentino, Osvaldo, peluquero y manicurista. A veces son ateas y tienen como madre a Dorita, que es muy religiosa. Otras veces Dorita es la madre de Jimmy y le pide cosas insólitas que vienen acompañadas de aparatos insólitos. Seguidora de “la Obra” (el Opus Dei), es una mujer insoportable y mandona, viaja desde Lima a Miami sin avisar, se mete en la vida de sus hijos, pero también es la que paga universidades, coches y vacaciones de lujo. “Todo ha nacido menos de mi imaginación que de mi vida”, dijo Bayly en la presentación. “No sé si a mi mamá le va a gustar el libro. A Silvia sí le ha gustado porque ella sabe que yo soy la señora de la casa”.

    Menos pronunciado que en el resto de sus libros, el costado político de Bayly también aparece en sus cuentos. En Mi Jimmy, la voz que narra es la de Dorita, quien está afligida porque su hijo ya no quiere ser presidente de Perú. “Yo le digo: pero tú has nacido para ser presidente, mi amor, yo soy tu mami y te lo vengo diciendo desde que eras niño: eres un líder nato (…). Le he ofrecido financiarle la campaña, he hablado con mis amigos de la Obra y ellos han movido sus influencias y tenemos un partido político importante dispuesto a lanzarlo”.

    En realidad, Bayly sí jugueteó con ser candidato a presidente de Perú. Desde su programa El francotirador, donde se convirtió en uno de los periodistas más poderoso de Perú, comenzó a bromear con la idea hasta que en 2010 se alió con un político veterano, José Barba, quien lo lanzó como candidato presidencial del partido Cambio Radical. Bayly empezó a subir en las encuestas y hasta tuvo un jingle, Jaime para presidente.  Tenía como “plan de gobierno” la legalización de las drogas y el matrimonio gay, la despenalización del aborto, la reducción del poder de la Iglesia católica y del presupuesto para las Fuerzas Armadas, además de una reforma educativa para favorecer a los más necesitados. Agregaba la amnistía para Alberto Fujimori, expresidente de Perú, preso por violación a los derechos humanos durante su mandato.

    Todo parecía en serio hasta que el presidente del partido se negó a impulsar la plataforma electoral. Entonces Bayly desistió de su candidatura y dijo, un poco en broma, un poco en serio, que su madre nunca le financiaría sus propuestas. El resultado: aumentó el rating de su programa, su popularidad y su exhibicionismo.

    En 1999, ya había apoyado la candidatura de Mario Vargas Llosa a la presidencia, y en 2016 la de Keiko Fujimori, hija del expresidente. A pesar de no haber acertado nunca con sus candidatos, Bayly es un formador de opinión desde sus tribunas televisivas que han sido variadas: en su país, en República Dominicana, en Colombia, en Argentina y en Estados Unidos. También tiene columnas en la prensa, entre ellas, en el diario argentino La Nación.

    Ahora con Yo soy una señora dice que tuvo la “modesta aspiración de hacer reír”, y sin dudas que lo logra. En sus historias el centro de todas las burlas es Jimmy, que tiene momentos patéticos: le viene diarrea en el coqueto barrio donde sale a correr, pierde un diente en las situaciones más incómodas, se queda sin plata y le regala a su esposa ropa que donan las señoras pudientes a la parroquia y lo pescan mirando porno en pleno parque de diversiones de Disney.

    Siempre narrados en primera persona, los cuentos tienen diálogos punzantes y pasajes de sincera confidencia: “Yo desde chica he sido muy de derecha. Y no de derecha moderada: de extrema derecha. Y no de extrema derecha compasiva, democrática: de extrema derecha autoritaria, pistolera. Con los años no me he vuelto más conciliadora, sino más radical. Por eso tuve que irme del Perú y ahora vivo en una isla de Florida, tan de derecha, que virtualmente no tiene gobierno, y cuyos habitantes son, como yo, anarquistas, libertarios, anarcocapitalistas”.

    La debilidad del libro son las debilidades de Bayly, quien vuelve una y otra vez a los temas relacionados con las drogas, el alcohol y el sexo en todas sus variantes. Lo mejor: el desenfado y la libertad con la que escribe, algo que siempre se agradece.