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    Todo es tres

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2264 - 15 al 21 de Febrero de 2024

    El propósito del poder político es la protección o conservación de los seres inteligentes. Tal es lo que propuso como programa radical el Vizconde Louis de Bonald, para quien conservar lo humano es conservar su existencia en una condición conforme a su naturaleza, es decir, su “perfección” física y especialmente moral. Destruir estos viveros de virtudes, reveló, fue el principal objetivo de los arquitectos del Estado moderno. Por eso escribió con no poco fervor: “el grito ‘¡Libertad, igualdad, fraternidad o muerte!’ estuvo muy de moda durante la Revolución. La libertad acabó por cubrir Francia de prisiones, la igualdad por multiplicar títulos y condecoraciones, y la fraternidad por dividirnos. Sólo la muerte prevaleció”.

    Según Bonald todo es tres. Cualquier fenómeno social y natural, así, se divide en tres partes: causa, instrumento y efecto. En la vida pública, esta tríada toma la forma de “poder-servidor-sujeto. El sistema “alma-mente-cuerpo” en el hombre es triple. La familia es triple y consta de marido (poder), esposa (sirviente), hijo (súbdito). De la misma manera, la “trinidad” de la estadidad implica la existencia de un soberano (poder), una nobleza (sirvientes) y un pueblo (súbdito) absolutos. Fuertemente asentando en convicciones religiosas, buscó introducir toda su teoría política en el marco de la Sagrada Escritura y reducirla a unas pocas fórmulas. Por ello fundamentó la idea clave de su enseñanza, la idea de la fuerza y ????la inviolabilidad del poder monárquico, con la ayuda del principio de la Trinidad, extraído de la teología cristiana e interpretado de manera bastante singular.

    La idea de evolución, tanto en filosofía como en política, le resultó absolutamente inaceptable. Insistía en que el hombre fue incapaz de inventar el lenguaje, la escritura, las diversas formas de arte, el matrimonio monógamo y otros valores que constituyen el patrimonio de la civilización. Todos estos hallazgos que cifran la posible ventura de los mortales según lo postula, son creaciones de Dios, de quien el hombre recibe todos los beneficios. La sociedad y el Estado tampoco son creación del hombre, y hoy tenemos el mismo orden político que estableció Dios en la creación del mundo. Este enfoque obviamente pone en duda cualquier reformismo, porque cualquier deseo de renovación, incluso en la esfera más apolítica de la vida, puede considerarse una invasión del orden mundial Divino.

    En sus principales obras políticas y jurídicas —particularmente en La Teoría del Poder Político y Religioso y en Legislación Primaria— Bonald destaca el espíritu de una especie de libertad característica de la vida intelectual de la Francia prerrevolucionaria, sustentada no tanto por las leyes como por las tradiciones. Para confirmar esta idea, se refiere al hecho de que muchas obras fueron publicadas y difundidas en la sociedad francesa a pesar de las prohibiciones formales. De este modo hubiera sido posible la renovación gradual de Francia sin las manifestaciones de violencia y sacrificios que trajo consigo la revolución. Sin embargo, afirma, ni siquiera tales cambios eran necesarios, ya que el antiguo régimen era en cualquier caso más libre y más orgánico que el posrevolucionario.

    Bonald ha sido asociado a menudo con De Maistre en la historia y genealogía ideológica de la Contrarrevolución, aunque estuvo plenamente inmerso en su época y se dejó influenciar por la Ilustración. En sus vastos escritos Bonald refuta el constitucionalismo revolucionario, el liberalismo y el anticristianismo. Creía, por tanto, en la santidad del matrimonio, y supo defenderla en términos puramente jurídico-racionales; lo que le aseguró una porción considerable de desprecio en ciertos círculos. Dio su nombre a la ley que abolió el divorcio en 1816. Dijo en la parte expositiva del texto: “el matrimonio no es un contrato ordinario, ya que, al rescindirlo, las dos partes no pueden volver al mismo estado en que se encontraban antes de celebrarlo. Y si el contrato es voluntario en el momento de su celebración, ya no puede serlo, y casi nunca lo es, en el momento de su terminación, ya que la parte que manifiesta el deseo de disolverlo se toma toda la libertad de la otra parte”.

    Su generación conoció todos los juegos de luces y sombras de la historia. Nació 35 años antes de la asonada de 1789 y murió en 1840. Con varios desencantos a cuestas.