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    Too big to fail

    Nº 2219 - 30 de Marzo al 12 de Abril de 2023

    Otra vez tenemos bancos que se funden por asumir riesgos desmedidos. Otra vez tenemos jerarcas bancarios que se llenan los bolsillos con ganancias obscenas, aun cuando dejan un tendal de deudas. Otra vez tenemos gobiernos y bancos centrales que salen a rescatar a esos bancos y a esos banqueros, con el cuento de que están salvando la economía. Otra vez aplica la máxima too big to fail (demasiado grande para dejarlo caer). Otra vez el pato de la boda somos “los nabos de siempre”, los incautos, rehenes e indefensos contribuyentes. ¿Hasta cuándo?

    Las políticas de rescate bancario han sido tema de controversia en todo el mundo durante años. La idea detrás de esta política es que ciertos bancos son demasiado grandes y sistémicos para permitir que quiebren, ya que su colapso podría desatar una crisis financiera en la cadena de pagos.

    Recientemente, dos importantes bancos han requerido de rescates: el Credit Suisse y el Silicon Valley Bank. El Credit Suisse (uno de los más antiguos del sistema) ha sufrido pérdidas millonarias debido a varias malas decisiones y últimamente a su exposición al fondo de cobertura Archegos, lo que llevó a la renuncia de su CEO y a la necesidad de una inyección de capital de miles de millones de dólares para evitar un colapso mayor. Dinero que no alcanzó y lo terminó absorbiendo el banco UBS (con la ayuda del gobierno).

    Por su parte, el Silicon Valley Bank, que se enfoca en financiar empresas tecnológicas en crecimiento (start ups), también ha necesitado ayuda financiera tras sufrir pérdidas significativas en sus inversiones. Este banco ha recibido un préstamo de emergencia de la Reserva Federal de Estados Unidos, que también se fue como arena entre las manos.

    Estos casos han vuelto a poner en el debate la cuestión de si los bancos “demasiado grandes para caer” merecen ser rescatados con dinero de los simples contribuyentes. Mientras algunos argumentan que la estabilidad financiera es primordial y que es necesario evitar una crisis que afecte a toda la economía, otros sostienen que estos bancos deberían ser responsables de sus propias decisiones y asumir las consecuencias de sus errores.

    Además, esta política ha sido criticada por haber creado incentivos perversos en la industria financiera. Al saber que pueden contar con un rescate gubernamental en caso de problemas, los directivos bancarios se ven tentados a asumir riesgos excesivos, los cuales están atados a sus millonarios bonus.

    Este fue el caso de la famosa “crisis de las hipotecas” del 2008 en Estados Unidos. Los grandes culpables no fueron los “especuladores” de Wall Street, sino dos agencias gubernamentales, Fannie Mae (Federal National Mortgage Association) y Freddie Mac (Federal Home Loan Mortgage Corporation), que fueron creadas en la década de 1930 para respaldar y estabilizar el mercado de la vivienda y los préstamos hipotecarios y terminaron distorsionando todo al darle crédito a cualquier zaparrastroso con el cuento de que tienen derecho a acceder a una “vivienda digna”. Esos préstamos basura se juntaban en una bolsa con otros préstamos de mejor calidad y en el paquete global lograban que las calificadoras de riesgo les dieran un buen puntaje. Puro verso. Cuando la economía se frenó un poco, millones de personas dejaron de pagar sus cuotas hipotecarias y los valores de las propiedades cayeron como un piano. Los banqueros y los operadores que armaron esta suerte de “esquema Ponzi” salieron ilesos y con los bolsillos llenos.

    En Uruguay también se rescataron bancos que estaban gestionados de manera pésima, como el Caja Obrera, intervenido por el Estado durante más de una década y con ratios de gestión que daban vergüenza. Pero la culpa es del chancho y también de quien le rasca el lomo. Recuerdo perfectamente encuestas realizadas por el año 2000 donde se preguntaba a la gente qué tenía en cuenta para elegir un banco donde dejar sus depósitos. El principal argumento era “la cercanía”. Es decir, dejo mi dinero en el banco que me queda en la esquina de casa, no importa si lo gestionan unos incompetentes, no importa si tiene cientos de empleados más de los necesarios, no importa nada, total, si se funde, viene Papá Estado y me devuelve el dinero.

    Recuerdo muy bien la crisis del 2002. Un amigo tenía 50.000 dólares en el Banco Montevideo, que le pagaba como un 10% anual, y yo (un nabo de siempre) tenía unos dólares en el Santander al 2,0% anual. Es que el Montevideo colocaba el dinero en Argentina, asumiendo el riesgo de ese país manejado por borrachos sin control. Luego el banco quebró y mi amigo se sumó a las “movilizaciones” para recuperar su dinero (por supuesto con dinero mío, a través de los impuestos que compulsivamente me quita el matón del barrio: el Estado). Pero mientras él disfrutó de ese 10% (y yo dejaba de ganar un 8%) mi buen amigo jamás se ofreció a pagar el colegio de mis hijos, ni ponerle nafta a mi auto o mandarme un surtido del supermercado. Luego, los nabos de siempre tuvimos que encargarnos de pagarle esas cuentas a mi amigo, cuando los buenistas políticos armaron un esquema para devolverle sus ahorros.

    Al próximo banco que se funda hay que dejarlo caer. Y que los clientes de ese banco aprendan a analizar quiénes son los que están al mando, que las consultoras, analistas, calificadoras de riesgo, periodistas y el Banco Central informen día a día y al detalle cada operación y muestren la currícula de su personal, desde el CEO hasta el portero.

    Si la humanidad ha superado guerras, hambrunas y el flagelo del comunismo durante décadas, bien que puede “bancarse” la caída de un banco. Y de dos y de tres, también.

    Algún día hay que parar con esta sangría y con los argumentos fatalistas de todos los opinadores que, de una u otra manera, están interesados en tener a esos bancos de clientes, de anunciantes, de financiadores de campañas políticas o, al menos, no tenerlos en su contra.