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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa estupidez humana no tiene límites. Los mercados que funcionan sin ningún tipo de regulación son muy pocos en el mundo aunque desde un punto de vista teórico son la mejor alternativa. En la práctica muchas veces no son la mejor alternativa porque el mercado no toma en cuenta una serie de factores sociales que la sociedad en su conjunto (representada por el gobierno) debe considerar. Un mercado totalmente liberado puede generar exclusión y mayor pobreza, así como inequidades sociales no deseadas. Sin embargo, desde mi punto de vista, la liberalización de los mercados es una utopía que suelo tener en mi horizonte. Digo todo esto para que no se me descalifique, como gustan hacer muchos uruguayos, tachándome de “neoliberal” vendido al capital extranjero y a la “oligarquía criolla”.
El caso particular es el mercado de taxímetros y la nueva sociedad de las comunicaciones y la información que también funciona en Uruguay dejando totalmente atrás a la vieja era de las chimeneas (por si algún político, sindicalista o gobernante no está al tanto, les recomiendo leer Alvin Toffler, “La Tercera Ola”, escrito en 1979). Lógicamente ya saben que pienso referirme a Uber, aunque en realidad pienso hablar del mercado del transporte de pasajeros en Montevideo. Este servicio se encuentra totalmente regulado, hiperregulado, tanto en el número de autos con taxímetro, en las características del automóvil (la mampara), los horarios, las tarifas, las paradas de taxis, la radio llamada, el color de los autos, todo está controlado y digitado por el “papá municipio”. ¿Cuál ha sido el resultado? Un pésimo servicio de taxis, que en las horas pico no se consiguen por ningún lado, que dejan esperando al pasajero cuando se los llama por radio, con choferes que desconocen los recorridos de la ciudad y optan por atomizar las grandes avenidas, coches sucios, etc., etc. Por si fuera poco, es un servicio caro. La regulación no ha servido para prestar un buen servicio; quizás ha perjudicado, porque termina protegiendo un monopolio que como todo monopolio hace lo que quiere.
Toda esta situación se agrava en la medida que los sindicatos del taxímetro (al igual que el resto de los sindicatos) han adquirido un poder muy grande y deciden muchas de las políticas de transporte de la IMM conjuntamente con CUTCSA.
Durante 5 años (‘94 al ‘99), Interconsult fue contratada por la IMM para estimar la rentabilidad del taxímetro, a partir de lo cual se decidiría cuántas matrículas se iban a otorgar. La idea no era mala pero sí muy peligrosa. Hoy un permiso de taxímetro vale 100 mil dólares, muy tentador para negociar con ese activo. También detrás de este sistema existía la idea de la hiperregulación y la eliminación del mercado, que en definitiva decidiría cuántos taxis se requerían. No sé si se continuaron estos estudios, porque en el 2000, luego que el director de Interconsult apoyara a Jorge Batlle en el balotaje del ‘99, la Intendencia de los montevideanos decidió no contratar más a la consultora, de por vida. “Nosotros trabajamos con los amigos”, lo cual está muy bien y es más seguro.
Cuando surge Uber, todo hacía pensar que iba a ser prohibida: venía a romper el chiquero. Esto mismo pensaron los directivos de Uber y se pusieron a funcionar amparados en tres cosas básicas: el mal servicio, la cantidad de automóviles subutilizados y la sociedad de las comunicaciones y de la información. Los servicios mejoran cuando hay libre competencia, aunque puede ser admisible una regulación básica para evitar desvíos (no más que eso). Por otra parte, la nueva sociedad no es un cuento de hadas. Concuerdo totalmente con Juan Grompone cuando en el semanario “Voces” afirma: “para construir una sociedad nueva hay que destruir el trabajo asalariado” y que el problema nunca estuvo en la propiedad de los medios de producción, al punto tal que las sociedades comunistas que hoy subsisten están privatizando estos medios (China. Vietnam, Cuba). Lo que Uber está creando, al igual que en varios países del mundo, es una opción para el trabajo independiente no asalariado. Lógicamente, como toda empresa que se precia de tal, no lo hace por ello; simplemente lo hace para ganar dinero. Con mínima inversión y menor gasto, brindan un servicio a la población y a los propietarios de autos particulares subutilizados. Lógicamente cobran por ese servicio (un 20%). En otras ciudades donde funciona Uber, el servicio de transporte de pasajeros ha mejorado sensiblemente, es más ágil, hay taxis a todas horas y a precios más bajos. Gana el usuario; lo demás es cuento.
Yo me pregunto, ¿por qué un abogado, un médico, un analista de sistemas, un albañil, un sanitario o un consultor pueden ejercer libremente su profesión, y un conductor de taxi no? Claro: para ejercer una actividad comercial aporto un impuesto a la sociedad, por ahora ello está bien. También existen reglas para controlar que mi actividad no ponga en peligro la integridad física de otras personas, pero ¿qué actividad social no está regulada en ese sentido? En Cuba, sociedad hasta el momento comunista donde la hiperregulación ha sido la razón de ser del régimen, la gente alquila habitaciones de su casa para turistas. ¿Eso también está mal? Ni que hablar que a pesar de no existir Uber en la isla caribeña también funcionan los autos particulares para transportar pasajeros (no permitidos si no le pagan el 50% al estado cubano).
Claro que con estos sistemas hay gente que puede quedar sin trabajo: todos aquellos que estaban cómodamente instalados en el régimen regulado. También otros ingresan a ese mercado sin tener que pagar 100 mil dólares que no tienen. Son cosas del progreso, del cambio de eras, del nuevo mundo que se instala. Como decía Carlitos Maggi, “si fuera por los sindicatos la penicilina nunca hubiera existido porque quedaron en la calle 10 mil personas que recolectaban yuyos”.
Comprendo a los sindicalistas y su odio por las afirmaciones de Grompone contra el trabajo asalariado. Ellos viven de que existan asalariados y cuantos más, mejor. Pero el mundo va para otro lado, el dirigente sindical deberá buscar otra actividad de futuro si quiere llegar a senador o ministro. El vasallo se convirtió en campesinado, que dio paso al proletariado, ésta al trabajador asalariado y hoy al trabajador independiente. No sirve quemar la máquina de vapor; igual va a funcionar por un tiempo hasta que la sustituya otra cosa. Hoy no sirve prohibir Google, como pretendieron los comunistas chinos, porque no se puede prohibir que cada mañana salga el sol, aunque no siempre lo veamos.
Si se quiere que Uber pague impuestos, bien, pero el problema es de una legislación que no responde a la nueva era, no es de Uber. Decía Einstein: hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana, aunque de lo primero tengo dudas.
Juan Carlos Doyenart
CI 1.207.234-4