Ucrania lanza una contraofensiva en una guerra que “nadie está ganando”

Guillermo Draper, enviado a Kramatorsk, Ucrania 
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Una amiga dice que la mirada de Illia Vlasiuk cambió. Ahora sus ojos están apagados, escondidos detrás de unas ojeras profundas. El aro en su nariz es la pista de un pasado enterrado por la guerra. La unidad que integra Illia Vlasiuk como médico de combate peleó en mayo contra las tropas rusas en la ciudad de Bajmut. Ambos ejércitos disputaron calle a calle durante meses hasta que los ucranianos abandonaron el lugar. La ciudad era un conjunto de escombros.

Bajmut quedó como Stalingrado después del asedio nazi, dice Vlasiuk. Es viernes 2, está en su día libre y aceptó trasladarse a Kramatorsk, una ciudad en la región del Dombás a kilómetros del frente, para la entrevista. Tiene 33 años y espera llegar a cumplir 34 en un par de semanas. Dice que su vida está congelada hasta que termine la guerra. Que es “imposible construir planes a futuro” en esas circunstancias. A su unidad todavía no le asignaron un nuevo destino de combate, pero debería ser inminente.

Ucrania inició apenas días después una nueva contraofensiva para intentar recuperar territorios ocupados por Rusia. Y las afueras de Bajmut fueron, otra vez, escenarios de los nuevos combates en una guerra que, según el exministro de Defensa ucraniano Andrii Zahorodniuk, todavía “nadie está ganando”.

Objetivos sin alcanzar

El 24 de febrero del 2022 las tropas rusas invadieron Ucrania por varios flancos. La “operación especial”, declaró entonces el gobierno de Vladímir Putin, tenía como objetivo “desnazificar” a su vecino. Pocos esperaban que el país resistiera más de dos semanas. En los primeros días las explosiones se escuchaban a la entrada de Kiev, aunque la capital nunca cayó, recuerda a Búsqueda un diplomático extranjero acreditado en ese país.

Exministro de Defensa de Ucrania Andrii Zahorodniuk. Foto: Roman Shalamov, PIJL

Para los ucranianos lo que sucedió en febrero del año pasado no fue el inicio de la guerra, sino la continuación de una que comenzó en 2014, cuando los rusos invadieron Crimea y parte del Dombás. Desde entonces el conflicto estuvo “congelado”, dicen desde el gobierno de Volodímir Zelenski.

Después de que lanzara la supuesta “operación especial” en 2022 Rusia llegó a ocupar buena parte del territorio sur y este de Ucrania, hasta que una primera contraofensiva a mediados del año pasado los obligó a retroceder. En los últimos seis meses la guerra se estancó. El Ejército de Rusia no obtuvo grandes logros con su último empuje, más allá de la conquista de Bajmut, mientras que los ucranianos resistían y preparaban a sus tropas, asistidas por la OTAN y con nuevo armamento occidental, para el contragolpe.

“Es claro que Rusia está perdiendo, pero Ucrania todavía no está ganando la guerra”, opina Zahorodniuk, quien pese a haber dejado el ministerio en 2020 sigue como asesor de las Fuerzas Armadas ucranianas. “Esencialmente, Rusia no ha alcanzado ninguno de sus objetivos y persiguió un plan muy ambicioso, porque en el caso de perder puede perder todo, incluido el régimen”.

“Te estás hundiendo en el océano”

Denys Kobzin tenía “una gran vida”. Había comprado un apartamento nuevo para disfrutar con su esposa después de que sus hijos adultos se independizaron. Era sociólogo y desarrollaba investigaciones académicas que lo entusiasmaban. “Cuando empezó la invasión, eso terminó al instante”.

Varios misiles cayeron sobre Járkiv en 2022

El final para Kobzin llegó con un enorme ruido de explosiones en su ciudad, Jarkiv, la segunda más grande del país con 2 millones de habitantes y próxima a la frontera con Rusia. Decidió enrolarse en el Ejército al día siguiente de la invasión.

Con su hijo recorrieron varias oficinas de reclutamiento, la mayoría tenían filas eternas. El Ejército ucraniano tiene alrededor de 1 millón de efectivos, de los cuales 300.000 son soldados regulares y 700.000 civiles entrenados que se sumaron a las fuerzas después de iniciada la nueva etapa de la guerra.

Recién al tercer día de recorrer la ciudad, Kobzin logró su objetivo. “Fue el primer momento en el que sentí que podía controlar al menos una pequeña parte a mi alrededor. Éramos hombres con armas, una tarea, con nuestro comandante, nuestro líder, y entendíamos que íbamos a hacer algo. Fue el primer momento en el que sentí que al menos podía controlar algo. Antes de eso, sientes que te estás hundiendo en el océano”.

Soldado ucraniano y sociólogo Denys Kibzin. Foto: Oleksandr Popenko, PIJL

Kobzin, un sociólogo de 50 años con experiencia en la Policía una década antes, integró un grupo de asalto. Primero enfrentaron a los rusos en los límites de la ciudad, guarecidos en trincheras. Los morteros del enemigo escupían munición tras munición. Por horas solo se escuchaba el silbido de las bombas volando hasta explotar cerca de su posición. Tras detener su avance, lograron hacerlos retroceder y recuperaron el control de la región.

Las afueras de Járkiv están repletas de campos minados. Las villas alrededor de esa ciudad, que supo ser capital ucraniana y receptora de miles de estudiantes, fueron escenario de combates y bombardeos. Hoy la mayoría son pueblos fantasmas.

Kobzin trabaja ahora en el comando de las Fuerzas Armadas, en Kiev, en un think tank del Ejército dedicado a analizar el desempeño en combate y desarrollar estrategias para mejorar. Le costó adaptarse a la nueva etapa carente de adrenalina. El problema más grande, dice, era ver a la gente viviendo una vida casi normal en la capital, con “apenas” unas alertas antiaéreas y sus respectivas corridas a los refugios, cuando a 300 kilómetros de distancia sus camaradas se juegan la vida. Lo carcomía la culpa.

Una unidad del Ejército dedicada a dar contención lo encontró a tiempo. Lo ayudaron a combatir la depresión y lo involucraron en proyectos con soldados que quedaron muy malheridos o perdieron compañeros en el frente de batalla. “Ayudo en esa unidad psicológica, intento ayudar a que gente no se suicide”, resume. Es otra manera de colaborar en “el esfuerzo de la guerra”.

Las trincheras

La trinchera está disimulada entre árboles. Una Kaláshnikov cuelga de una rama, otra descansa junto a un tronco. Al lado hay una bolsa de plástico repleta de paquetes de papas chips sin abrir. En una tabla de madera sobre caballetes hay mezcladas botellas, cuchillos militares, una manzana, frascos de alimento, binoculares. El suelo de tierra está tapizado de colillas aplastadas.

Trinchera al norte de Járkiv. Foto: Yuliia Narmuntseva, Kharkiv Media Hub

Soldados ucranianos adoptaron un cuervo como mascota en una trinchera al norte de Járkiv

Un refugio pequeño bajo tierra, de menos de dos metros de altura y con un blindaje básico como techo, oficia de dormitorio. Las paredes de tierra renegrida, húmeda, están revestidas con tablas. La madera todavía seca de las literas sugiere que su construcción es reciente. Un foco de luz apenas vence la oscuridad, mientras un montón de adaptadores de celulares esperan enchufados a un alargue. La electricidad les llega por un cable muy fino que recorre cientos de metros desde el generador instalado en un puesto de retaguardia. En el centro del refugio hay una estufa pequeña que el próximo invierno, si todavía están allí, deberá combatir contra temperaturas inferiores a los 10 grados bajo cero.

Personal de la Brigada de Defensa Territorial 113 del Batallón de Járkiv está apostado en esas trincheras al norte de la ciudad, a escasos kilómetros de Rusia, después de haber combatido en Bajmut. El jueves 1° la situación está en calma. Los soldados juegan con su mascota, un cuervo que cayó de un nido y que sabe que tiene alimento seguro mientras los tenga cerca.

Si hay algo parecido al physice du role necesario para interpretar a un soldado moderno, ninguno de los que están el jueves 1° en esa trinchera parece tenerlo. Son hombres con uniformes de camuflaje, sí, pero sus rostros recuerdan a sus oficios anteriores. Son pintores, choferes, pequeños empresarios.

Todos pelearon en Bajmut y esa trinchera les resulta una vacación. Deben controlar los movimientos de los rusos que están a menos de un kilómetro. Fue una de las zonas por las que entraron en febrero del 2022, pero ahora el frente de batalla está lejos. Acaso cae un proyectil ruso de bajo calibre de vez en cuando y deja una cicatriz en la tierra.

Dos soldados vuelven de una trinchera al norte de Járkiv

Uno de los soldados dice a Búsqueda que quiere volver al combate. Parece más joven que el resto y tiene una carrera militar previa. Estuvo en Bajmut cuando las olas de mercenarios del Grupo Wagner asediaban las trincheras ucranianas sin parar. Dicen que en la guerra son horas de calma y un minuto de horror. Pero puede ser mucho peor. Este soldado asegura que en una ocasión tuvieron que repeler un ataque que se prolongó durante 16 horas. Una inyección de adrenalina que añora.

Varias contraofensivas

El lunes 5 aparecieron las primeras señales de que la contraofensiva había comenzado. Días antes el presidente Zelenski había dicho a Búsqueda y otros medios de América Latina que lo entrevistaron que estaba todo pronto para su inicio, pero no dio más detalles. La entrevista y el viaje fueron coordinados por la organización no gubernamental Public Interest Journalism Lab.

El acceso a información sobre lo que sucede en el frente de batalla está restringido. Las estimaciones de Ucrania y sus aliados es que los rusos tuvieron hasta ahora 200.000 bajas, entre muertos y heridos que no pueden volver a pelear. El gobierno mantiene en reserva los datos sobre las bajas de sus tropas. Tampoco está permitido divulgar videos con imágenes de los misiles rusos derribados de manera cotidiana por las defensas antiaéreas en las principales ciudades. Antes del inicio de la contraofensiva, el Ministerio de Defensa difundió un video para pedir a sus ciudadanos que no compartan en redes sociales datos sobre movimientos de tropas. El manejo de la información es parte de la estrategia de combate.

Una villa en ruinas al norte de Járkiv tras la invasión rusa. Foto: Mykhailo Nikipielov, Kharkiv Media Hub

El especialista en temas de defensa de The Economist, Shashank Joshi, dijo el martes 6 que los datos que surgían de fuentes informales mostraban un aumento de la actividad militar en varios puntos del frente. Añadió que todavía no tenía claro si las tropas ucranianas con armamento más moderno y con entrenamiento de la OTAN habían entrado en combate.

El objetivo declarado por el gobierno de Ucrania es empujar a las tropas rusas fuera de sus fronteras, incluso de los territorios que ocuparon en 2014. Días antes de la contraofensiva, el exministro de Defensa ucraniano opina que no podrán alcanzar la meta en el corto plazo.

Los rusos llevan meses preparándose para el contraataque. Y atacar, según todos los especialistas, siempre es más costoso en vidas y armamento que defenderse. “No creo que la contraofensiva sea un éxito a la primera, no deberíamos esperar eso. Básicamente, tenemos que enfrentar a miles de tropas, muchas armas, y eso. Habrá un éxito parcial, una pausa, luego otro esfuerzo, otra pausa, y así”, dice. Aunque agrega que Ucrania triunfará.

Esa proyección del exministro, salvo que el régimen de Putin caiga, implica que la guerra se extenderá “al menos entrado” el 2024. Eso exigirá un esfuerzo a la población ucraniana y de los gobiernos aliados que hasta ahora la han provisto de armamento y otros apoyos.

La primera premisa parece, por ahora, asegurada. La mayoría de las personas con las que habló Búsqueda en los últimos días en Ucrania —políticos oficialistas y de oposición, soldados, empresarios, diplomáticos extranjeros, académicos— dicen que la mayoría de la población está unida detrás del esfuerzo de la guerra. Claro, las voces disidentes no tienen mucho espacio en un país invadido y los partidos prorrusos fueron proscritos tiempo atrás.

Kobzin, el sociólogo, intenta dar una explicación. “Nuestras investigaciones nos indican que una de las cosas que une a los ucranianos es sufrir un gran desastre”, dice. Y Putin “es el mayor desastre” que podía aparecer. “Por lo tanto, le está haciendo un gran favor a la nación ucraniana todos los días”.

Un empresario lo pone de manera sencilla. “Si perdemos la guerra, dejaremos de existir como país”, resume. La misma idea plantean dos diplomáticos extranjeros, quienes ven esto como una “lucha por la supervivencia”.

La versión de la historia de la región que dio Putin, lejos de despejar esa percepción, la alimenta. “La Ucrania moderna fue creada completamente y en su totalidad por Rusia, más específicamente por la Rusia bolchevique y comunista”, dijo el presidente antes de la invasión. Y añadió que los países occidentales terminaron de corromperla mediante un “cambio de identidad forzado” que lo alejó de la esfera rusa.

El soldado ucraniano Vlasiuk baja las consecuencias de ese razonamiento al plano personal. Ingeniero en Tecnología Médica, dice que antes de la guerra tuvo actividad sindical con cierta publicidad. Colaboraba con gremios estudiantiles y encabezaba protestas, la última, contra las malas condiciones de trabajo de los deliveries, en particular de la empresa española Glovo.

Soldado Illia Vlasiuk. Foto: Mykhailo Nikipielov, Kharkiv Media Hub

Vlasiuk se unió al Ejército en los primeros días de la invasión. Dice que al ser conocido “estaba seguro” de que, si Kiev caía, él iba a estar en “las listas” confeccionadas por los rusos de aquellos que terminarían “en prisión, tortura o muerte”. Entonces, no tenía opción: “Podía huir de Kiev o quedarme a pelear. Y decidí que quedarse con un arma en las manos es mejor que esperar a que algo te pase”.

A 15 meses de aquella decisión personal, Vlasiuk no se arrepiente, pero tampoco está feliz. No le interesa la vida militar. Ahora tiene que servir en el Ejército hasta que haya una orden de desmovilización. La vida así “es difícil”, dice. “Esto no es el Ejército soviético, pero no soy libre y es difícil perder parte de tu libertad, y es más difícil aún no saber por cuánto tiempo”, lamenta. “Pero no hay nada que hacer”.

Fuera de Fronteras
2023-06-07T20:33:00