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    Udelar abrió un servicio de atención psicológica para afrodescendientes y migrantes

    Sus responsables explican que la marginación causa trastornos como estrés crónico, ansiedad, hipervigilancia, descanso alterado, problemas de memoria, ira o autoestima afectada y quienes la sufren tienen “barreras” para acceder a tratamientos

    Experiencias cotidianas como caminar por la calle, ir a trabajar o entrar a comprar a un comercio para la población afrodescendiente puede implicar exponerse a situaciones hostiles. La psicóloga Adriana Peralta lo sabe bien, porque lo vive en carne propia: “Todavía me pasa que voy a un supermercado y el guardia de seguridad me sigue. A veces no queda otra que ser explícito: ‘¿Pasa algo? Mirá que vine a comprar, no a robar nada’”.

    El racismo estructural se manifiesta de diferentes maneras y también puede llegar a hacerlo en su disciplina, la psicología. “Hay que tener en cuenta que las teorías del campo de la psicología nacen en un determinado contexto global, casi siempre en Europa, y muchas de las situaciones no resultan cercanas a los profesionales. Una mujer afrodescendiente se atendió con una psicóloga de su sociedad. Ella relató que le pasaban cosas como las que te conté. ‘Me siento observada’, dice. ‘Esas son ideas tuyas’, le dice la psicóloga. Y no es así”, relata Peralta, quien es desde hace algunos días la responsable del flamante Servicio Especializado de Atención Psicológica a Víctimas de la Discriminación Racial (SEADR), cuya presentación oficial se realizó el jueves 13, en el marco del mes de la afrodescendencia.

    Según datos oficiales, el 11,1% de la población uruguaya es afrodescendiente. De ellos, el 20,5% está bajo la línea de pobreza y solo el 29,2% termina el liceo. Su situación es bastante más desfavorable que la población general, donde los números sitúan la pobreza en 11% y la culminación de los estudios secundarios en 45%.

    El racismo también se refleja en los obstáculos que tiene este colectivo en acceder a servicios de salud, incluyendo salud mental. En Uruguay no hay antecedentes de tratamientos contra traumas de origen racial, ya sean insultos, burlas u otras agresiones étnico-raciales. De acuerdo con el SEADR, estos generan conductas y síntomas tales como estrés crónico, ansiedad, hipervigilancia, dolores de cabeza o estómago, descanso alterado, problemas de memoria, ira, autoestima afectada o eliminación.

    “Hace cuatro años que trabajo en este tema y son bastante frecuentes los casos de depresión. La calle siempre te hace estar alerta. Nuestras personalidades están asociadas a un estereotipo, o estamos para robar o para tomar vino”, dice Peralta.

    El SEADR abrió en marzo y funciona en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, en el marco de un convenio con el Municipio B firmado en octubre de 2022. Al momento se han acercado siete personas a consultar. En el primer semestre se puso énfasis en la parte teórica, literatura y bibliografía sobre psicología afro. Ahora se empezó a brindar atención clínica, a cargo de una dupla de estudiantes y con la participación puntual de algunos de los docentes a cargo, explica Peralta. Además de los siete casos que ya participaron en consultas, contó que estaba a punto de hacerlo una persona más, que será el primer migrante en acudir, otra población a la que le caben similares diagnósticos. Hasta ahora, el contacto ha sido a través del email del servicio ([email protected]) y el boca a boca.

    Arranque

    La presentación oficial del servicio se realizó el 13 de julio, en el Aula Magna de la facultad, con el conversatorio Salud mental y población afrodescendiente en Uruguay. Además de expertos locales como los psicólogos Oscar Rorra y Karina Moreira y activistas como Tania Ramírez y Romero Rodríguez, también participó la doctora en Ciencias Sociales Anny Ocoró Loango.

    Ella es una colombiana residente en Argentina, donde es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). En su campo, donde tienen un gran peso las cuestiones de género, tiene claro el rezago en las necesidades básicas cubiertas y el acceso a la educación superior. “En Argentina, Brasil, Ecuador, Panamá y Uruguay, las mujeres afrodescendientes son el grupo poblacional más afectado por el desempleo. En Argentina, Brasil y Uruguay los informes de la Cepal muestran que su tasa de desempleo es el doble o más que la de los hombres no afrodescendientes. Además, están sobrerrepresentadas en empleos poco calificados o informales. Vivimos en sociedades profundamente racistas, sexistas y prejuiciosas, y eso afecta las trayectorias de vida de las mujeres afrodescendientes”, dijo en diciembre al portal de ONU Mujeres.

    Todas estas desigualdades se traducen también en el acceso a la salud. “Influyen las cuestiones territoriales y el racismo, son una barrera”, dice Ocoró a Búsqueda. Por un lado, se trata de una población más concentrada en los sectores más periféricos de las ciudades; por otro, los servicios de salud “están racializados”, sostiene.

    A esto se suman más estereotipos: “En Brasil, pese a que hay más políticas institucionalizadas sobre el tema, está la idea de que somos una ‘raza fuerte’, que no precisamos tanto de políticas de cuidados. Y las mujeres negras tienen menos acceso, por caso, a estudios de mamas”, cuenta. Las acciones políticas para esta comunidad, en América latina, recién comenzaron a hacerse luego de la Conferencia de Durban, en 2001, agrega.

    Educación

    Más allá del servicio, Peralta habla de la necesidad de educar “desde las primeras infancias”. En Uruguay, según una investigación premiada el año pasado por el Instituto Juan Pablo Terra, el 64,9% de los jóvenes afrodescendientes sufrieron algún tipo de discriminación a lo largo de su trayectoria educativa.

    En un país donde solo el 7% de los hombres y el 9% de las mujeres afrodescendientes alcanzan un nivel universitario (alrededor de la mitad de la población no afro), Peralta, psicóloga de 35 años, cuenta que su vida estuvo “atravesada” por el racismo: “Mis primeras experiencias fueron en el jardín de infantes, no las enunciaba ni las entendía, tenía 5 o 6 años. Los niños no querían jugar conmigo. O se alejaban”.

    La comprensión le llegó cuando comenzó primaria, en una escuela situada en el límite del Centro y la Ciudad Vieja. “Ahí te das cuenta de que el tema pasa por el color de tu piel. ‘Sos negra’, ‘Negra de mierda’, ‘Cómo olés’. Y no tenía con quién hablarlo, porque las maestras, ya sea por falta de herramientas o qué, no tenían la sensibilidad necesaria. Incluso una maestra una vez se rio del comentario de un compañero”, recuerda.

    Ya en sexto de escuela y en el liceo la situación cambió. Cuenta que a partir de ahí, para empezar, ya no permitió más insultos, pero fue “un camino solitario”, en su casa todavía “no se hablaba” del tema. Durante muchos años, reconoce, la dominaron la timidez y los miedos, de los que ahora se quiere hablar en el servicio.

    Pero la discriminación educativa no culmina en las fases iniciales, también está en los niveles más altos y, supuestamente, más abiertos. Antes de trabajar como psicóloga, el primer cargo de Peralta en la Udelar fue administrativo. “En mi primer día de trabajo, la persona que me recibió me señaló un costado y me dijo: ‘El área de limpieza está más allá’”.