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    Un aniversario y un libro

    N° 1942 - 02 al 08 de Noviembre de 2017

    Los aniversarios de hechos que han tenido un fuerte impacto en el mundo despiertan el interés de quienes quieren recordar o analizar sobre ello. En ocasiones propician nostalgias, aportan también nuevos testimonios y perspectivas.

    El martes 7 se conmemora el centenario de la toma del Palacio de Invierno de Petrogrado, el golpe de mano de los comunistas liderados por Lenin, para hacerse del poder en medio del caos y la paralización que siguió a la caída ocho meses antes del zar Nicolás II.

    El liderazgo bolchevique tenía un programa concreto: fundar una sociedad socialista, superadora de la lucha de clases y la explotación capitalista, gestora de un “hombre nuevo”, dotado, desde los valores y sentimientos de la nueva sociedad, de elevados propósitos.

    Pero apenas llegados al poder, en medio del caos que era Rusia en esos días, Lenin y sus camaradas se desentendieron de los ideales y las promesas proclamadas y, mediante la violencia y el terror, gobernaron con mano de hierro. Persiguieron y eliminaron a todo aquel que se les opuso. Desde las primeras semanas convirtieron la consigna: “Todo el poder a los soviet” (consejos de trabajadores y militares), que levantaron en los meses previos, en: “Todo el poder contra los soviet”. Años más tarde la purga alcanzó a dirigentes que participaron en el movimiento putschista.

    El fracaso del trágico experimento comunista quedó a la vista tras siete décadas de implementación a sangre y fuego, cuando la URSS, superpotencia militar, dictadura de partido único, implosionó sin que fuese necesario disparar un solo tiro. Se desmoronó como un castillo de naipes ante la insatisfacción y las protestas de multitudes empobrecidas, víctimas de la ineficiencia y el anquilosamiento del régimen totalitario.

    El historiador chileno Mauricio Rojas, militante en su juventud del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), acaba de publicar un excelente y fundamentado ensayo —Lenin y el totalitarismo (Decano)—, en el que expone con rotunda claridad las concepciones de Lenin que dieron forma y sustento al estado totalitario y al egocentrismo directriz, aprovechado luego por Stalin para llevar a cabo la brutal colectivización agraria (1929-32) y las purgas y humillantes juicios contra la vieja guardia del bolchevismo (1936-38) coronada con el asesinato de Trotsky en su exilio en México (1940).

    Rojas reconoce en Lenin la influencia de la tradición política rusa, el uso ilimitado de la violencia, pero asegura que esa concepción y ese espíritu totalitario que caracteriza su accionar ya está en el pensamiento y en las ideas de Marx, que tanta influencia tuvieron en el líder bolchevique y en sus principales camaradas. Una conclusión, que la concepción totalitaria no es solo producto de Stalin sino que está implícita en el pensamiento de Marx y explícito en el de Lenin, que sectores de la izquierda local se niegan a —o no terminan de—  asumir.

    Exiliado en Suecia tras el golpe de Pinochet, Rojas obtuvo un doctorado en Historia Económica en la Universidad de Lund, renegó de sus convicciones marxistas-leninistas y se incorporó al Partido Popular Liberal cuya representación ejerció en el Parlamento sueco entre 2002 y 2008.

    Sostiene que al estudiar el proceso político y social desencadenado por la Revolución bolchevique comprendió que “la bondad extrema del fin (proclamado) puede convertirse en la maldad extrema de los medios, que la supuesta salvación de la humanidad puede realizarse al costo de sacrificar las vidas de incontables seres humanos, que se puede amar a la humanidad en abstracto y despreciar a los hombres en concreto”. Vi, añade, “ese potencial de hacer el mal que (…) se desencadena bajo ciertas circunstancias y el influjo de ciertas ideas. Vi cómo los hombres se pueden transformar en seres absolutamente inmorales y despiadados (…) con el pretexto de un más allá y un mañana grandioso”.

    El ensayo aborda la historia y las tradiciones políticas rusas, describe el atraso secular, los intentos modernizadores, las tensiones consecuentes y la brutalidad del régimen zarista. Alude a los movimientos populistas y radicales que se le oponen, al impacto de la derrota en la guerra de Crimea, el fracaso revolucionario de 1905 y los contrastes militares del Ejército ruso en la I Guerra Mundial.

    Rojas señala que en sus escritos y discursos previos, Lenin concibe al movimiento revolucionario como una organización pequeña, centralizada, integrada por “profesionales” que no tienen otro horizonte que el vivir por y para el partido. Hombres que consagren toda su vida a la revolución y de los cuales el partido se haga cargo.

    En artículos publicados en Iskra (La Chispa), el periódico que Lenin fundara en 1900 para difundir sus ideas y nuclear a los círculos revolucionarios, expresa la radicalidad de su pensamiento al cuestionar la libertad de crítica aceptada por la socialdemocracia. Mantiene que debe eliminarse del movimiento a todos aquellos que no compartían las premisas del marxismo revolucionario. El partido, defiende, se fortalece depurándose.

    Su ideal de partido, señala Rojas, “no era la de una Iglesia económica abierta, sino el de una secta cerrada,  que se reúne en torno a un evangelio definido sobre el cual no cabe discrepar”.

    En otros escritos sostiene: “Nunca hemos rechazado, ni podemos rechazar el terror. Es una de las formas de acción” que “puede ser perfectamente adecuada y esencial”.

    Lenin toma de Marx la idea de que sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario y comparte, con el teórico marxista austrohúngaro Karl Kautsky, que la conciencia revolucionaria, la verdadera conciencia de clase del proletariado de acuerdo a su misión  histórica, no surge espontáneamente en el proletariado sino que es forjada en la mente de “intelectuales burgueses” que la introducen desde fuera del movimiento obrero. Según Lenin, sin esa ayuda el proletariado nunca podrá salir de sus luchas reivindicativas ni acceder a su verdadera conciencia de clase revolucionaria.

    La doctrina socialista revolucionaria no solo se origina fuera del proletariado sino que se mantiene y desarrolla fuera de este. Su sitial y guardián, apunta Rojas, será para Lenin el partido revolucionario y dentro del  partido, su cúpula  intelectual de la que todo depende. De esta forma, destaca, Lenin fundamenta su derecho a ejercer el poder, incluso contra lo que el proletariado pudiese  pensar o desear. De forma que la dictadura del proletariado se transformará en la dictadura sobre el proletariado.

    La mesa está servida. Trotsky lo advierte en un clarividente comentario tras el II Congreso de unificación de la Social Democracia rusa celebrado en Londres en 1903. Sostiene en ese escrito que la dictadura del proletariado será la dictadura del partido y dentro del partido, la de su líder. Tres décadas después, ya en el exilio y perseguido por Stalin, lo expresará así: “En la política del partido estos métodos conducen (…) a que el aparato del partido sustituya al partido, el Comité Central sustituya al aparato del partido y finalmente el dictador sustituya al Comité Central”.

    Rojas, concluye que esa concepción totalitaria solo podía conducir a la tragedia que vivió la sociedad soviética, ya que ni Lenin, ni los camaradas que le acompañaban dudarían en recurrir a la represión y al terror masivo para salvar la revolución.

    Que fue lo que efectivamente hicieron una vez que tomaron el poder. Bajo la dirección de Lenin, un par de días después del Putsch, el nuevo gobierno desata una inmediata represión contra los medios de comunicación críticos y crea la Cheka, policía secreta con atribuciones ilimitadas. Lenin considera que lo más urgente era terminar con todo centro independiente, restablecer la disciplina laboral y obligar a los campesinos a entregar trigo, para lo cual enviará destacamentos armados de requisa. En enero de 1918, apenas reunida, el gobierno comunista disuelve por la fuerza la Asamblea Constituyente. La máquina totalitaria daba sus primeros pasos. Y siguió así.

    Un aniversario y un libro que ayudan a reflexionar incluso sobre situaciones que nuestro país vivió en los años 60 y 70.