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    Un exceso fascinante

    Es temprano en la mañana. John Lennon aún no ha llegado al ensayo. George Harrison y Ringo Starr conversan sentados en la tarima de la batería. Paul McCartney toma su bajo, el mítico Hoffner violín, el mismo modelo que sigue tocando hasta hoy, y comienza a rasquetearlo como si fuera una guitarra, en el acorde de La mayor y con un ritmo que se asemeja a una cabalgata: tan-tacatán-tacatán-tacatán-tacatán. George y Ringo dejan de conversar y dirigen sus miradas a esa mano izquierda que galopa sobre las cuatro cuerdas. Paul comienza a balbucear una melodía, que tararea como en espasmos. Va un minuto y aún no tiene nada. Pero cuando una entidad musical como McCartney se pone en modo búsqueda, puede pasar cualquier cosa. Lo sabíamos, obvio. Pero hasta ahora, nunca lo habíamos visto componiendo una canción en tiempo real. Y resulta que esa canción es nada menos que Get Back. La maravilla ocurre en 20 segundos. De golpe, en medio de la estampida de ideas por el aire de ese estudio, aparece la célula madre de la canción, la frase melódica que pocos segundos después se acopla con la letra: Jojo was a man who thought he was a loner. / But he knew it couldn’t last. George y Ringo compraron. Sonríen. Llevan el ritmo con la patita y comienzan a acompañar con palmas. Paul llega al estribillo, que explota como una bomba de éxtasis musical: Get back. / Get back. / Get back to where you once belonged. Así nace un clásico.

    La escena ocupa solo un par de minutos en las casi ocho horas de metraje y está entre sus momentos de mayor intensidad. Pero lo que hace Get Back, dirigida por Peter Jackson y disponible desde el jueves 25 en Disney Plus, un acontecimiento excepcional es el cúmulo de situaciones igualmente emocionantes, sorprendentes, inesperadas y todos los adjetivos que puedan describir algo tan formidable como lo que aquí sucede. Porque por lo general los documentales biográficos sobre artistas —del palo que sea— se sostienen sobre entrevistas a los protagonistas o allegados al personaje en cuestión, material de archivo y registros de sus actuaciones en público. Por supuesto que hay extraordinarias inmersiones en la vida íntima de un personaje, como el notable Diego Maradona, de Asif Kapadia. Pero veamos de qué estamos hablando. Para acercarse a lo que vemos en Get Back, el mencionado documental tendría que mostrarnos al Diez emparrulado hasta la manija en el vestuario del estadio Azteca, tomando diez rayas de merca juntas con todo el plantel de porristas de México 86 como dios las trajo al mundo.

    Dividida en tres capítulos que promedian las dos horas y media cada uno, esta producción concentra el trabajo de cuatro músicos y decenas de artistas, técnicos y empresarios que orbitaban a su alrededor en aquel Londres helado de enero de 1969. La historia es bastante conocida y es menester no abrumar con datos, nombres y cifras fácilmente rastreables: a los Beatles les ofrecen protagonizar un especial televisivo que consiste en una presentación en vivo de un nuevo espectáculo, con un nuevo repertorio. Aceptan y se internan el día de año nuevo en un enorme galpón en el suburbio londinense Twickenham. Tienen 20 días para no solo ensayar el espectáculo, sino que además deben componer y arreglar unas cuantas canciones, un proceso que terminaría en Let It Be, la penúltima grabación y última publicación de Los Beatles. Y hace más de dos años que no tocan en vivo, desde aquella traumática experiencia en Filipinas, donde casi terminan linchados por una turba que consideró un agravio su ausencia en un agasajo oficial.

    El documental original, estrenado ese mismo año, fue dirigido por Michael Lindsay-Hogg, un caballero que tenía como antecedente muy fresco Rock And Roll Circus, el filme sobre el concierto de los Rolling Stones en el que había participado Lennon. En total se rodaron 56 horas de imágenes, primero en 16 mm, luego pasadas a 35, y se grabaron más de 150 horas de audio. Esa demencia de material permaneció en poder de Apple Corps, la compañía fundada por los cuatro músicos una vez que falleció su histórico representante Brian Epstein y que controla todo este imperio artístico que sigue en pie hasta hoy. Gracias a esa buena costumbre —poco fomentada en estas latitudes— de preservar los registros audiovisuales en buenas condiciones, las latas de celuloide se conservaron inmaculadas durante más de 45 años, hasta que finalmente Jackson fue el cineasta elegido para llevar esta inmensa nave a buen puerto. Más allá de sus quilates y su prestigio, el estelar cineasta neozelandés tenía un antecedente en este tipo de proyectos faraónicos: They Shall Not Grow Old, documental de la BBC que compila un frondoso archivo de imágenes de la I Guerra Mundial. Como dato curioso, hay que decir que Lindsay-Hogg, hoy de 80 años, descubrió hace 10 años, ADN mediante, que es hijo natural de Orson Welles. Pero esa es otra historia.

    Volvamos al hangar de Twickenham, donde transcurre el primero de los tres episodios. Los Beatles estaban en sus últimos estertores. Estaba todo mal desde hacía un buen tiempo. Se han derramado océanos de tinta sobre el supuesto rol decisivo de Yoko Ono en la separación más famosa de la historia de la música. Pero lo cierto es que este documento confirma lo que los estudiosos de la historiografía beatle ya saben: que fue un divorcio multicausal. Es verdad, la omnipresencia de Yoko Ono sentada junto con John en todo momento, como un blandengue en la puerta del palacio, en silencio, tejiendo, mirándolo, sonriendo ante cada gesto o palabra llamativa de su amado, resulta bastante inquietante. Hasta perturbadora. No interfiere en un sentido directo pero sí es una presencia invasiva, que no respeta la intimidad del espacio del grupo. En algún momento los demás lo comentan pero tampoco parecen darle demasiada importancia. “¿Se dan cuenta cuando dentro de 50 años digan que nos separamos por una mujer que estaba todo el tiempo sentada en un parlante?”, bromea Paul. Ahora bien, con Get Back queda claro desde el vamos que George Harrison estaba requemado, se sentía ninguneado cuando les mostraba a sus compañeros una nueva canción y recibía la nada como respuesta, o como cuando le dice a Paul: “Si querés toco, si querés no toco nada, hacé lo que quieras”. De hecho, se fue del grupo por varios días y lo convencieron de volver.

    Pero lo que vuelve imprescindible a esta obra no es lo anecdótico sobre el fin de los Beatles, sino cómo refleja en forma contundente que tras una década juntos Lennon, McCartney y Harrison eran tres cometas disparados a sitios muy diferentes del universo. Sus vocaciones, sus intereses y sus destinos artísticos estaban definidos con nitidez y eran muy distintos. Eran fuerzas de la naturaleza que se querían mucho, como hermanos, pero que ya no podían estar bajo el mismo techo. Y lo bien que hicieron. Cada tanto incluso bromean con la idea del divorcio. “¿Y quién se queda con los hijos?”, se preguntan.

    Y lo que vuelve fascinante a Get Back es la experiencia inmersiva en el misterio de la creación: el espectador está ahí adentro, con ellos, husmeando en la cocina. Porque por más que estuviera todo mal, que se tiraran con dardos envenenados, que Paul les reclamara todo el tiempo más compromiso y disciplina para cumplir con el compromiso asumido y que abundaran las caras de orto, de repente, en un segundo se olvidan de todo y están disfrutando como niños, zapando algún estándar rockero de Chuck Berry o ensayando una y mil veces Don’t Let Me Down. Ante todo son cuatro músicos que se admiran y adoran tocar juntos. Cuando aparece la química, sucede la magia y la pantalla explota. Y no pasa una vez. Ocurre todo el tiempo.

    Jackson logró darles a los cuatro artistas un tratamiento de personajes: Macca, el norte musical, despegado, obsesivo en los detalles, con toda la música en su cabeza (hasta le marca a Ringo qué y cómo tocar los arreglos de bata), llegando a un extremo casi dictatorial; Lennon, al principio en otra, luego se motiva y encara, como en la transición de eléctrica a acústica de Two of Us; Harrison, retraído, masticando su frustración y más distendido tras su portazo; y Ringo…, bueno, en una tranqui, sin quemarse la cabeza, fumando un pucho.

    El segundo episodio transcurre en los estudios Apple, donde deciden mudarse cuando George depone su renuncia y vuelve a la banda, tras unos pocos días de “huelga”, como dice Paul. La ida de George también muestra el costado más amargo y contradictoriamente humano, porque al principio no parece importarles mucho (hasta especulan con llamar a Eric Clapton), pero en seguida vemos a Paul al borde de las lágrimas al ver que el divorcio puede estar materializándose. En esta segunda parte, el tren comienza a encarrilarse cuando se une como invitado el tecladista Billy Preston, un virtuoso que los ayuda a encontrar la chispa y la frescura perdidas y al mismo tiempo, como sucede en casa cuando llegan las visitas y se evitan las discusiones.

    El tercer episodio es visualmente el más dinámico y a su vez el que más familiar nos resulta, porque está centrado en la legendaria y mil veces imitada actuación en la azotea del edificio Apple, el jueves 30 de enero de 1969.

    Es imperioso advertir que Get back puede resultar abrumadora, larga y tediosa —incluso insoportable— para un público amplio, masivo. Quizá podría haberse dividido en más capítulos, más breves. Pero son irreprochables los puntos de quiebre (la ida de George, la mudanza a Apple y la jornada de la azotea) que Jackson definió para contar esta historia. Pero al mismo tiempo se trata de Los Beatles, el grupo que no solo definió el curso de la historia de la música en los últimos 60 años, sino la que definió la cultura pop del planeta entero. Eso y la importancia que esta obra le da a la música justifica sus 467 minutos.

    Vida Cultural
    2021-12-02T00:01:00