Un exceso fascinante

escribe Javier Alfonso 

Es temprano en la mañana. John Lennon aún no ha llegado al ensayo. George Harrison y Ringo Starr conversan sentados en la tarima de la batería. Paul McCartney toma su bajo, el mítico Hoffner violín, el mismo modelo que sigue tocando hasta hoy, y comienza a rasquetearlo como si fuera una guitarra, en el acorde de La mayor y con un ritmo que se asemeja a una cabalgata: tan-tacatán-tacatán-tacatán-tacatán. George y Ringo dejan de conversar y dirigen sus miradas a esa mano izquierda que galopa sobre las cuatro cuerdas. Paul comienza a balbucear una melodía, que tararea como en espasmos. Va un minuto y aún no tiene nada. Pero cuando una entidad musical como McCartney se pone en modo búsqueda, puede pasar cualquier cosa. Lo sabíamos, obvio. Pero hasta ahora, nunca lo habíamos visto componiendo una canción en tiempo real. Y resulta que esa canción es nada menos que Get Back. La maravilla ocurre en 20 segundos. De golpe, en medio de la estampida de ideas por el aire de ese estudio, aparece la célula madre de la canción, la frase melódica que pocos segundos después se acopla con la letra: Jojo was a man who thought he was a loner. / But he knew it couldn’t last. George y Ringo compraron. Sonríen. Llevan el ritmo con la patita y comienzan a acompañar con palmas. Paul llega al estribillo, que explota como una bomba de éxtasis musical: Get back. / Get back. / Get back to where you once belonged. Así nace un clásico.

Esta nota es exclusiva para suscriptores de BÚSQUEDA y GALERÍA
Elegí tu plan y suscribite

Suscribite

¿Ya sos suscriptor? Iniciá sesión

Probá nuestro servicio, registrate y accedé a una nota gratuita por semana.